sábado, 19 de diciembre de 2009

Mi doctora favorita

Es un sábado cualquiera. Un sábado como todos pero distinto a los demás. Tres días antes mi papá me había regalado 100 soles para comprarme unas zapatillas, cosa que nunca hice. No quise comprarme nada. Lo invertí en una “fiesta”, un cumpleaños y el médico. Por este último mi sábado es distinto a los demás.
Hoy, sábado, me levanté a las 7:30 a.m. Me vestí con la idea de ir al médico(ya tenía cita). Tomé desayuno y esperé que mi papá se fuese a trabajar porque no quería que él ni nadie se enterase de mis males (No quiero que nadie se preocupe por mí. No quiero ser una carga para nadie).

En el camino me empecé a desanimar. Creí que no era una buena idea ir al médico porque uno siempre vuelve más adolorido de lo va.

Cuando ingresé al consultorio para que me atendiendan, me percaté que me atendería una doctora. Una doctora muy atractiva que ni bien la vi, pensé: ojala me toques el cuerpo con tus manos para que me cures de todos mis males.
Me recibió muy amable. Me pregunto mi nombre y luego me hizo mil preguntas más. Quiso que le explicara el motivo de mi visita. Fue interrogándome desmesuradamente, le faltó pedir mi Messenger nomás.

Me quejé por un dolor en la rodilla que tengo hace mucho tiempo. Le dije que a veces el dolor surge espontáneamente cuando voy caminando por la calle, que en cualquier momento puedo ser victima de ese cruel dolor, incluso que cuando es demasiado tedioso me echó en el piso porque no soporto la molestia. Es insoportable.
También le conté que tengo fuertes incones en el pecho y que cuando respiro profundamente se generan puñaladas internas. Me duele demasiado, y temo que sea algo grave. Es más, me lastima cuando intento inhalar aire porque algo dentro de mí se cierra y me desgarra incompasiblemente.

La doctora, al oír mis palabras, hizo ciertos apuntes en una hoja. Luego empezó a tocarme con sus cálidas manos, como inspeccionándome. Me tocó la rodilla, mi pechito y la espalda. Sus manos plácidas me tocaban con sutil delicadeza, como acariciándome. Me sentí curado por sus manos benditas. Ya no quería pastillas. Ya no hacía falta nada, pues nada malo podía suceder si ella estaba a mi lado.

Después de hacerme cariñito (porque para mí fue eso, CARIÑITO) me recetó muchas pastillas. Algunas de fuertes efectos y otras de compuestos más simples. Me advirtió que si me hacían daño las dejase de tomar y la llamase. “nada que venga de ti podría hacerme daño” – pensé mirándola hipnotizado.
Antes que te vayas te voy a poner dos inyecciones ¿Okay…? Uno en cada nalga – Me advirtió.
Puse cara de asombro - ¡Puta madre no! – pensé despertándome del sueño al cual me sometía su presencia.
No te asustes. No te va a doler. - recalcó.

La doctora sacó una jeringa y extrajo un líquido de unas botellitas de cristal.

Bájate el pantalón – me indicó en tono maternal.

Me sentí nervioso. Nunca nadie me había puesto una mano en mi nalguita (no sin ropa), mucho menos me habían pinchado en aquella zona indudablemente sensible de mi cuerpo.
No tuve más opción, era por mi bien. Así que me desajusté la correa, pero antes que me bajase el blue jean dije: No tengo calzoncillos, no importa ¿no?
La doctora sonrió un poco y yo sonreí con ella disfrutando ambos de mi tonta broma desapropiada.
Ya bueno, bájate un poco nomás”. Obediente me bajé ligeramente mostrando un octavo de mi nalguita. “Un poquito más” - añadió. Sentí en sus palabras un sonido vivaracho, como si fuese una propuesta indecente.
La doctora me cogió con sutileza y me dijo: “Relájate. Estás tenso, así te va a doler”.
Respiré muy profundo y pensé: “Ya carajo, no seas maricón, esto no duele, y si duele te aguantas como los machos”.
La doctora me dio palmaditas en la nalga derecha para relajarme, luego remojó algodón en alcohol y frotó mi tímida nalga indefensa.
No mires - me dijo
Volteé la mirada y cerré los ojos. Me pellizqué el brazo y de pronto sucedió, sentí un ligero pinchoncito inmiscuyéndose por mi retaguardia. ¡Au carajo, cómo duele esta huevada! - me lamente.
La doctora sacó la jeringa y dijo: Ahora el otro – Volteándome y bajándome el otro lado del jean.

Bájame todo si quieres – susurré
¿Qué? – Me respondió
Que me duele todo… el muslo. El muslo me duele todo – respondí nervioso
Ah… sí. Es normal – dijo.
La miré de reojo y vi que sonreía, quizá oyó lo que dije, solo que ella es tan buena que entiende los deseos de un joven tonto que no sabe controlar sus osados impulsos de adolescente fantasioso.

Al final, después de nalguearme, tocarme con cariñito y ser cómplice de mis tontos comentarios, me citó para el lunes próximo para ver como evolucionaba mi estado. Me dio su número telefónico para llamarla si sucedía algo grave o si el dolor aumentaba. Y creo que eso haré ahora, la llamaré y fingiré dolor para que ella vuelva a revisarme y pueda tocarme con esa ternura con la que solo ella sabe dar.

martes, 15 de diciembre de 2009

Mi tío, el héroe

Él era el hermano mayor, el corazón de la familia, el favorito, el idealista, el práctico, el orgullo familiar, en fin, era el hijo deseado, aquel que merece vivir por la eternidad pero por causas del destino se tuvo que irse a destiempo.

Yo era muy chiquito y mi tío había fallecido. Apenas cumplí los primeros 2 años de mi vida y él ya se había ido para nunca más volver. Mario Gutiérrez Montes se llamaba. Casi no tengo recuerdos en mi memoria de él, sólo fotos y algunos relatos breves que mis papás o mis abuelos me contaron en cierta ocasión. A veces me da miedo preguntar por él porque sé que recordarlo causa mucha nostalgia entre mi familia.

Lo poco que me contaron, y es lo que me repiten a menudo, es que, un día, Mario, mi tío, regresaba del trabajo de madrugada, pues trabajaba preparando buffet y algunos tragos para determinados eventos, siempre iba acompañado de su hermano menor, mi tío Humberto, pero por azares del destino ese día mi tío Humberto tuvo que quedarse en casa debido a una fuerte fiebre que lo llevó a estar varios días en cama.

Era muy de madrugada, a minutos de amanecer, mi tío regresaba de un evento. Unos amigos lo jalaron en un auto hasta el ovalo de la Rotonda, a una cuadra de la avenida La Molina. Él bajó del carro ignorando su cruel y fatal destino. Sus amigos se despidieron y él se quedó esperando algún taxi que pasara para que lo llevase a casa.

Vestía traje y corbata. Muy elegante él. En la mano traía consigo un pequeño maletín donde llevaba algunas herramientas de trabajo. Esperó un buen rato un taxi pero por desgracia no pasaba ninguno. De pronto, escuchó a lo lejos un ruido de tacones, un ruido que se oía cada vez más fuerte. Mi tío miró hacía todos lados muy alerta tratando de descifrar qué era aquel sollozante sonido. A lo lejos visualizó una silueta, era una mujer. Corría en dirección hacia mi tío desesperadamente. Mi tío no entendía nada, anonadado miró como la chica se acercaba.

Cuando la chica estuvo cerca de mi tío, él la detuvo e impávidamente le preguntó si le sucedía algo, si le podía ayudar, ofreciéndose fielmente como su protector. La mujer se mantuvo en silencio y lloraba descontroladamente tapándose el rostro con ambas manos. Luego alzó la mirada y abrazó a mi tío fuertemente. Le explicó con voz entrecortada que unos tipos la habían ultrajado unas calles más abajo.

Mi tío se quedó perplejo tras oír las palabras de la chica pero no quiso demostrarlo, muy al contrario permaneció sereno para no inquietar a la agraviada. Trató de alivianar mediante palabras de consuelo el enorme susto a la que fue sometida aquella señorita. Obviamente no pudo. El momento agrio que vivió la chica nublaba todo uso de razón. No había cómo salvaguardar las conmovedoras lágrimas que brotaban de sus ojos.

De pronto, un carro se estacionó delante de ellos, desafortunadamente mi tío tuvo la imprudencia y el grandísimo error de quedarse con la mujer en el óvalo, pensando que ya todo había pasado, que nada malo podía suceder.

Bajó un tipo del auto frunciendo el ceño y en tono prepotente ordenó a mi tío que dejase a la mujer, pues supuestamente ella era su esposa. La mujer, al ver al tipo, echó a llorar. Se intimido de inmediato y le susurró a mi tío con voz temblorosa: “Él. Él es el que me violó”.

Entonces mi tío se puso delante de ella, no permitiría que nada malo le pase a la pobre chica ni tampoco permitiría que la siguiesen molestando aquellos cobardes seres inhumanos. Así que con ingenua audacia y velocidad, sacó un cuchillo enorme de su maletín, un cuchillo de unos 40 centímetros, y trató de defenderse. Aquella arma que usó esa noche, lo usaba generalmente para cortar frutas y revenar trozos de carne, sin embargo ese día lo ultizó para mostrar rudeza e implantar miedo en aquel tipo.

De inmediato, un chico gordinflón de mediana estatura bajó del auto al ver que mi tío había sacado el cuchillo para atacar a su compañero. Trataron de intimidarlo. Eran dos contra uno. Mi tío y su cuchillo contra los cobardes bribones.

Los dos tipos intentaban, con actitud de malhechores, darle una paliza a mi tío. Le hicieron soltar el cuchillo a la fuerza y empezaron a golpearlo. Recibió muchas patadas. Y en el pobre intento de defenderse, mi tío Mario golpeó con su maletín a uno de los malvados tipejos, ahí fue cuando el tipo afectado en señal de venganza, cogió el cuchillo que estaba tirado en el suelo y apuñaló a mi tío en el estomago.
La mujer impactada por el tremendo acto vandálico, gritó pensando que a ella también tendría el mismo destino cruel. Los tipos se asuntaron al ver a mi tío agonizando, y peor aún, por los gritos de la mujer. Así que subieron al auto y huyeron.
Mi pobre tío pagaba con sangre su gallarda actitud por defender a una señorita desconocida. El piso se tiñó de rojo y mi tío dejó de vivir mirando el último amanecer de su vida.

Jamás me contaron cómo se enteró la familia de ese accidente, pues cada vez que alguien intenta recordar lo que sucedió con mi tío Mario, echan a llorar. Rompen en llanto y evitan todo detalle, por el simple hecho de no abrir la herida en el alma que dejó su partida. Solo me quedan las escasas fotografías que conservo en mi álbum de fotos, cuando él me cargaba entre sus brazos y sonríe irónicamente por tener a un sobrino tan llorón como yo, pues en todas las fotos que salgo con él, siempre lloro.

