jueves, 15 de abril de 2010

Poema VII

No huyas de mí
De mis besos
De mi cariño
De mi ser
No huyas, amor

Tómalo todo y nada a la vez
Que todo te pertenece

No huyas
Quiero que ninguna mujer me toque como tú lo hiciste
Que nadie me bese porque mis labios te pertenecen
Y que nadie nunca diga que me ama porque tú eres mi único amor

Naufraga por el valle de mi piel
Navega ahora que para mañana ya no habrá tiempo
Hazlo ahora, y deja de huir

Los defectos de un amor sincero

A pesar de tener sus ojitos grandes, tiene la mirada traviesa y muy tierna. La más tierna que he conocido. Su cabello es corto y súper lacio. Es delgadísima. Le gusta estar en mis brazos y sentarse en mis piernas. Tiene un cuerpecito frágil, como de porcelana, parece que se fuese a romper. Tiene una sonrisa cómplice y juguetona. Sus dientecitos de conejo le dan un peculiar toque infantil. Ana María, así se llama ella. No es mi prima pero la trato como si lo fuese. La quiero tanto. Es mi engreída. Mi hermanita menor.

Ella llegó a casa de mi abuelita hace unos 4 años aproximadamente.

Mi tía, una ex monjita, la tomó en adopción; sin embargo, corrió el riesgo de perderla si los padres aparecían antes que Anita cumpliese los 3 años de edad.

El tiempo pasó y los padres nunca aparecieron, Anita se quedó en casa de mi abuelita. Por suerte mi abuelita vive muy cerca a mi casa y puedo visitarla todas las veces que yo quiero.

Me pone de buen humor estar con ella, con Anita, por eso la visito muchas veces a la semana. Mi felicidad aumenta cuando llegó a la casa de mi abuelita y Anita se inquieta al verme y corre desde lejos hacia donde estoy y se lanza a mis brazos, abrazándome con fuerza. A veces le pido besito y ella pone su boquita de pajarillo y me obsequia un beso chiquito. Soy tan feliz estando a su lado.
Anita suele hacerme preguntas complicadas y muy divertidas. Recuerdo que un día me pregunto:

“¿Aguallo, dónde ta tu chica?" pregunta inesperada que ahora agradezco infinitamente haberla hecho porque me roba una sonrisa cada vez que la recuerdo. Adoro que me llame por mi nombre aunque no lo sepa pronunciar.

El estado físico de Anita es como el mío, ambos somos delgadísimos. A mí no me interesa mi estado físico por eso estoy así, sin embargo ella es delgada porque le cuesta mucho ingerir alimentos. No le gusta comer. Prefiere jugar en su casita de plástico con sus muñecas y soñar que es una princesa; de hecho, para mí ya lo es. Es mi princesa favorita. Una princesa que me quiere con todo su corazón, y su corazón solo sabe dar amor. Un amor fiel, sin promesas ni miedos. Amor puro y sincero. Incomparable.

Las veces que mi abuelita me dice que Anita no ha almorzado, inmediatamente la busco y la llevo a la cocina jugando. Cuando estamos allí mi abuelita sirve el almuerzo disimuladamente y me dice con la mirada que le haga comer. Soy un buen cómplice porque generalmente cumplo mi cometido.

Le digo para jugar al avioncito y ella acepta encantadísima, así que lleno la cuchara con un poquito de comida y hago piruetas en el aire simulando ser un avión. Ella se divierte y deja que mi avioncito aterrice en su boca. Es un juego nutritivo.

Adoro verla feliz, más aún cuando vamos a la panadería por la tarde y en el camino nos desviamos y nos metemos a la bodega de la esquina, y compramos un globito para ella, de preferencia celeste o amarillo, sus preferidos. Se le ve tan linda cuando juega con su globo.
Nuestro cariño es incondicional. Absoluto. Ella nunca espera nada de mí ni yo de ella. ¿Será por eso que disfrutamos más de los detalles que pueden surgir en un día cualquiera?

Anita es mi prima favorita, mi princesita de porcelana, la chica de mis sueños, la que me quiere con sinceridad y simpleza. No importa cuánto ella me quiere o cuánto yo la quiero a ella, lo que importa es que ambos somos felices cuando estamos juntos.

Me da pena que ella no pueda leer este escrito debido a que recién está aprendiendo a leer. Sé que le encantaría demasiado saber cuánto es mi amor por ella. También sé que iría a buscarme y me diría: “Aguallo, yo tamién te quielo mucho”, porque ella es así, siempre dice lo que siente, así sea malo.

