lunes, 26 de octubre de 2009

Poema III

Así te amo yo
Con mis miedos y nostalgia
Con mi cobardía y sufrimiento
Con mi audacia y egoísmo

Así te amo yo
Con momentos y recuerdos
Sin finales y comienzos
Con miedo
Miedo a nunca más saborear el tierno pétalo
de tus labios
O quizá, tal vez
miedo a perder la dulce rebeldía de tu encanto

Y a pesar de eso, así te amo yo
En la noche y durante el día
A oscuras y en soledad
Bajo la lluvia y en invierno

Y aunque el paso del tiempo
divida nuestro amor, así te amo yo
Como si fuera mi último suspiro
Temiendo el cruel destino de la vida
Y en días como hoy, así te amo yo

Pensando en nuestros sigilosos encuentros nocturnos
Recordándote bajo el inalcanzable cielo infinito
y amándote aún más
Pues, así te amo yo: con los días que transcurren sin cesar
y me aturde pensar en un incauto final

Como si el silencio me recordase
que soy demasiado indefenso
para solventar este taciturno amor

Pero así te amo yo
Con mis miedos y prejuicios
Con el alma y el corazón
Con mi vida y mis ilusiones

Pues no sé amar de otra manera
Sino tan sólo con la dicha de amar
sin saber su significado

Y así ha de ser
Puesto que de dos formas es la vida
De ser y no ser
De cielo y de mar

Y yo soy porque tú eres
Soy un ave inerte
sumergido en la profundidad
de sus recuerdos


Y a pesar de todo
Así te amo yo
Como si no hubiese otra forma de amar
Sino tan sólo la del corazón

Ahora sé, que el amor es como es
No es ni será sino más que amor

Y así te amo yo
Con el tiempo que trascurre
y amando lo que no sé amar

Pensando lo impensable
Pues pensarte es una excusa
Para amarte aún más
Y así te amo yo…

martes, 20 de octubre de 2009

Si supieras

Una noche, cuando estaba medio alicaído emocionalmente, recibí una llamada telefónica, y como tantas otras veces mi tonta timidez arruino lo que pudo ser y no fue, simplemente porque no me atreví hacer las cosas.
Luego, al colgar, me puse a escribir estas líneas para tratar de despojarme la culpabilidad estúpida que llevaba en el pecho:

El amor no siempre es lo que uno espera que sea, a veces es lo que uno no espera que sea.
Te amo, pero esta vez nada importa. Solo importas tú.
Quise contestar tu llamada con la misma intensidad con la que tú me llamaste, quise decirte cosas dulces como tu me las dijiste, quise alegrar tu noche como tú alegraste la mía, quise tan solo tu felicidad pero lo único que conseguí fue generarte un imprudente sentimiento de tristeza, fracasé en mí débil intento de ser quien tú esperabas que sea, lo siento.
Cuando mi papá me dijo “te llama Sandra por teléfono”, corrí a toda prisa porque moría por oír tu voz, corrí porque nada me acelera más la vida que tu propia vida. El solo hecho de saber de ti hace que mi extenuado cuerpo se inquiete y tiemble de forma extraña, quizá sea la sensación de imaginarte cerca la que me haga tiritar de esa manera tan particular.
Ay amor, es tanto lo que me conoces y tan poco lo que puedes saber de mí.
Mi intención jamás fue arruinarte la noche. No pretendí anular tu entusiasmo, es más, no quise despedirme de la manera como me despedí, así de frío e indiferente.
Tal vez si yo hubiese actuado distinto nada de esto hubiese sucedido. Tal vez si no me hubiese dejado intimidar por las personas que me rodeaban te hubiese hecho medianamente feliz. Tal vez deba pensar más en ti que en el resto, pues el resto olvida pronto, mas no tú. Una vez más amor, lo siento.
Esta noche fue tan desastrosamente desilusionante que, por el bien tuyo y el mío, preferiría no vivir una noche parecida nunca más.
Quisiera volver el tiempo atrás y volver a oír nuevamente de tus labios que me extrañas, quizá esta vez sí pueda decirte lo que pensaba decirte, pero ya es tarde. Si al menos supieras que yo también te extraño, todo sería diferente.

domingo, 11 de octubre de 2009

La mejor cómplice del mundo, mi mamá.