No lo lean

Ya no sé qué sentir. Pensé tantas cosas, tantas ideas ingenuas. Ideas que no tenían fundamento y que ahora sólo son una absurda realidad descabellada. Ya no interesa los tiempos ni las palabras. Y qué va a interesarme si todo se ha dicho ya. Más palabras simplemente alterarían el orden sentimental de un corazón malherido.

Qué pena, pudo haber sido mejor.

¿Ahora qué sucederá?, ¿Qué pasará con aquellos juramentos de amor que no se realizaron y que nunca se realizarán? Seguro encontraste un motivo suficiente para marcharte. No lo sé. Tampoco pretendo justificar la razón de tu abandono, de esta cruel soledad a la que injustamente me has sometido. Me siento como no debería sentirme, y no es culpa tuya, sino mía por amarte como lo hago. Me enamoré perdidamente y no fue un error. El error sería, en todo caso, que tú no hayas sentido lo mismo.

Me enamoraría nuevamente de ti una y mil veces más. Me enamoraría incluso sabiendo que al final perderé, sabiendo que te irás y terminaré abandonado llorando sin consuelo, acompañado únicamente por tu recuerdo, por el recuerdo que un día nos perteneció y que hoy me lastima.

Hace unos minutos entre al Facebook y vi un comentario tuyo donde decías que ya te habías librado de mí, que estás feliz llevando la vida que llevas, y que tarde o temprano esto tenía que suceder. ¡Qué injusta eres! Si tan solo me hubiese ido a dormir sin fisgonear las estúpidas redes sociales que esta vez me jugaron una mala pasada, hubiese sido tan distinto todo. Quizá ya estaría durmiendo. Ahora comprendo que viví un amor histriónico. No sabes de qué consta el amor. No lo sabes porque tú no te has enamorado como yo de ti.

Sentí que un sudorcito frío se apoderó de mi alma y sometió mi cuerpo a un vacío espantoso cuando leí lo que habías escrito.

Me río y escribo. Escribo y sé que no tiene sentido hacerlo. No debería ni siquiera desperdiciar mis pensamientos en estas líneas frías e inútiles.
El sonido de la música que ahora escucho me consume. Cada palabra que escribo me hiere el alma como si tuviese mil espadas atravesándome el corazón.
Mientras mi rostro sonríe hipócritamente, sigo escribiendo estas líneas sin sentido. Mi alma llora y se lamenta de lo que pudo ser y no fue, simplemente porque no se quiso. No fue porque sencillamente nuestras almas no confabularon con un solo propósito, sino que cada quien surcó su camino y decidió enrrumbarse por travesías donde ya no había regreso. Yo volví mil veces contrariando esa lógica, contrariando mi destino, pero nunca nada funcionó. Y cómo ha de funcionar si es poco lo que se demostró y, peor aún, nunca le diste valor a mi amor

Espero estas sean mis últimas, sino la última, prosa triste que escribo en el año.
Todo pasa. Todo tiene un límite. Lo sé. Absolutamente todo tiene su final. Espero este sea el tuyo.

Mi alma está a punto de colapsar por tu actitud mezquina.

¿Culpable? Jamás lo encontraré, pero puedo asegurar que no complaceré el capricho de esta pena inconsolable que me mata, pues aunque no sepa cómo solventar este amor taciturno, todavía me queda dignidad. Sabré sobrevivir. Los años que he vivido a tu lado no serán en vano.

Es una pena porque siempre el recuerdo estará vigente en aquellos lugares donde un día te amé con el alma entera. Precisamente ahora la nostalgia se instala en mí, como si estuviese predestinado, como si se adjuntará a mi vida y esté condenado al sufrimiento eterno.
Por qué carajo me prometiste un mundo distinto si al final me ibas a dejar, si me ibas a engañar con un pillarajo malnacido. Tus palabras ya no valen nada, mujer, se difuminan como el humo del cigarro que ahora fumo.

Es poca la compasión que me queda. Espero todo esto culminé pronto. Esta vez lo superaré, estoy seguro que sí.

Hace unos instantes moría de sueño, ahora el sueño se ha esfumado y ha cedido el paso al rencor y al llanto. Me siento engañado por mí mismo. Y lo peor es que no tengo derecho a reprochar nada. Sólo quisiste experimentar conmigo en el amor. Fui tu rata de laboratorio.

Quizá esta historia pudo haber sido distinta, quizá pudo haber tenido una felicidad prolongada, pero ahora toda la fantasía queda ubicada en la vanidad de los sueños incumplidos, sueños que poco o nada importan a estas alturas. Las mentes echadas andar por polos distintos realizarán mejores logros individuales, ya no dependemos de nadie, ahora somos libres. Ve por donde quieras, yo haré mi camino sin ti.

Lo que un día fue fuego, hoy no es ni cenizas, sino tan solo escombros de lo que fue y nunca terminó de culminarse. Como todo, como nada, y qué importa todo y nada si así es el amor de extremista. Ya nada queda del ayer, sólo líneas de recuerdos imborrables donde estás tú, donde estoy yo, donde un día fuimos tú y yo y ahora no somos nada.

miércoles, 2 de diciembre de 2009

Poema V

Fuiste para mí
lo que nunca fuiste para otros,
fuiste para otros
lo que nunca fuiste para mí.

Fuiste lo que eres
y serás lo que fuiste
aurora de un día oscuro
y tiniebla de mil noches cálidas

Carta a mamá

Hola mami:


No ha pasado mucho tiempo y aún recuerdo tu mirada de mamá estricta, bondadosa y querendona.
Siempre he admirado tu carácter de mujer rígida. Te juro que a veces me gustaría ser como tú, pero por más que lo intente estoy seguro que jamás podré llegar a ser la genial persona que eres.
Te quiero mami. Te quiero aunque no lo diga muy seguido. Te quiero a pesar de tus mil sermones. Te quiero aún a la distancia. Te quiero porque te debo la vida, porque, a pesar de todo, tú siempre me vas a querer.
Creo que no existe palabra alguna para poder expresar el cariño que te tengo, pero al menos deseo hacértelo saber mediante mis líneas.
Mami, siempre he sido un tonto, pues no me comporto de la manera como tú quisieras que lo haga. Esa manera especial, tierna y cariñosa que existe entre una madre y su hijo. Pero créeme, lo intento, solo que siempre fallo. No sé por qué contigo todas las cosas me salen mal.
Creo que nunca llegaré a ser el hijo que tanto soñaste, pero tú sí, tú siempre serás la mamá que todo hijo desea tener.
Sabes, si he de volver a vivir, me gustaría volver a nacer de ti. Eres la mejor mamá del mundo.
Sé que al término de la primavera volveré a tenerte cerca. Lo sé porque tú así me lo has prometido, y yo confío en ti.
Te extraño mami. Te extraño muchísimo. Quiero acabar estas breves líneas diciéndote eso, que te extraño.

sábado, 28 de noviembre de 2009

Poema IV

Me pierdo en tu fértil fragancia
de damisela ausente,
añorando descifrar
qué hay en tu singular mirada distante,
pero no puedo
porque siempre te vas.

He buscado idóneos momentos para conocerte
pero no puedo
porque siempre te vas

Te he dibujado mil veces en mi mente
y he osado tocar tu rostro en mis pálidos sueños,
sueños donde nunca te has ido
porque en la realidad
siempre te vas

He intentado rozar mi mejilla con la tuya
pero no he podido
porque siempre te vas

He querido saludarte esta mañana
pero no he podido
porque como tantas otras veces
igual te has ido.

¿Sabes? Cada vez que te vas
Mi alma exaspera incontrolablemente
como el triste rocío del alba

Quizá si mañana no te fueras
sepas lo que quise decirte hoy
Cuando te fuiste...

viernes, 27 de noviembre de 2009

Noche de sexo desenfrenado

Lima es acogedora y comprensible, tan comprensible que puede saciar el apetito sexual de algunos jóvenes curiosos con tan sólo algunos soles


Sábado, 11:30 de la noche. Me encuentro con mis amigos en la avenida La Molina para ir a una fiesta en Rinconada del Lago. Daniel y Leandro, así se llaman ellos. Los saludo, les digo para ir a comprar cigarros. Ellos aceptan. Mientras caminamos a la bodega más cercana alucinamos ingenuamente que encontraremos chicas lindas que nos harán caso, que bailarán con nosotros toda la noche y estarán libres y dispuestas a disfrutar de nuestra compañía. Y si la fortuna está de nuestra parte, Daniel encontrará por fin una enamorada, porque una vez nos dijo ridiculizado: “estoy preocupado, mi mamá piensa que soy gay. Creo que es porque nunca he llevado a ninguna chica a mi casa, ustedes son los únicos que me llaman por teléfono y preguntan por mí”.

Al llegar a la fiesta, nuestra ilusión de encontrar chicas bonitas y una fiesta idónea se desploma, se desmorona porque vemos un ambiente aburrido. Escasas personas, música inapetente y estridente, poco agradable para pasarla bien toda la noche. Decidimos quedarnos un par de horas. La idea no funciona porque a los pocos minutos nos vamos. Nos marchamos sin beber un solo sorbo de alcohol.

Daniel se molesta. ¿Adónde vamos a ir?, nos pregunta. Leo y yo quedamos mudos. No sabemos adónde ir. Leandro prende su pucho, Daniel mira su reloj y yo observo lo que hacen ambos. Al final decidimos irnos de “cacería” – en realidad a una discoteca, pero le decimos así en honor a un viejo amigo –. Nos embarcamos en un taxi y nos vamos en busca de una diversión sabática llena de tragos y cánticos ensordecedores que de seguro habrá una vez que estemos ebrios.


En el camino se cambian los planes. A Leandro se le ocurre la genial idea de visitar un burdel. Todos reímos.

- ¿Oe para qué voy a ir a un burdel si yo tengo enamorada?– digo irónicamente. De inmediato me clavan la mirada y me golpean.

La idea de ir a un burdel en busca de chicas complacientes que hacen caridad sexual por algunos billetitos, es buena. Es tan buena que incluso el señor que maneja el taxi nos recomienda uno. Nos dice que él podría llevarnos, pero nos costará algunos soles extra. Nosotros aceptamos.

El señor, como todo taxista historiador, nos cuenta sus aventuras de adolescente, nos dice que antiguamente los jóvenes perdían su castidad de esa manera: que iban a un burdel y allí tenían su primera experiencia sexual. Hecho que no me extraña pues mi papá ya me había contado algo parecido algún tiempo atrás. Incluso, hace algunos años, cuando estaban tarrajeando la fachada de mi casa, el tipo que tarrajeaba me dijo con cara de pajero compulsivo:

- oe chino, ¿ya te levantaste alguna flaquita?
- No, señor, todavía.
- Puta, no sabes lo que se siente – me dijo mostrando una ligera sonrisa demoníaca en el rostro – Dile a tu viejo que te lleve a debutar a un burdel, vas a ver qué rico se siente culearse a una jermita.

Aquel mismo día se lo comenté a mi papá, le dije que el señor tarrajeador me había dicho que es rico ir a un burdel, que yo ya debía debutar, que ya estaba en edad. Mi papá al oírme se quedó boquiabierto, pasmado, inerte. Lamentablemente me dijo que nunca me llevaría a uno de esos porque él me quiere, y que si tengo que tener mi primera experiencia tendría que ser con una chica a quien yo quiera de verdad.