Ha pasado tres años y aún recuerdo el primer regalo que le hice. Y cómo olvidarlo, si mi mamá fue mi gran cómplice aquel día.
Todo comenzó cuando bajé a la cocina a ver qué estaba cocinando mi mamá. Bajé dos o tres veces, no recuerdo bien, lo que sí recuerdo es que mi mamá sospechó, por mi nerviosismo, que yo le quería contar algo. Obviamente tenía toda la razón del mundo. Yo estaba preocupado porque ese día era el cumpleaños de Sandra, mi enamorada.

- ¿Hijito, qué tienes? – me preguntó con voz angelical.
- Nada mami – titubeé.
- Ay hijito, cuéntame ¿Acaso no confías en mí?



En realidad yo no desconfiaba de mi mami, solo que me daba vergüenza pedirle ayuda; sin embargo, ella, siempre linda, supo escarbar en mi corazón y pudo descubrir mi incertidumbre.

- Mami, no te conté pero tengo enamorada.
- ¿Qué…? – dijo pasmada.
- Si mami, tengo enamorada, no te molesta ¿no?
- No amor, al contrario, me emociona oír eso de ti – dijo mientras me miraba con esa mirada puritana que suelen tener las mamás. Luego suspiró, sonrió, me dio besito y me abrazó fuerte.

- Mami, pero aún falta lo más importante.
- Qué cosa mi amor.
- Es que hoy es su cumpleaños y la plata que tengo no me va alcanzar para comprarle algo bonito.
- Pero mi amor, no importa qué cosa le regales, mientras ese regalo sea con todo tu amor, ella sabrá valorarlo.
- No pues mami, tiene que ser algo bonito para que ella me
dé muchos besitos
– ironicé.
- No te preocupes amor, yo te compró un bonito regalo para que tu enamorada esté feliz.
- ¿De verdad? – me brillaron los ojos.
- Sí, amor – respondió con semblante risueño
- Gracias mami, eres lo máximo – la abracé con todas mis fuerzas
- Ya hijito, ve a cambiarte que se te hace tarde para que vayas al colegio.
- Ya mami, está bien – Subí corriendo a mi cuarto consumido por el éxtasis.

Lo que no le conté a mi mamá fue que el poco dinero que tenía, era por una recolecta que hizo todo mi salón un día antes, ya que sabían que yo no tenía dinero para comprarle algo a Sandra, por eso ellos se unieron a la noble causa y, de céntimo en céntimo, lograros juntar algo de dinero para poder comprar el regalo.

Al llegar al colegio, mis amigos se sorprendieron porque yo llegué sin nada, sin ningún regalo ni nada, absolutamente nada. Por suerte, no vi a Sandra. A pesar que ella vivía demasiado cerca del colegio, siempre llegaba tarde.

Expliqué a mis compañeros el plan que hice con mi mamá en casa. Les dije que mi mamá vendría en el recreo con algún regalo bonito para yo poder regalárselo a Sandra. Nadie me creyó. Todos pensaban que me había gastado el dinero.

Los minutos pasaban y yo me preocupaba ¿Y si mi mamá no consigue nada bonito? ¿Y si mi mamá se olvida y no viene al colegio? ¿Y si llega después del recreo? Tantas preguntas se apoderaron de mí.
Mi mente estaba en otro lugar. Casi, casi, estaba soñando despierto.
Pensaba en las palabras perfectas que debía decirle a Sandra al momento de darle su regalo. Pensaba si tenía que saludarla con un besito o esperar a que ella me lo dé. Pensaba tantas cosas, que el tiempo pasó volando.
Sonó el timbre del recreo y mi mamá aún no había llegado. Estaba preocupado. Le dije a mi amiga Karen que vaya al portón para ver si mi mamá llegaba. Temí lo peor. De pronto, Karen vociferó mi apellido muy enérgica – Godoy, Godoy, tu mamá ya vino, dice que bajes - Salí de mi salón y fui con Karen al portón.

- Hola mami – La saludé con un besito en la mejilla.
- Hijito, mira lo que compré para tu enamorada – me dijo


Era un perrito de peluche que estaba dentro de una bolsa de papel, esos donde se suele dar algunos regalos que adornan bien el obsequio principal. El peluche era muy tierno, capaz de enternecer a cualquier persona.



Le dije a Karen que me haga un último favor. Ella aceptó gustosa.

- Karen puedes ir al salón de Sandra y traerla por fa.
- Ya amiguito, yo la traigo.


Mientras Karen iba en busca de Sandra, mi mamá me dio la bolsa de papel con el peluche. Me dijo que sea muy cauteloso, porque estaba dentro del colegio y no podía dar mucha muestra de mi amor por ella, por Sandra.
Al pasar unos minutos, Karen apareció con Sandra. Mi mamá me dijo:

- Acércate hijito, ve y salúdala.
Eso hice, me acerqué y le dije:

- Sandra, feliz cumpleaños – dije, mientras le entregaba su regalo.

Ella se emocionó, quizá no esperaba que yo le regalase algo por su cumpleaños.

- ¡Que lindo! gracias… – dijo enternecida.

Sandra se me acercó, me dio un besito en la mejilla y me abrazó con mucho amor.
Mi mundo se detuvo, el corazón se me estremeció y una alegría infinita se apoderó de mí. Desde lejos, los colegiales jugaban en el patio mientras mis amigos observaban desde el balcón mi maravillosa prueba de amor.
No sé si a ella le gustó mi detalle, pero el solo hecho de verla feliz, me alegró la vida.

Poema II

Te extraño.
Recuerdo tus interminables besos diurnos.
Tu silueta de mujer consume mi mente amnésica, acérrimamente.

Extraño tus labios de guitarresca forma que humedecían los míos en cada apasionante momento.
Extraño tu merodeante voz escurrirse a inoportunas horas del día por mi ser.
Te extraño mujer.

Extraños sin ti son los momentos, pero más extraños son los momentos contigo.
Extrañarte es como el viento, no te puedo ver pero sí te siento.
Ay amor, de seguro idea no tienes del gris otoño que es tu ausencia.

De seguro pasarán los días, semanas y meses, y seguiré siendo fiel reo de tu aventurada piel soporífera.
Tanto, tanto te extraño que poco ha de ser el tiempo sin ti, pues la dicha a tu lado es más eterna que la misma muerte.

Primer beso

Era sábado y Sandra iba hacer una fiesta en su casa por su cumpleaños que fue dos días antes. Como yo no conocía su casa, ella me iba a esperar en la panadería San Marino, una panadería que quedaba muy cerca a su casa.
Yo, como siempre, tardé en llegar.
Cuando llegué a la panadería no había nadie; es más, había pasado una hora desde la hora pactada. No supe que hacer, no tenía ni su número telefónico.
Yo sabía que su casa estaba ubicada cerca de una laguna, así que decidí caminar, quizá en el intento oiga un poco de música, y quizá esa música provenga de la casa de Sandra. Yo conocía esa laguna porque algunas veces había ido con mis amigos del colegio para fastidiar a los patitos que nadaban con sus crías.



Caminé y caminé. Pregunté a un par de wachimanes si sabían de alguna fiesta que había en aquel sector. Nadie sabía nada; sin embargo, uno de ellos me dijo que desde hace un buen rato había visto a un grupito de jóvenes saliendo de una casa. Le pedí por favor que me dijera por dónde vio a esos jóvenes, quizá sea esa la fiesta de Sandra.
Según el señor washiman, tenía que caminar defrente por una avenida hasta llegar a un condominio, pues por allí vio a los jóvenes. Y eso fue lo que hice, caminé defrente, de pronto, vi a dos chicos del colegio, si bien nunca les había hablado, esa noche tuve que hacerlo forzosamente.

- Disculpen ¿vienen del cumpleaños de Sandra?- Si, pero ya nos vamos.
- ¿Me podrían llevar? Es que yo no conozco.
- Está bien, pero vamos rápido que estamos apurados.