Al día siguiente mi papá despidió al señor. Nunca le pagó.

Bajamos del taxi, vemos una cuadra repleta de burdeles. Le pagamos al taxista la carrera y le agradecemos por su solidaridad al habernos recomendado burdeles. No sabemos adónde entrar. En las puertas de los burdeles hay chicas de bellas formas corporales, vestidas con minifaldas y topcitos con tiras que les deja el torso descubierto.

Cada uno prende un cigarro y entramos a “Poseidón”, un burdel que tiene como publicidad: “2 x 12 la cerveza”. Al ingresar, todos nos miran. Hay muchos hombres que están sentados en cómodos sillones con mujeres de formas adecuadas para una buena faena sexual. El ambiente está decorado con publicidad de algunos tragos muy reconocidos. La luz tenue y colorida hace notar que es un lugar variopinto repleto de hombres y mujeres de distintas características. Nos sentamos. Dos tipas se nos acercan y nos preguntan qué vamos a tomar. Una se llama Lorena y la otra Verónica. Les decimos que nos traigan tres cervezas. Las chicas obedientes nos traen la cerveza y, sin pedir permiso, osan sentarse a nuestro lado. Lorena se sienta al lado de Leandro y Verónica al lado de Daniel, yo sólo observo, como haciendo barrita. Verónica es alta y delgada. Tiene el cabello negro y una sonrisa coqueta. Un cuerpo espléndido. Sus senos son pequeños pero sensuales. Está vestida con un atuendo transparente. Lorena, por el contrario, es baja y tiene el cabello ondeado. De mirada vacía, como si no le gustase estar en ese lugar.

Al terminar las tres primeras cervezas, pedimos tres más. Después de haber bebido algunos vasos, Daniel y Verónica se paran y se dirigen a una especie de cuarto íntimo sin puerta, solo cortina.



Leandro está feliz. Lorena le besa el cuello y le hace caricias inapropiadas por determinadas partes de su cuerpo, como incitándole a tener sexo. Yo lo miró, fumo mi cigarro, bebo mi trago y sonrió. Luego Lorena se para y se sienta encima de mi amigo. Él me mira atónito. Ella empieza a moverse con sensualidad. Poco a poco el movimiento va acelerando y fluye con mayor rapidez. Leandro parece estar excitado, como disfrutando los movimientos de aquella chica. De pronto, como para no perder el ritmo, Leandro frota con su inquieta mano los senos de la chica y ella se sacude aún más. El momento es increíble. Me divierte Leandro, la chica y la postura de ambos. En una de esas vibraciones frenéticas la mano de Leandro desciende del pecho de la chica para explorar zonas más íntimas, el sólo hecho de verlos me genera una erección inmediata, llena de lascivia.

Al igual que Daniel, Leo desaparece con la chica, pero no logro saber adónde, quizá fueron a apaciguar esas ganas calenturientas que se les ha originado de tanto toqueteo.

Paso largo rato fumando y bebiendo solo, vislumbrando a todas las parejas artificiales de aquel lugar que sólo están unidas por el morbo escurridizo de satisfacer sus deseos lujuriosos, con el fin de copular y fingir una absurda felicidad orgásmica. Es un trueque justo: las chicas entregan su cuerpo y los hombres su dinero.

Pasan los minutos y empiezo tener sueño. Mis amigos no aparecen. No sé si pedir más cerveza o dormirme hasta que salgan de su actividad sexual. Empiezo a cabecear, mis sentidos se nublan y ya no soporto más, el sueño me consume. Cuando estoy a punto de darme por vencido, Daniel sale de aquel oscuro lugar erótico. Exhausto. Me mira y sonríe victorioso, como si hubiese tocado la gloria. Pedimos tres cervezas más. Voy al baño, me lavo la cara y estoy nuevamente sobrio. Daniel se sirve cerveza a vaso lleno, como campeón. Yo solo la mitad.

Verónica, la trabajadora sexual que estuvo con Daniel en aquel lugar oscuro y siniestro, donde presumo que han de haber tenido algo coital, se me acerca, se sienta a mi lado y me hace cariñito. Al principio me causa gracia. Empezamos hablar. Me sofoco, estoy con el bultito en la entrepierna inquieto y rígido. Verónica empieza a acariciarme la pierna. Me pongo tenso. Ella sigue. Su mano sube hasta tocarme el bultito en la entrepierna. Mi muchacho se impacienta, disfruto su caricia. Mientras está frotándome el pipilin siento un ardor terrible. Me quejo, le digo que se me abrió la capuchita. Ella se ríe. “Vamos para que me la metas, mi amor”, me dice muy sensual. Miro a Daniel y me pongo nervioso. No sé qué hacer, me da ganas de desnudarme ahí mismo y agitarme encima de Verónica. Me aparto un poco y me sirvo más cerveza, como dándome valor. Después pienso en mi enamorada, pienso en que no debo fallarle. Por más deseos que tenga de estar con Verónica y saciar este apetito sexual que ella me ha provocado, decido no hacer nada, así que me pongo firme y le digo que no me fastidie, que me deje en paz, que sólo fui a ese lugar para acompañar a mis amigos, que a ellos les falta experiencia, no a mí. Daniel me mira sorprendido. “Putamadre, que dije”- pienso. Verónica se levanta del sillón muy enojada y me dice: “Chibolo de mierda, ¿Para eso vienes? ¿Acaso no te excito?”, robando la atención de todas las personas presentes. Ni la música estridente es capaz de aliviar aquel bochorno.



Me levanto ofuscado. Le digo a Daniel para irnos. Él se rehúsa porque no sabe dónde está Leandro. Pienso que seguramente Daniel no se quiere ir porque la chica esa, Verónica, la que viste con prendas diminutas ha alborotado sus testosteronas y de seguro quiere otro polvo con ella. Me enfado. Lo chantajeo, le digo que si no me acompaña me iré solo. No tiene más opción. Para mi buena suerte Leandro aparece encapuchado fumándose un pucho. Le digo inmediatamente para irnos: “ya vamos ps”- me dice sin oposición alguna. Pedimos la cuenta. 81 soles – nos dicen en caja. Reclamamos. Decimos que sólo hemos tomado 9 cervezas, que afuera en la publicidad dice que las cervezas están 2 x 12. El señor que atiende en caja nos dice: “sí, están 2 x 12, pero sólo hasta la medianoche. El precio normal es s/ 9.00 c/u”. Pagamos resignados. Salimos. Daniel le cuenta a Leandro lo que me pasó con la chica y empiezan a burlarse de mí. Me apanan, me lapean. “Por qué serás tan cojudo” – me reprochan - "Te vas a quedar casto y aguantado" añaden. Me quedó callado y prendo un cigarro para consolarme. Luego Daniel nos comenta soberbiamente: “pucha, huevones, la puta se mueve bien. Cacha rico. Lo malo es que me cobró 10 lucas por un condón, además me ha dejado la huevada adolorida. Le hubiese pedido descuento ¿no?”. Me río y me atoro con el humo del cigarro, luego Leandro añade: “No se vayan a burlar ¿ya?, pero…” – se baja la capucha y nos muestra su cuello lleno de chupetones horrorosos, terriblemente visibles. Me río de ambos. Me burlo. A Daniel le venden un condón extremadamente caro y a Leandro le dejan evidencia de su delito sexual. “no soy tan cojudo después de todo” – pienso dándole una pitada a mi cigarro.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La chica de mis sueños



Piero era un niño de 9 años. Tenía el cabello lacio y la mirada triste. Era delgado y alto. Nervioso y tímido, muy tímido. Le gustaba dibujar pero no sabía pintar. Le gustaba contar las estrellas y soñar que algún día él llegaría tan alto como ellas.

Piero andaba triste porque sus últimos días de vacaciones se terminaban, sabía que pronto volvería al colegio y, con ello, volverían las responsabilidades forzosas y obligadas que tanto aborrecía; es más, odiaba ser victima de las insoportables madrugadas en las que tenía que levantarse para vestir el tonto uniforme estudiantil.

- Pierito, levántate. Vas a llegar tarde a tu primer día de clase – Dijo doña Elena, mamá de Piero, un lunes a la 5 de la mañana.
- Ay mamá, un ratito más. Todavía es muy temprano… - se defendió Piero somnoliento.
- Nada que un ratito más, levántate de una vez – dijo doña Elena frunciendo el ceño.

Piero tuvo que levantarse aburrido y con mucho sueño, y, sin darse cuenta, su mamá lo desvestía y lo llevaba a la ducha para bañarlo. Obviamente a Piero no le gustaba que su mamá lo bañe, él se sentía grande y no necesitaba ayuda para asearse, era suficientemente capaz para lograrlo solo; además, su miembro viril se estaba desarrollando y le daba vergüenza que su mamá se diese cuenta de ese detalle. Por eso, él evitaba que su mamá lo jabone, pero su débil intento siempre resultaba inútil.

Después de un sumiso y humillante baño madrugador, Piero tomó desayuno y se marchó al colegio; claro, bien peinadito y perfumadito, con el típico uniforme que caracterizaba a su colegio: pantalón plomo, camisa blanca, chompa azul y los temibles zapatos nuevos que solían ser atemorizantes los primeros días de clase, debido a que sacaban ampollas insoportables.

- Chau Pierito, que tengas un buen día - Se despidió doña Elena de su hijito, dándole un besito en la mejilla. Piero subió a su movilidad rumbo al colegio.

Debido al caótico restringimiento vehicular, Piero llegó tarde a su primer día de clase. La encargada de la movilidad tuvo que excusarse ante la profesora.

- Buenos días. Disculpe la tardanza. No volverá a pasar… – dijo la encargada de la movilidad.
- Descuide, con este tráfico a cualquiera se le hace tarde – respondió efusiva la profesora. – Vamos pasa – añadió dirigiéndose a Piero.

Piero ingresó con cierta candidez al salón dando sus primeros pasos con evidente timidez. Luego, alzó la mirada para ver donde se iba a sentar pero, sorpresivamente, no caminó más. Su cuerpecito quedó paralizado y su mirada instalada en una niñita muy bonita que se sentaba en la última fila del aula. Piero quedó pasmado pensando en lo linda que era aquella niña de cabello castaño y de puntas onduladas. El rostro de la niña era tan angelical como el dulce cántico de una alondra.

Piero la miró constantemente durante toda la clase, tratando de que ella no se dé cuenta de que él la miraba. Incluso, la miraba de reojo para disimular un poquito.

Así pasaron las primeras semanas, observándola de lejitos y enamorándose en silencio.

El solo hecho de verla no bastaba. Piero no dejaba de pensar en ella. Tuvo interés por conocerla y saber más de ella. O tan siquiera, saber su nombre, al menos con eso bastaba. Como todo niño audaz, Piero se las ingenio para averiguar el nombre de la niña. Un día, cuando la profesora estaba tomando lista, Piero anduvo demasiado atento esperando oír que la niña dijera “presente”, al menos esa sería una forma para poder saber el nombre de ella, la niña de quien Piero se había enamorado. De pronto, sucedió, la profesora dijo: “Valeria”, “presente”- respondió enseguida la niña con voz de pajarillo diurno. Piero inmediatamente la miró y suspiró muy alegre.
Los días seguían pasando y Piero era fiel reo de su silencio atormentador, le bastaba tan solo observarla distante y verla sonreír. No conseguía tener el coraje suficiente para poder vencer su ridículo miedo.
Tanto la observaba en clase que decidió dibujarla. Ella no se daba cuenta, pero cada vez que él la miraba, era para memorizar cada detalle minucioso de su rostro y plasmarlo en una hoja de papel.
Piero comenzó dibujando sus ojos, porque él sabía que todo comenzó con una mirada, así que decidió tomar como punto de partida los ojos de Valeria.
Al terminar el dibujo, se desilusionó un poco porque el dibujo no fue tan genial como él esperaba que sea; sin embargo, fue capaz de rescatar ciertos rasgos superficiales y, sobre todo, disfrutó con cada trazo que hizo al diseñar el bello rostro de Valeria.


Aquel día, antes de finalizar el recreo, Piero fue al baño y se lavó la cara, pensó que no podía seguir huyendo. Tenía que afrontar su miedo, y para eso, decidió regalarle a Valeria el dibujo que había hecho.
Sonó el timbre finalizando el recreo y Piero ingresó a su salón para sacar el dibujo. Estaba dispuesto a todo. Sintió que debía darle el dibujo a Valeria. “Es ahora o nunca”, pensó al verla ingresar al salón.

- ¡Valeria!, ¡Valeria! - vociferó desde lejos

Valeria se dio cuenta de que Piero le hacia señas con las manos y se acercó.

- Hola. Dime, que pasó – Dijo Valeria preocupada.
- Nada. Solo quería saludarte y regalarte algo – respondió Piero con voz suave e inocente.
- ¿Qué cosa es? – se entusiasmo Valeria.
- Te dibujé en clase y te quiero regalar el dibujo – dijo Piero mostrando el dibujo
- ¡Que lindo! Gracias. Nunca nadie me había dibujado – dijo Valeria muy agradecida dándole un besito a Piero.

Los ojos de Piero brillaban como luz de estrella. Se sintió inmensamente feliz. Tenía una sonrisa gigante. El ego elevadísimo. Era un momento inverosímil, irreal, utópico.
De pronto, sintió que alguien le sacudió el hombro y con sórdida voz le dijeron: “Piero, Piero. Levántate. Te llama tu amiguito Eduardo por teléfono
Piero abrió los ojos, y se dio cuenta que todo había sido un sueño…

martes, 10 de noviembre de 2009

06/11/09

El amor no sabe de excusas, solo actúa y se entrega. No conoce de límites ni peros, solo ama y se deja amar, es como un oasis, siempre da esperanza.
Que ironía… el amor, el amor, el amor; incomprensible y sencillo a la vez, teje sueños y termina siempre a destiempo.
Ya casi es de día. Pronto el sol cubrirá con su amarillento manto el ancho mundo y abrirá paso a los habitantes de esta tierra fría. De seguro aquellos durmientes volverán a la vida después de un prolongado sueño nocturno; mientras yo, yo recaeré en mi pálida cama para pagar las consecuencias de mi desvelador hambre literario.

Son días extremados los que no consigo dormir, debido a que ando pensando en el abrumador hecho que me hace padecer de mi habitual sueño: el amor.
Anoche mostré una historia sencilla que escribí días antes y que tiene gran valor para mí. Esperé ser feliz y hacer feliz a la persona a quien se lo dedicada; sin embargo, nada resultó, lo que fue una inmensa alegría al principio, fue contrastando con temas inadecuados y hechos futurezcos. Y es que, cada vez que se intenta predecir el futuro, se arruina el presente, y así sucedió conmigo, me dijeron que pronto el tiempo para mí no existiría, que mis visitas con ella serían tan efímeras como el nombramiento de un rayo, pues este desaparece antes de ser nombrado. Para mi mala suerte, la encargada de decírmelo fue ella misma, mi enamorada.
Ahora, justo hoy, ella piensa que es culpable de mi soledad y mis tristezas.
Piensa que cada palabra suya es solamente para hacerme sufrir y causarme malos ratos. Piensa que no tener tiempo para verme es el final profesado por nuestra ausencia. Piensa que nuestras vidas ya no deberían estar juntas (aunque no me lo ha dicho, pero yo sé que lo piensa).
Piensa que yo sería feliz con otra chica, una quien sepa darme todo ese amor que ella teme darme.
Piensa que yo sería más feliz si ella nunca hubiese llegado a mi vida, y sí, quizá hubiese sido más feliz, o quizá no, quién sabe. Uno nunca sabe cómo pudo haber sido su vida si hubiese tomado el otro camino; además, si en mi presente no existiera ella, tampoco existirían aquellas historias de amor que suelo escribir sin éxito narrativo.
Ella piensa que es culpable de mi soledad, lo que no imagina es que mi soledad no siempre es mala, mi soledad no es atemorizante ni atormentante, sino que a veces es bienhechora y confortante, mi soledad sabe aconsejarme y llenarme de instantes gloriosos, en las cuales sueño fabulosas aventuras mundanas que pretendo escribir en un momento dado. Y es que, la soledad me sirve para apaciguar el sofocante y avasallador desierto que llevo dentro, sobre todo, me ayuda a autoevaluarme con severidad; y ha leer y ha dibujar y ha escribir y seguir escribiendo y ser feliz con cada línea que escribo y gozando del excitante placer que es pasmar mis pensamientos en una hoja de papel.

Ella piensa que viéndonos a diario, o por lo menos varios días a la semana, bastará para amarnos y ser felices, pero equivocada creo que está, pues las relaciones no se alimentan de visitas, sino de amor, sencillamente de amor, y a eso hay que temerle más, a no demostrar amor.
Ella piensa que no me demuestra su amor, piensa que yo soy detallista, pero que ella no puede serlo porque tiene miedo a hacer las cosas. Por lo pronto le he dicho que: “uno puede que sea detallista pero eso no demuestra amor, uno puede no ser detallista y puede amar con el alma entera; además las personas detallistas hacen sus detalles porque les nace hacerlas, no porque se sienten obligadas, y tú te sientes obligada porque yo las hago”, a decir verdad, no me gustaría que ella me demuestre su amor, pues si no le nace, de nada sirve, que guarde sus detalles para otra persona. Sospechó que quizá yo soy el preferido de sus ojos y su cuerpo, mas no de su corazón. Pero solo es una sospecha, ella solo sabe la verdad, solo ella.
Ella cree que hablar por teléfono conmigo solo perjudica nuestra relación, pues nos malentendemos y a menudo terminamos peleando; sin embargo, ella es la que siempre me llama.
Ella mira el cielo recordando nuestra promesa de amor, y sabe que algún día esa promesa será cumplida, quizá no conmigo, quizá con alguien mejor, en realidad no importa con quién, lo único que importa es que ella sea feliz, si ella lo está, yo también lo estaré.
Ella cree que mis sueños y sus sueños no entrelazan por ningún motivo, y aunque tenga razón y me duela aceptarlo, admito que eso no importa, pues muy en el alma ambos deseamos lo mismo.
Ella piensa que haber hecho el amor conmigo fue adelantarnos al futuro, lo que no sabe es que yo no creo en el futuro, creo más bien en la seducción de la carne y los deseos de la piel, creo en disfrutar cada instante a su lado para convertirlos en recuerdos imborrables y disfrutarlos luego, en algún día de soledad.
Ella suele preocuparse excedidamente por nuestra relación cuando presiente el final, pero no se da cuenta que hay que preocuparse más por mantener vivo nuestro amor día tras día.
Ella suele reclamarme afecto, pero no se da cuenta que mi afecto está en cada detalle, en cada mirada cómplice que nos damos antes de amagar la luz, en cada beso tentador que le regalo a oscuras, y si no ha de bastar aquellos humildes obsequios de mi ser, pues diré que el mayor afecto que tengo, es por ella, y si no me cree, es porque mi afecto es tan grande que no lo puedo demostrar.
Ella piensa que yo tengo experiencia en el amor, pero nadie tiene experiencia amando, ni el Dios mismo que es mil veces más omnipotente que cualquier ser humano. Es más, hace un tiempo escribí como semblanza de mi blog “Qué es el amor sino la complejidad de lo inexplicable”, quién me viera ahora, siendo, yo mismo, personificación de mi propia introducción. Pues no sé qué es el amor, no porque no lo sienta, sino porque es tan difícil comprenderlo; aún así, ella dice que yo tengo más experiencia en el amor…

Ella piensa que porque yo no soy celoso soy un mal enamorado, pero ¿De qué diablos sirve celar a quien te ama? ¿Acaso el amor no se basa en la confianza? Entonces, ¿De qué carajo sirve mostrar desconfianza?
Ella sabe que escribo porque es lo único que sé hacer, y a pesar del desdén que existe en nuestro entorno hacia las letras, sabe que mi vida dependerá de eso, de escribir. Lo que no se imagina siquiera es la satisfacción que encuentro escribiendo. (Escribir lo que siento, claro, como si fuera gran cosa. Todo el mundo escribe, lo único que me diferencia son mis sentimientos resentidos de una vida que no elegí pero desenvuelvo embalsamada de sueños y carencias paulatinas. Sé que no es una destreza ni mucho menos un talento escribir mis pensamientos torcidos y algo dementes, pero si de algo estoy seguro, es que me ayuda a limpiar la imperfección de mi alma y me repone de un enmarañado océano turbio, haciéndame galopar al final, por remotos lugares imaginarios de auténtica tranquilidad).
Ella piensa que tenemos secretos de amor, pero no sabe que todos los secretos que tenemos se los he confesado a mis escritos.
Ella piensa que es bonita porque yo se lo digo, y piensa (aunque no estoy seguro) que estoy con ella por su apariencia física, y equivocada quizá esté, pues la belleza no es amor, y si así ha de ser, pocos serían quienes amen.
Ella cree que debo ser más cariñoso cuando estamos con nuestras amistades, yo creo que el mejor cariño que le puedo mostrar es cuando estamos solos.
Ella a veces me hace daño inconcientemente y no sabe que sufro a escondidas, tampoco sabe que callo porque prefiero guardarme el dolor, pues si se lo digo, ambos sufriremos.
Ella disfruta mi presencia y se pierde con mis besos, sabe lo que es amar y sertirse amada, a veces sabe mucho, y a veces sabe nada.
Ella quiere que la llame por teléfono ésta noche, y, sin embargo, hace unos días me dijo que no tiene tiempo para nada. Yo pienso que en vez de hablar con ella un minuto por teléfono, podría invertir ese minuto en ir a buscarla y darle un beso.
Ella teme serme sincera porque piensa que me hará daño, pero no se da cuenta que más daño me hace ocultándome las cosas.
Ella piensa que estoy enamorado de ella, pero no imagina que cuando escribo, me enamoro más de mí.
Ella se hace problemas con asuntos inútiles, si organizara mejor su tiempo se daría cuenta que siempre hay tiempo para todo.
Ella no es culpable de mi rencor, pero podría serlo si sigue con sus ideas absurdas.
Ella se justifica siempre con su inmadurez, pero aún siendo inmaduro uno se da cuenta de las cosas que hace y dice. La inmadurez es muestra de inexperiencia no de discernimiento.
Ella me obliga a cenar juntos y perder el tiempo comiendo dulces, yo pienso que la mejor cena es tenerla una noche en mi cama, haciéndome el amor.
Ella ama su cabello, y yo la amo a ella.
Ella ama a su familia, y ama a sus amigos.
Ella dice amarme, y a veces yo no le creo.
Ella se enfadará al leer esto, pero es lo que pienso.
Ella es complicada y a veces creo que no me quiere ver.
Ella anhela tomarse una foto conmigo para inmortalizar un momento de compañía, pero no sabe que a mí no me gusta tomármelas.
Ella siempre está sonriente, sabe que me encanta verla feliz aunque muchas veces no sea a mi lado.
Ella se atemoriza al oír la voz de su mamá diciendo que me tengo que ir, yo sonrío internamente y pienso que ella es todo en mi vida.
Ella desea (lo presiento) volver hacer el amor conmigo, lo que no sabe tal vez, es que yo también lo deseo.
Ella nunca olvidará las veces de locura que vivimos en determinados lugares peligrosos.
Ella algún día recordará mi nombre y sabrá que en algún momento de su vida hubo un hombre que pensaba en ella día y noche, hora tras hora, sueño tras sueño, y que la amó a pesar de todo y trató de hacerla feliz aunque muchas veces no lo lograba.
Ella, ella, ella. ¿Y quién es ella? Pues ella misma lo sabe…