Mientras caminábamos, les pregunte sobre Sandra. Ellos me dijeron que Sandra estaba rara, que había salido un rato, pero que al volver, volvió un poquito energúmena.

Al llegar me sentí demasiado nervioso. Los chicos que me acompañaron tocaron el timbre. Nos recibió una jovencita, muy simpática ella. Nos dijo que pasáramos, pero yo fui el único que ingresó.
Cuando ingresé a la fiesta oí que todos dijeron “wooooooow” muy enérgicos, luego vi a Sandra en una esquina con sus comañeros de clase. Ella al mirarme se tapó la cara y salió disparada. Por suerte algunos compañeros de mi salón también fueron a la fiesta, así que me acerqué hacia donde estaban ellos para no estar solo.

Karen: Godoy, eres muy tarado, ¿Cómo se te ocurre plantar a Sandra?.
María: Sí… bien idiota eres ¿no? Eres su enamorado y le fallas.
Yo: ¿Por qué, ahora que hice?
María: Sandra nos contó que había quedado contigo en encontrarse en la panadería a las ocho, pero tú nunca llegaste. Estaba llorando. Volvió destrozada porque nunca te encontró.
Karen: Sí… pobrecita. Ve y habla con ella. Dile por qué llegaste tarde.
Yo: Putamare, la fregué ¿Pueden ir a llamarla, por fa? Díganle que la espero en las escaleras que están en la entrada.
Karen: Ya amiguito, yo la llevo, pero no la hagas sufrir ah.


Me sentí mal. Era la primera “salida” que tenía con Sandra y la dejé plantada. Yo, que decía estar enamorado de ella, le fallé. Ella no merecía un enamorado como yo, no merecía si quiera sufrir por mí. Pero el daño ya estaba hecho, solo debía explicarle y justificar lo injustificable.

Mientras la esperaba sentado en la escalera, planeé mentalmente un esquema que justifique mi tardanza, alguna versión creíble para que Sandra me pueda disculpar.

Sentado en la escalera y con la cabeza gacha oí:

- Hola, Eduardo. Tus amigas me dijeron que quieres hablar conmigo.

Alcé la cabeza y era ella, Sandra. Mi mente se quedó en blanco. No supe que decirle, solo quería mirarla y seguir enamorándome más de ella.

- Creo que es mentira lo que tus amigas me dijeron ¿no? Tú no quieres hablar conmigo.
- No. Sí quiero hablar contigo “solo que eres tan bonita que prefiero mirarte” – pensé – Quiero pedirte disculpas por haber llegado tarde.
- No importa, ya fue. Dijo sentándose a mi lado.
- ¿Estás molesta?
- No. Ya lloré suficiente, así que ya estoy desahogada.

Me sentí culpable al oír esas palabras tristes de sus labios.

- Lo siento, creo que no mereces un enamorado como yo.
- ¿Puedes olvidar lo que pasó? No quiero volver a deprimirme, además ya estás aquí, así que eso es lo que importa.


Admiré su coraje por no hacerme sentir culpable.

- Ya, está bien. Pero igual soy un mal enamorado.
- Sí, se nota, ni siquiera me has saludado.
- Perdón.


Me acerqué un poquito para saludarla. Ella volteó su mirada y la instaló en mi rostro. Me sentí débil, su mirada me intimido pero, a la vez, me fascinó que me mirase de ese modo tan especial. Me fue imposible soportar la ternura que emanaba su cercanía. Fue tan lindo el momento que la besé. Mientras la besaba sentí que todo el cuerpo se me detuvo, hasta los latidos del corazón, fue como estar en otra dimensión, como si no existiese nada, solo ella y aquel primer beso interminable que recibí de sus labios con sutil delicadeza.
Luego me abrazó muy tiernamente y yo a ella. Su cabello traía un agradable aroma cautivador que se entremezclaba con la fragancia de su perfume. No quise dejarla nunca. El solo hecho de tenerla cerca viviendo un inolvidable momento me hacía eternamente feliz. Fue tan perfecto el momento que, los chicos de la fiesta bajaron el volumen de la música para fisgonear nuestro momento de romanticismo juvenil.