07/11/09

No ha pasado ni dos días y ya estás perdiendo tu tiempo.

Dices que no tienes tiempo para mí, que tienes que modificar tu agenda porque está demasiado llena.
Dices que los días que vienen serán más difíciles y que no podrás verme.
Dices que el 15 de noviembre tienes un show y que te estás preparando para ello.
Dices que tienes que estudiar porque tienes que levantar tus notas en el colegio.
Dices que tienes que acudir a la iglesia ésta tarde y que no sabes a qué hora saldrás, y pretendes que te llame a la noche para vernos un rato, como si yo fuera tu perro faldero.
Dices que tu tiempo es limitado y sin embargo duermes hasta el mediodía, ocupándote justo en el momento en que yo te llamo.
Dices que nuestra relación no anda bien, y sí, es verdad, no anda bien, pero es porque nosotros lo queremos así.
Dices que has aprobado aquel examen que era muy importante para ti.
Dices que tu mamá te está llamando y con esa excusa me colgaste el teléfono, y por más que haya escuchado su voz y sepa que es cierto lo que me dijiste, prefiero hacerme el sordo.
Dices que me extrañas, pero evitas verme prefiriendo dormir hasta el mediodía o irte a bailar a tus show’s.
Dices (o dirás al leer esto) que no te comprendo, y que hago mucho alboroto por tan mínimos problemas.
Dices que decir te quiero es más juvenil que decir te amo, y qué importa el sentido que tenga, lo que importa es decirlo de corazón, y tú no me lo dices desde hace mucho tiempo.
Dices que estás feliz y debido a eso no puedo decirte todo lo que ahora escribo, simplemente porque no quiero arruinar tu felicidad.
Dices que soy un flojo por no haber asistido a clase una semana, pero no sabes que no fui a clase porque necesitaba un momento de soledad para estar contigo (cosa que nunca sucedió), además, quise un momento para pensar que hacía de mi vida, quise estar solo para poder leer aquellos libros de amor que tanto me fascinan, quise estar solo para poder escribir como ahora lo hago.
Dices (o dirás) que soy un tarado por deprimirme muy rápido.
Dices que hago preguntas inesperadas, pero no imaginas que gracias a esas preguntas sé todo lo que ahora escribo.
Dices (porque yo te lo dije) que un sueño nuestro es envejecer juntos y caminar de la mano por estas calles limeñas, (yo me pregunto) ¿Si ahora mismo no estamos juntos, cómo pretendes que estemos juntos con los años?

jueves, 5 de noviembre de 2009

Mi piercing

A menudo las despedidas que tenía con ella se extendían demasiado. De tal modo que, podían llegar a ser horas de besos y abrazos interminables, asegurándonos que nos echaríamos de menos. Yo, en cada despedida, trataba de decirle alguna palabra bonita o dejarle algún beso que sea lo suficientemente soportable hasta la siguiente ocasión en que nos veamos, pero nunca nada funcionaba, todo era insuficiente. Nos conformábamos tan siquiera con llamadas telefónicas o mensajes al celular.

Cada noche que nos veíamos, yo solía quitarme el piercing que tenía en el lado izquierdo del labio inferior, pues creía que el piercing incomodaba nuestros besos, y aunque ella no me lo decía, yo lo sospechaba, por eso siempre habituaba dejar mi piercing al borde de la ventana de su casa.

Su casa era rara, la más rara que conocí, probablemente por el área geográfica donde estaba ubicada. La entrada era por el tercer piso debido a que su casa estaba pegado al cerro y la entrada era por lo màs alto. Su cocina, terraza y comedor estaba en el segundo con vista a una laguna inmensa, y los cuartos en el primero. Ella y yo siempre anduvimos en el tercer piso.

Una noche, cuando nuestro amor tenía esos brotes espontáneos de pasión, yo dejé mi piercing donde solía dejarlo, cerca de la ventana. De pronto, ella empezó a besarme de forma inquietante, yo simplemente me dejé besar. Estábamos en su sala. Su mamá, sus primas y su hermana estaban en la cocina. Ya era tarde y por desgracia me tenía que ir. Nos paramos, nos pusimos frente a frente y caminamos hacia la puerta besándonos, yo de espalda y ella guiándome. Cerca de su puerta, ella me embistió a besos contra la pared, así que empezamos a besarnos desenfrenadamente. Ella, astuta, levantó ligeramente su mano derecha y apretó el interruptor, estableciendo absoluta oscuridad en la sala. Yo, oportunista, empecé a frotar su silueta de mujer con mis manos, le acariciaba tierna y sofocantemente mientras mis labios se desprendían de los suyos para navegar por el tentador océano de su cuello. Su respiración aceleraba y con ello, el peligro de que nos descubrieran se hacia inminente. Ella empalideció, y agitándose me dijo que no sigamos, que mejor me vaya, que si me quedaba unos segundos más cometeríamos una locura.

- “Una locura de amor” – musité.

Ella sonrió y me llevó de la mano hacia fuera y salimos.

- No me quiero ir - le dije.
- Ni yo quiero que te vayas- me respondió - Casi hacemos algo que no debemos
- pero que sí deseamos – le dije con tierna picardía
- Ay, amor, estás loco - Me dijo- mejor vete
- Está bien, me voy pero si me das un último besito – la chantajeé

Me obsequió el beso y la amé aún más, pero sentí que algo me faltaba.
- Pucha, Bonita, ¡mi piercing! – Le dije
- Ay, ¡que tarado! te olvidaste de recogerlo.
- No me hubiese olvidado si ALGUIEN no me besaba pues…
- Entonces ya no voy a besarte – dijo engriéndose

Entramos, y justo antes de que ella prenda la luz para empezar a buscar mi piercing, la cogí de la mano e impedí que encendiera la luz.
Comenzamos a besarnos, a agitarnos, a respirar más de prisa. No soportábamos más, el éxtasis de nuestro amor había llegado al tope, nuestros cuerpos reclamaban amarse por completo a pesar de nuestros miedos. Y así fue, aquella noche, aquella sala, aquella oscuridad, y aquellos cuerpos libidinosos se dejaron consumir por el idilio placentero del momento, y fornicamos con el mayor goce y placer que se pueda sentir, saciando la sed de nuestras almas con el acto de amor más lindo que pueda existir.
Después de tan descarado acto de locura, ella y yo salimos riéndonos de lo que habíamos hecho, y nos echamos al pie de su puerta divisando el acogedor cielo nocturno, repleto de estrellas y de una peculiar luna llena.
Así es como recuerdo ese momento, tirados los dos mirando la luna llena y riéndonos por haber hecho el amor a pesar de lo arriesgado que fue hacerlo. Pues así es como se tiene que actuar en la vida, atreverse hacer las cosas, porque puede que sean pocas las oportunidades que se presenten, o solo una. Al final, solo se recuerda los bellos momentos, y éste, de seguro me marcará para siempre…

lunes, 26 de octubre de 2009

Poema III

Así te amo yo
Con mis miedos y nostalgia
Con mi cobardía y sufrimiento
Con mi audacia y egoísmo

Así te amo yo
Con momentos y recuerdos
Sin finales y comienzos
Con miedo
Miedo a nunca más saborear el tierno pétalo
de tus labios
O quizá, tal vez
miedo a perder la dulce rebeldía de tu encanto

Y a pesar de eso, así te amo yo
En la noche y durante el día
A oscuras y en soledad
Bajo la lluvia y en invierno

Y aunque el paso del tiempo
divida nuestro amor, así te amo yo
Como si fuera mi último suspiro
Temiendo el cruel destino de la vida
Y en días como hoy, así te amo yo

Pensando en nuestros sigilosos encuentros nocturnos
Recordándote bajo el inalcanzable cielo infinito
y amándote aún más
Pues, así te amo yo: con los días que transcurren sin cesar
y me aturde pensar en un incauto final

Como si el silencio me recordase
que soy demasiado indefenso
para solventar este taciturno amor

Pero así te amo yo
Con mis miedos y prejuicios
Con el alma y el corazón
Con mi vida y mis ilusiones

Pues no sé amar de otra manera
Sino tan sólo con la dicha de amar
sin saber su significado

Y así ha de ser
Puesto que de dos formas es la vida
De ser y no ser
De cielo y de mar

Y yo soy porque tú eres
Soy un ave inerte
sumergido en la profundidad
de sus recuerdos


Y a pesar de todo
Así te amo yo
Como si no hubiese otra forma de amar
Sino tan sólo la del corazón

Ahora sé, que el amor es como es
No es ni será sino más que amor

Y así te amo yo
Con el tiempo que trascurre
y amando lo que no sé amar

Pensando lo impensable
Pues pensarte es una excusa
Para amarte aún más
Y así te amo yo…

martes, 20 de octubre de 2009

Si supieras

Una noche, cuando estaba medio alicaído emocionalmente, recibí una llamada telefónica, y como tantas otras veces mi tonta timidez arruino lo que pudo ser y no fue, simplemente porque no me atreví hacer las cosas.
Luego, al colgar, me puse a escribir estas líneas para tratar de despojarme la culpabilidad estúpida que llevaba en el pecho:

El amor no siempre es lo que uno espera que sea, a veces es lo que uno no espera que sea.
Te amo, pero esta vez nada importa. Solo importas tú.
Quise contestar tu llamada con la misma intensidad con la que tú me llamaste, quise decirte cosas dulces como tu me las dijiste, quise alegrar tu noche como tú alegraste la mía, quise tan solo tu felicidad pero lo único que conseguí fue generarte un imprudente sentimiento de tristeza, fracasé en mí débil intento de ser quien tú esperabas que sea, lo siento.
Cuando mi papá me dijo “te llama Sandra por teléfono”, corrí a toda prisa porque moría por oír tu voz, corrí porque nada me acelera más la vida que tu propia vida. El solo hecho de saber de ti hace que mi extenuado cuerpo se inquiete y tiemble de forma extraña, quizá sea la sensación de imaginarte cerca la que me haga tiritar de esa manera tan particular.
Ay amor, es tanto lo que me conoces y tan poco lo que puedes saber de mí.
Mi intención jamás fue arruinarte la noche. No pretendí anular tu entusiasmo, es más, no quise despedirme de la manera como me despedí, así de frío e indiferente.
Tal vez si yo hubiese actuado distinto nada de esto hubiese sucedido. Tal vez si no me hubiese dejado intimidar por las personas que me rodeaban te hubiese hecho medianamente feliz. Tal vez deba pensar más en ti que en el resto, pues el resto olvida pronto, mas no tú. Una vez más amor, lo siento.
Esta noche fue tan desastrosamente desilusionante que, por el bien tuyo y el mío, preferiría no vivir una noche parecida nunca más.
Quisiera volver el tiempo atrás y volver a oír nuevamente de tus labios que me extrañas, quizá esta vez sí pueda decirte lo que pensaba decirte, pero ya es tarde. Si al menos supieras que yo también te extraño, todo sería diferente.

domingo, 11 de octubre de 2009

La mejor cómplice del mundo, mi mamá.

Ha pasado tres años y aún recuerdo el primer regalo que le hice. Y cómo olvidarlo, si mi mamá fue mi gran cómplice aquel día.
Todo comenzó cuando bajé a la cocina a ver qué estaba cocinando mi mamá. Bajé dos o tres veces, no recuerdo bien, lo que sí recuerdo es que mi mamá sospechó, por mi nerviosismo, que yo le quería contar algo. Obviamente tenía toda la razón del mundo. Yo estaba preocupado porque ese día era el cumpleaños de Sandra, mi enamorada.

- ¿Hijito, qué tienes? – me preguntó con voz angelical.
- Nada mami – titubeé.
- Ay hijito, cuéntame ¿Acaso no confías en mí?



En realidad yo no desconfiaba de mi mami, solo que me daba vergüenza pedirle ayuda; sin embargo, ella, siempre linda, supo escarbar en mi corazón y pudo descubrir mi incertidumbre.

- Mami, no te conté pero tengo enamorada.
- ¿Qué…? – dijo pasmada.
- Si mami, tengo enamorada, no te molesta ¿no?
- No amor, al contrario, me emociona oír eso de ti – dijo mientras me miraba con esa mirada puritana que suelen tener las mamás. Luego suspiró, sonrió, me dio besito y me abrazó fuerte.

- Mami, pero aún falta lo más importante.
- Qué cosa mi amor.
- Es que hoy es su cumpleaños y la plata que tengo no me va alcanzar para comprarle algo bonito.
- Pero mi amor, no importa qué cosa le regales, mientras ese regalo sea con todo tu amor, ella sabrá valorarlo.
- No pues mami, tiene que ser algo bonito para que ella me
dé muchos besitos
– ironicé.
- No te preocupes amor, yo te compró un bonito regalo para que tu enamorada esté feliz.
- ¿De verdad? – me brillaron los ojos.
- Sí, amor – respondió con semblante risueño
- Gracias mami, eres lo máximo – la abracé con todas mis fuerzas
- Ya hijito, ve a cambiarte que se te hace tarde para que vayas al colegio.
- Ya mami, está bien – Subí corriendo a mi cuarto consumido por el éxtasis.

Lo que no le conté a mi mamá fue que el poco dinero que tenía, era por una recolecta que hizo todo mi salón un día antes, ya que sabían que yo no tenía dinero para comprarle algo a Sandra, por eso ellos se unieron a la noble causa y, de céntimo en céntimo, lograros juntar algo de dinero para poder comprar el regalo.

Al llegar al colegio, mis amigos se sorprendieron porque yo llegué sin nada, sin ningún regalo ni nada, absolutamente nada. Por suerte, no vi a Sandra. A pesar que ella vivía demasiado cerca del colegio, siempre llegaba tarde.

Expliqué a mis compañeros el plan que hice con mi mamá en casa. Les dije que mi mamá vendría en el recreo con algún regalo bonito para yo poder regalárselo a Sandra. Nadie me creyó. Todos pensaban que me había gastado el dinero.

Los minutos pasaban y yo me preocupaba ¿Y si mi mamá no consigue nada bonito? ¿Y si mi mamá se olvida y no viene al colegio? ¿Y si llega después del recreo? Tantas preguntas se apoderaron de mí.
Mi mente estaba en otro lugar. Casi, casi, estaba soñando despierto.
Pensaba en las palabras perfectas que debía decirle a Sandra al momento de darle su regalo. Pensaba si tenía que saludarla con un besito o esperar a que ella me lo dé. Pensaba tantas cosas, que el tiempo pasó volando.
Sonó el timbre del recreo y mi mamá aún no había llegado. Estaba preocupado. Le dije a mi amiga Karen que vaya al portón para ver si mi mamá llegaba. Temí lo peor. De pronto, Karen vociferó mi apellido muy enérgica – Godoy, Godoy, tu mamá ya vino, dice que bajes - Salí de mi salón y fui con Karen al portón.

- Hola mami – La saludé con un besito en la mejilla.
- Hijito, mira lo que compré para tu enamorada – me dijo


Era un perrito de peluche que estaba dentro de una bolsa de papel, esos donde se suele dar algunos regalos que adornan bien el obsequio principal. El peluche era muy tierno, capaz de enternecer a cualquier persona.



Le dije a Karen que me haga un último favor. Ella aceptó gustosa.

- Karen puedes ir al salón de Sandra y traerla por fa.
- Ya amiguito, yo la traigo.


Mientras Karen iba en busca de Sandra, mi mamá me dio la bolsa de papel con el peluche. Me dijo que sea muy cauteloso, porque estaba dentro del colegio y no podía dar mucha muestra de mi amor por ella, por Sandra.
Al pasar unos minutos, Karen apareció con Sandra. Mi mamá me dijo:

- Acércate hijito, ve y salúdala.
Eso hice, me acerqué y le dije:

- Sandra, feliz cumpleaños – dije, mientras le entregaba su regalo.

Ella se emocionó, quizá no esperaba que yo le regalase algo por su cumpleaños.

- ¡Que lindo! gracias… – dijo enternecida.

Sandra se me acercó, me dio un besito en la mejilla y me abrazó con mucho amor.
Mi mundo se detuvo, el corazón se me estremeció y una alegría infinita se apoderó de mí. Desde lejos, los colegiales jugaban en el patio mientras mis amigos observaban desde el balcón mi maravillosa prueba de amor.
No sé si a ella le gustó mi detalle, pero el solo hecho de verla feliz, me alegró la vida.

Poema II

Te extraño.
Recuerdo tus interminables besos diurnos.
Tu silueta de mujer consume mi mente amnésica, acérrimamente.

Extraño tus labios de guitarresca forma que humedecían los míos en cada apasionante momento.
Extraño tu merodeante voz escurrirse a inoportunas horas del día por mi ser.
Te extraño mujer.

Extraños sin ti son los momentos, pero más extraños son los momentos contigo.
Extrañarte es como el viento, no te puedo ver pero sí te siento.
Ay amor, de seguro idea no tienes del gris otoño que es tu ausencia.

De seguro pasarán los días, semanas y meses, y seguiré siendo fiel reo de tu aventurada piel soporífera.
Tanto, tanto te extraño que poco ha de ser el tiempo sin ti, pues la dicha a tu lado es más eterna que la misma muerte.

Primer beso

Era sábado y Sandra iba hacer una fiesta en su casa por su cumpleaños que fue dos días antes. Como yo no conocía su casa, ella me iba a esperar en la panadería San Marino, una panadería que quedaba muy cerca a su casa.
Yo, como siempre, tardé en llegar.
Cuando llegué a la panadería no había nadie; es más, había pasado una hora desde la hora pactada. No supe que hacer, no tenía ni su número telefónico.
Yo sabía que su casa estaba ubicada cerca de una laguna, así que decidí caminar, quizá en el intento oiga un poco de música, y quizá esa música provenga de la casa de Sandra. Yo conocía esa laguna porque algunas veces había ido con mis amigos del colegio para fastidiar a los patitos que nadaban con sus crías.



Caminé y caminé. Pregunté a un par de wachimanes si sabían de alguna fiesta que había en aquel sector. Nadie sabía nada; sin embargo, uno de ellos me dijo que desde hace un buen rato había visto a un grupito de jóvenes saliendo de una casa. Le pedí por favor que me dijera por dónde vio a esos jóvenes, quizá sea esa la fiesta de Sandra.
Según el señor washiman, tenía que caminar defrente por una avenida hasta llegar a un condominio, pues por allí vio a los jóvenes. Y eso fue lo que hice, caminé defrente, de pronto, vi a dos chicos del colegio, si bien nunca les había hablado, esa noche tuve que hacerlo forzosamente.

- Disculpen ¿vienen del cumpleaños de Sandra?- Si, pero ya nos vamos.
- ¿Me podrían llevar? Es que yo no conozco.
- Está bien, pero vamos rápido que estamos apurados.


Mientras caminábamos, les pregunte sobre Sandra. Ellos me dijeron que Sandra estaba rara, que había salido un rato, pero que al volver, volvió un poquito energúmena.

Al llegar me sentí demasiado nervioso. Los chicos que me acompañaron tocaron el timbre. Nos recibió una jovencita, muy simpática ella. Nos dijo que pasáramos, pero yo fui el único que ingresó.
Cuando ingresé a la fiesta oí que todos dijeron “wooooooow” muy enérgicos, luego vi a Sandra en una esquina con sus comañeros de clase. Ella al mirarme se tapó la cara y salió disparada. Por suerte algunos compañeros de mi salón también fueron a la fiesta, así que me acerqué hacia donde estaban ellos para no estar solo.

Karen: Godoy, eres muy tarado, ¿Cómo se te ocurre plantar a Sandra?.
María: Sí… bien idiota eres ¿no? Eres su enamorado y le fallas.
Yo: ¿Por qué, ahora que hice?
María: Sandra nos contó que había quedado contigo en encontrarse en la panadería a las ocho, pero tú nunca llegaste. Estaba llorando. Volvió destrozada porque nunca te encontró.
Karen: Sí… pobrecita. Ve y habla con ella. Dile por qué llegaste tarde.
Yo: Putamare, la fregué ¿Pueden ir a llamarla, por fa? Díganle que la espero en las escaleras que están en la entrada.
Karen: Ya amiguito, yo la llevo, pero no la hagas sufrir ah.


Me sentí mal. Era la primera “salida” que tenía con Sandra y la dejé plantada. Yo, que decía estar enamorado de ella, le fallé. Ella no merecía un enamorado como yo, no merecía si quiera sufrir por mí. Pero el daño ya estaba hecho, solo debía explicarle y justificar lo injustificable.

Mientras la esperaba sentado en la escalera, planeé mentalmente un esquema que justifique mi tardanza, alguna versión creíble para que Sandra me pueda disculpar.

Sentado en la escalera y con la cabeza gacha oí:

- Hola, Eduardo. Tus amigas me dijeron que quieres hablar conmigo.

Alcé la cabeza y era ella, Sandra. Mi mente se quedó en blanco. No supe que decirle, solo quería mirarla y seguir enamorándome más de ella.

- Creo que es mentira lo que tus amigas me dijeron ¿no? Tú no quieres hablar conmigo.
- No. Sí quiero hablar contigo “solo que eres tan bonita que prefiero mirarte” – pensé – Quiero pedirte disculpas por haber llegado tarde.
- No importa, ya fue. Dijo sentándose a mi lado.
- ¿Estás molesta?
- No. Ya lloré suficiente, así que ya estoy desahogada.

Me sentí culpable al oír esas palabras tristes de sus labios.

- Lo siento, creo que no mereces un enamorado como yo.
- ¿Puedes olvidar lo que pasó? No quiero volver a deprimirme, además ya estás aquí, así que eso es lo que importa.


Admiré su coraje por no hacerme sentir culpable.

- Ya, está bien. Pero igual soy un mal enamorado.
- Sí, se nota, ni siquiera me has saludado.
- Perdón.


Me acerqué un poquito para saludarla. Ella volteó su mirada y la instaló en mi rostro. Me sentí débil, su mirada me intimido pero, a la vez, me fascinó que me mirase de ese modo tan especial. Me fue imposible soportar la ternura que emanaba su cercanía. Fue tan lindo el momento que la besé. Mientras la besaba sentí que todo el cuerpo se me detuvo, hasta los latidos del corazón, fue como estar en otra dimensión, como si no existiese nada, solo ella y aquel primer beso interminable que recibí de sus labios con sutil delicadeza.
Luego me abrazó muy tiernamente y yo a ella. Su cabello traía un agradable aroma cautivador que se entremezclaba con la fragancia de su perfume. No quise dejarla nunca. El solo hecho de tenerla cerca viviendo un inolvidable momento me hacía eternamente feliz. Fue tan perfecto el momento que, los chicos de la fiesta bajaron el volumen de la música para fisgonear nuestro momento de romanticismo juvenil.

martes, 29 de septiembre de 2009

Te amaré hasta cuando tú lo decidas

Te has dado cuenta de las cosas que suceden?
No sé tú, pero yo he aprendido mucho con esta relación que llevo contigo.
Tú eres tonta, y yo por el contrario tan ingenuo. Somos un par de desquiciados que se aman con ironía ajena. Creo que eres ese tipo de chicas que no les gusta pensar en qué fallaron después de un problema.

Después de haber sobresalido de un problema contigo, suelo meditar y tener en consideración el fallo entre nosotros. Al menos, esa es mi forma de conocerte un poco más. Es una forma también, de conocer el tipo de relación que estamos formando.

Nuestra relación no es estable y tú lo sabes. Casi siempre solemos disgustarnos de cualquier torpeza o tontería vana. Aún así, me declaro culpable de esas fechorías inocentes, pues mi indefensa fortaleza sentimental me hace decaer en un silencio tormentoso. Y huyo. Huyo porque no me queda más nada que decir, sino tan solo pensar en un triste amor desamparado.

Hace unos días te dije que tú eras la más débil de los dos, pero creo que me equivoqué. O quizás te lo dije en un sentido figurado y muy particular; sin embargo, analizando el asunto actual el más aturdido y frágil de todo esto soy yo. Yo porque suelo reclinar en un manto de resignación y dudas, sin dar siquiera un solo espacio a la tranquilidad ni a la razón. Y muy por el contrario, mi mundo gira en una orbita de trastornos emocionales, donde el ambiente es gris como el cielo que vemos a diario. No comprendo por qué mi corazón enamorado se torna a ser infeliz, con el único propósito de buscar una venganza falsa y errónea.

Ay amor, si comprendieras el infinito amor que siento por ti, tal vez sepas que nuestra dicha puede que sea más larga y menos pausada.

Por ejemplo, cuando absolutamente todo es como el principio, lleno de felicidad e ilusiones, es ahí cuando siento que mi destino es amarte, pero misteriosamente la sensación angelical se desploma, poniendo fin a un capitulo de ésta, nuestra historia de amor.

Es así que ahora me siento, sin ganas de ser yo ni oír al mundo exterior. Sin tener que preocuparme del resto sino tan solo de nada. Es así como me siento, con un alma frívola y cruel. Perdido en una arboleda utópica. Creyendo en mis dudas; con ambigüedades que se instalan en mi cabeza y me roban los sueños nocturnos. Queriendo ir a tus brazos y oír en tus palabras un consuelo. Oír de tus labios una promesa de amor interminable, y yo te creeré. Creeré como el niño cree en la fantasía, pues así te amo yo, con tus palabras y mentiras.



Pienso a menudo que por tu amor soy lo que quieres que sea, solo pídemelo. No calles como incontables veces lo has hecho. No calles, que para callar ya vendrá la muerte. No hoy. No cuando tenemos aliento para hablar, para deleitar nuestros oídos con palabras tiernas. Solo pídeme que te ame, y yo te amaré hasta cuando tú lo decidas. A cambio de eso amor, quiero que sueñes con mi nombre. Quiero que pienses en mis besos, que de noche me busques en tus recuerdos como las aves buscan la primavera. Quiero que me prometas sinceridad, que no me harás conocer nuevamente la soledad, y que a pesar de todo, no me dejarás de amar. Pues de eso dependería mi vida, de tu amor.

lunes, 28 de septiembre de 2009

A la segunda luna


"Sé que pronto tendremos un mejor mañana, ya volveremos a ser felices de nuevo. Mientras me dure la vida, tú vivirás en ella".




Cada vez que quiero escribirte algo, tengo idea del contenido pero entorpezco al empezar. No sé cómo hacerlo. Mi mente desvaría en un constante caos desalentador y no consigo conceptualizar mi párrafo inicial. Sonará un poco tonto pero es la verdad.

El motivo de mis líneas hoy es porque hay cosas que me pasan y ha nadie puedo contar, pues de seguro no me comprenderían, se burlarían de mí y de mis cosas. Por eso te escribo, porque estos asuntos solo lo pueden entender los corazones enamorados como el tuyo y como el mío.

Ha pasado demasiado tiempo desde aquel lejano adiós y aún así no han de ser los suficientes. Te extraño demasiado. A pesar de que yo me encuentro lejos, tú permaneces siempre cerca, como sol y luna, como mar y cielo, como siempre ha sido, es que te llevo tan dentro de mí.

Los días vuelan como las hojas secas de otoño. Pasan demasiado rápido, pero no para los que esperan, tampoco para los que aman, y yo te amo, quizá no del modo como tú deseas que te ame, pero lo hago.

Hace unos días, escuchando una canción, me perdí en su brillante letra, especialmente en una sencilla frase que decía: “cuando alguien se va, el que se queda sufre más”, quedé estatualizado al oír esas palabras que encierran mucha verdad.

El alma ávida y el corazón trémulo imaginaban nuestro último encuentro, aquella nociva noche impúdica, cuyo cruel destino yacía en nuestra separación, donde prometimos vernos en el alba nocturna de la segunda luna llena.

Es difícil vivir con recuerdos, como también lo es amarte a la distancia.

Pasarán los días y el fin de tu ausencia llegará. Pronto la atenuante crisis sentimental que desgarra nuestros corazones se difuminará como una tarde inverosímil. Pronto te tendré nuevamente entre mis brazos y podré cobijarte de tal manera que llevarás el aroma de mi piel en el tuyo. Pronto beberé de tus labios el vino dulce del amor y embriagaremos empalagados de tiernas caricias. Pronto te amaré como innumerables veces lo hice. Pronto.

Anoche estuve viendo el cielo y observé la misma estrella que, desde que te fuiste, está siempre allí, al oeste, perdida en la intemperie nocturna del cielo infinito, sin compañía ni rumbo fijo. Creo que está allí para cuidarme, para platicar de ti por las noches, y aunque suene tonto, lo hago.

Le cuento que estoy enamorado, le digo que te cuide, pues ella te ve desde lo alto. Le comento también mis planes para cuando nos volvamos a ver. Me paso largo rato hablando de ti. De pronto me quedo sin palabras, me pierdo lentamente en el silencio de la noche y te pienso, te pienso taciturno.

Mis pensamientos ceden ante el cuestionamiento de tu ausencia: ¿Qué hacer si la extraño? Si todo el amor me viene de golpe en forma de recuerdos. ¿Cuántos días más tendrán que pasar? Ojalá y ella no caiga en el manto vil de la desconsolante pena. Sé que no importa el tiempo que pase, mi destino es amarte y así ha de ser.

No tienes idea de lo mucho que me encanta escribirte, pero más feliz me hace ser tu enamorado, y aunque el día esté por llegar a su fin y las aves busquen refugio en algún recinto ajeno, mi corazón aún te espera y seguirá esperando todo el tiempo que sea necesario. Y aunque sea turbulento como el empate de las olas, aguardaré tu regreso con impaciencia, fingiendo ser fiel al consuelo desamparador de la noche.

Sé que pronto tendremos un mejor mañana, ya volveremos a ser felices de nuevo.
Mientras me dure la vida, tú vivirás en ella.

Sé que el paso del tiempo le pone fin a todo, y de seguro lo hará también con nuestro amor, espero solamente que el único culpable de nuestra separación, sea la muerte.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

El novio cobarde

Es viernes. Son las 4 de la tarde. Suena mi teléfono.
- ¿Aló?- contesto.
- ¡Hola Godoy! – dice una voz que no logro reconocer.
- ¿Si? – Pregunto confuso.
- Oye tonto, soy yo ¡María! – me dice.
- Disculpe señorita, con quién desea hablar – Bromeo con voz seria, luego suelto una carcajada y nos reímos juntos.

María es una amiga del colegio. Una chica odiosa, tierna, romántica, especial, atenta, detallosa, simpática, llorona, alegre, locuaz, arisca, en resumen, complicada. Tiene la piel blanca y suele reírse mucho. Me hace renegar siempre. Camina de forma extraña y tiene los pies como los de un pato. Siempre me llama por teléfono. Siempre me cuenta sus problemas. Soy su psicólogo particular.

Me cuenta apresurada que está con Leo, mi compañero de clase en tiempos de colegio y gran amigo actualmente (Leo fue el amor imposible de María durante los últimos años de la secundaria). Me cuenta que están en un parque, que se citaron para verse (Me disgusto pero no se lo digo, no le digo que es muy tonta por encontrarse con Leo a espaldas de su enamorado, pues ella tiene enamorado). Me pregunta si puede venir a mi casa. Le respondo que no. Luego me dice cuándo puede venir. Le digo que tal vez la próxima semana. En realidad no la quiero ver, no porque me caiga mal, sino porque suelo estar solo en mi casa y yo no quiero estar a solas con ella. Me dice que tal vez la próxima semana me visita. Acepto resignado. Nos despedimos. María me dice que volverá a llamarme ni bien llegue a su casa y me cuelga.

Subo a mi cuarto. Pongo música clásica. Trato de terminar un poema que estaba escribiendo antes que sonara el teléfono. Algo me incomoda. Pasan los minutos y no escribo nada. Mi mente se torna despejada, nublada, opacada. Me rindo. Me echo en mi cama y trato de pensar. Olvido apagar la música clásica, la cual me hace dormir y me genera un extraño sueño rotundo. Sueño que estoy frente a mi computadora escribiendo poemas, poemas de increíbles versos. Versos más tiernos que la sonrisa de un niño y tan bellos como los crepúsculos de verano. Sutiles como el deslizamiento de los cisnes en un lago, e infinito como el universo del amor. La dicha es inmensa. Parece todo tan real, hasta que suena mi teléfono y me despierto. Nuevamente es María (ya había pasado 2 horas desde la última vez que me llamó). Intuyo que me contará todo los por menores de su cita.

- Godoy, ¡no sabes! – me dice extasiada.
- Que pasó – Le respondo con frialdad.
- Leo me dijo para ir a tu casa pero como tú no quisiste, no fuimos.
- ¿Qué? Ustedes están locos ¿no? – dije enojado - Leo debe pensar que tú eres una chica fácil, o al menos si yo fuera él pensaría que eres una pendeja. – añadí
- Oye… ¿Por qué me dices eso?
- Porque tú tienes enamorado. Imagínate que él tuviese enamorada y te invita a salir, tú pensarías que él quiere algo contigo ¿verdad? Y pensarías que es pendejo porque te invita a salir teniendo enamorada.
- Pucha, verdad ¿no? es que Daniel me dijo que lo llamara porque él quería verme – se justifica.
- No seas tonta pues, si Leo quisiera verte te hubiese llamado ¿no crees? Tú sabes lo jodído que es Daniel y le haces caso.

María se queda callada.

Me disculpo. Le digo que no fue mi intensión haberle dicho palabras tan fuertes ni mucho menos deprimirla. Le digo que me cuente cómo le fue. Total, las cosas ya pasaron y esto le servirá para el futuro. Se ríe y empieza a contarme.
Me dice que quedaron en encontrarse en un parque que está ubicado detrás de un centro comercial muy cerca de la casa de Leo. Me cuenta también que ella se retrasó media hora en llegar. Cuando llegó, vio a Leo sentado en una banca fumando un cigarrillo. Él no la reconoció. Quizá no de lejos porque Leo es miope. Ella se acercó nerviosa y lo saludó. Como no sabían de qué hablar, fueron a llamarme por teléfono. Después de hablar conmigo volvieron al parque.
Leo le preguntó:

- ¿sigues con tu enamorado?
- Sí, pero mi relación no anda bien. Nos peleamos mucho. A veces quiero terminar con él pero me da miedo echar a perder nuestra relación, además ya tenemos 2 años y se me hace difícil decirle para terminar - Respondió María.
- ¿Lo quiéres? - Preguntó Leo
- Sí, pero no como antes.
- Y por qué no como antes ¿qué pasó? – Añade Leo.
- No sé… - dijo María deprimiéndose y agachando la cabeza.
- Cómo que no sabes, acaso ¿Te grita? ¿Te pega? ¿Te exige cosas? – Reclamó Leo. Un silencio melancólico se apoderó de María.
- No. No es eso… Mejor cambiemos de tema. – dijo María.
- Si no quieres estar con él deberías decírselo.
- Lo sé.

María hace una pausa y me dice con voz acongojada que tiene que contarme algo. Yo acepto gustoso.
- Godoy, no se lo dije a Leo pero… ¡Mauricio me pega!
- ¿Qué? – Respondo atónito
- Sí. Mauricio me pega. (Mauricio es el nombre del enamorado de María)
- ¿Y por qué no terminas con él? – Me enfado.
- Es que no puedo. Estoy esperando que él termine conmigo. Yo no tengo el suficiente valor para acabar con lo nuestro. – Se defiende
- Que tarada eres María. Déjalo, él no te merece.
- Godoy, prométeme que no se lo dirás a nadie. Te cuento esto porque tú eres mi mejor amigo.
- Está bien pero deberías terminar con él. No dejes que ese huevón te cague la vida.
- Ya sé. Ay, no sé por qué te conté esto. Mejor luego te llamo, no me siento bien. Adiós. – dijo y colgó el teléfono.

Colgué el auricular y me eché en el sillón de mi sala. De pronto, la ira me consumió e imaginé como María era golpeada por su enamorado. Quedé atónito aquella tarde. Jamás pensé que oiría semejante cobardía y desfachatez proveniente de una persona. Odié aquel bicho miserablemente virulento de nombre: Mauricio. Tuve ganas de hacer cumplir la ley de Talión, aquel estatuto milenario que está concebida en la Biblia: “Mas si hubiese muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe”. Detesté a Mauricio y sólo pensé en lo cobarde que puede ser una persona. Es más, María también es culpable de que eso sucediera, pues el hombre llega hasta donde la mujer se lo permite. María dejó que ese infeliz la maltratese, no se hizo respetar y tuvo que pagar la consecuencia de su silencio.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Desconfianza

Siempre he tenido el problema estúpido de creer en lo que me dice la gente.
Muchas personas suelen decirme palabras que transforman mi débil mente en un holocausto de pensamientos agoviantes. La atrocidad y malicia que hay en mi entorno social hace que mis ilusiones se evaporen. No soporto vivir de una manera miserable ni mucho menos ser infeliz por comentarios turbios.
Por qué siempre me llegan tristes noticias de un amor que yo imagino perfecto. Por qué la gente añade veneno a sus comentarios. Estoy harto de oír cada cierto tiempo murmuraciones mezquinas. Por qué si juramos amarnos con cierta sinceridad tenemos que tolerar el montículo ruin de las habladurías.

Hace mucho tiempo, cuando tuve mi primera enamorada, tuve estos problemas. Ella estudiaba en otro colegio. Mis amigos la veían a diario, me decían que terminase con ella, que ella no me merecía, que yo era muy tonto por soportarla y por quererla del modo como la quería, me metían cizañas en la cabeza. En aquel tiempo no podía vivir en paz, los pensamientos me agobiaban día y noche. La desconfianza me consumía. Era difícil solventar aquel problema. La única solución era hablar con ella y pedirle explicaciones, decirle que cambiase y no haga cosas que la gente pueda malinterpretar.
Se lo dije. Me dijo que cambiaría, pues ella solo quería hacerme feliz, pero pasado un tiempo ella volvía a lo mismo, por más que yo le dijera que ciertas actitudes no me gustaban, ella me ignoraba y no me hacía caso. Así fue que de a poco mi amor fue disminuyendo, si ella no era capaz de calmar las turbulentas y asfixiantes olas de comentarios que llegaban a mí, ya no valía la pena seguir con una relación a la cual yo iba contra la corriente, evitando ser envestido por la desconfianza, mientras ella hacía lo que se le viniese en gana, es más, me molestaba sus infinitos comentarios ambiguos al momento de referirse a sus amigos. Sus propias palabras y actos determinados me hacían dudar de ella. Logrando así que los rumores obtengan fundamentos propios, dado que yo mismo me di cuenta de sus impropias actitudes para nuestra relación.

Yo tengo un concepto, y es que, si dos personas solo se dedican a amarse sinceramente, sin enrollarse en actos que puedan generar chismes malinterpretados, o producir un declive sentimental, pueden llegar a ser infinitamente feliz. Los chismes se generan porque algo está pasando.

Ahora, justo hoy, aquellos comentarios han vuelto a surgir de los confines de mi universo mental. Nuevamente estoy viviendo lo que viví en aquellos años catastróficos. No sé qué hacer ni cómo defenderme. Una nueva era glacial de comentarios se está apoderando de mí y no me deja vivir en paz, y lo peor es que no quiero terminar como terminé aquellos años, poniéndole fin a todo habiendo luchado solo…

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Ridículo pensamiento

No sé por qué no puedo ser feliz. Mis pensamientos infantiles son un veneno mortal que aturde mi desguarnecida alma turbulenta. No soporto el desgarramiento de mi corazón al creer absurdas palabras ingenuamente hirientes. Veo lo que no hay y siento lo que no debería.
Amar para mí es un arma de doble filo. Un día me ilusiona y al rato me desploma con rudeza, haciéndome galopar por desiertos infrahumanos. Soy un tonto por aferrarme a pensamientos vanos que sólo generan desilusión y lagunas de dudas, miedos y cobardía en mí.
El maldito miedo de perderte nuevamente ejerce la más vil de las fechorías: hacerme sufrir. Estoy tan atento a cada palabra suya que me lastimo yo mismo. Temo tanto el cariño que ella le da al resto, que me nublo en ridículos pensamientos ambiguos y sufro. Sin sentido pero sufro.
Quisiera gritar y decirle que no muestre cariño al resto, que hagas como yo, que sólo guardo cariño para ella. Sé que sería injusto proponerte eso porque de nada serviría. No podría prohibirle que sienta lo que siente, aunque muchas veces me haga daño.
La amo pero sufro mucho. Sufro porque quiero y sufro porque no sé hacer nada mejor que sufrir. Quisiera que mis tristezas emigren pronto para así poder ser feliz con sus palabras, aunque muchas veces no sean para mí.
Siempre le he escrito. Siempre le he pedido que ella haga lo mismo, pero ya ven, de nada sirve, sus miedos no se lo permiten. Por eso nunca lo hace.
No importa, sabré vivir sin sus palabras. Aprenderé a ser feliz sin ellas y mantendré la fantasía errónea de imaginarme que algún día me dedicará un poco de tiempo y me escribirá una breve frase. Quizá no tan romántica ni especial, quizá no tan poética ni tierna. Me bastaría con la sencillez de sus pensamientos para ser feliz.
Me hubiese gustado ser como aquellos a quienes dedican frases cortas de colosal significado. Que envidia me dan, que envidia les tengo. No los detesto, sólo los envidio. La fortuna no es para todos, solo para pocos, y yo no la tengo. No por ahora. Quizá pronto. Quizá la tenga sin saberla, quién sabe. Quizá la fortuna y yo somos incompatibles. Quizá no merezca que me escriban. Quizá no merezca nada, quizá.
Sé que todo es tan tonto como absurdo, sin embargo, me lastima demasiado. Ojalá pronto pueda madurar y darme cuenta de que todo esto no es tan afectante como creo que lo es.
Ya me aburrí de sufrir. Mejor me iré a descansar y ha esperar un mejor mañana. De repente leyendo alguna vieja carta familiar pueda encontrar algún tipo de consuelo.