Después de compartir toda la tarde con Anita, llega el momento de la despedida. Cuando el sol deja de brillar, es tiempo de partir. El final del ocaso me recuerda que tengo que volver a casa. No me gusta despedirme de Anita y nunca me gustará tampoco. Ella siempre se pon mal. Se deprime. Sabe cuándo me tengo que ir y es ahí cuando aprovecha en estar más tiempo a mi lado.

No soporto cuando me dice: “no te vayas, Aguallo. Quédate conmigo”, se me rompe el corazón en mil pedacitos cuando me lo dice. Su vocecita tierna impide que cometa tal acto cruel, por eso solo me limito a mirarla con ternura y a quererla un poquito más. Ella sabe que me tengo que ir e insiste: “llévame contigo ¿ya?”. Yo le digo que no puedo y ella me mira con pena y los ojitos se le quiebran y echa a llorar. A veces para evitar el llanto, vemos dibujitos juntos y le acaricio su pelito suave. Ella poco a poco se queda dormida y yo aprovecho para levantarle su cerquillo negrito y para darle un besito en la frente y susurrarle que la quiero mucho. Luego me levanto y me voy a mi casa enternecido, esperando verla al día siguiente.

sábado, 10 de abril de 2010

La mamá que no me quiere

Su mamá es una señora como pocas. Querendona. Tierna. Divertida. Es una señora que posee una perspectiva admirable. Es muy comprensible. Siempre está dispuesta a ayudar a los demás. Tiene un corazón infinito, capaz de querer al ser más desdichado e infeliz que exista. Su mirada es la de una madre que ama a sus hijas y que daría hasta lo imposible por verlas feliz. Tengo suerte en conocerla, sobre todo por haber compartido gratos momentos junto a ella. Aprendí mucho estando a su lado. Se parece un poco a mi mamá, será por eso que la admiro y quiero demasiado.

La primera vez que nos conocimos fue en la fiesta de su hija. Ella no lo sabe, pero el día que nos conocimos yo le di un besito a su hija.

Las veces que nos poníamos a conversar, las conversaciones se hacían largas, se extendían demasiado, parecía como si yo fuese a visitarla a ella y no a su hija. Hablábamos de cualquier tema, ninguno en particular. Ella siempre me hablaba del cariño que le tenía a sus hijas y lo mucho que las quería. Me decía que respete a su hija y no le haga daño. Y mi intensión siempre fue esa, RESPETAR A SU HIJA Y NO HACERLE DAÑO, aunque a veces era inevitable y por nuestra inmadurez y poca experiencia en el amor, su hija y yo nos lastimábamos ingenua y tontamente por asuntos innecesarios.

Siempre le tuve respeto. Nunca le dije suegra ni suegrita, no porque es una falta de respeto, sino porque suena feo. Aunque me gustaría decírselo algún día, sé que reiríamos juntos, porque ella es así, no le molesta nada, excepto que su hija llegue tarde cuando sale conmigo, es que el tiempo vuela cuando las personas de mi edad se aman. Es como si las horas fuesen minutos y los minutos segundos, casi nunca hay tiempo para amarse como el corazón lo dicta. He llegado a pensar que a esta edad el tiempo limita el amor.

Cuando su hija y yo nos despedíamos, eran despedidas de minutos largos lleno de tiernas palabras y abrazos fuertes, de promesas de amor y suspiros soñadores. Desbordábamos amor y solo pensábamos en entregar todo en esos segundos que teníamos para despedirnos. Nuestras despedidas terminaban cuando la señora hablaba por el contestador del timbre y le decía a su hija que pase porque ya era tarde. Su hija y yo reíamos y sentíamos que el tiempo se hacía corto, que toda nuestra vida no alcanzaría para amarnos como queríamos amarnos, con locura.
Yo sentía que la señora me quería, que confiaba en mí, que nuestras conversaciones habían servido para conocerme mejor y saber que no soy un mal chico, tampoco uno bueno. De hecho soy un poquito irreverente, inmaduro, soñador, tierno (cuando me lo propongo), risueño, engreído y, sobre todo, muy tarado.

Hace poco me he enterado que la señora no me quiere ver, que soy su peor pesadilla. No me quiere ver ni en pelea de perros (fácil debe pensar que soy uno de ellos). Sé que no me odia, lo sé porque su corazón no está hecho para hacerlo, sino para entregar amor. Al principio de este escrito dije que la admiro y quiero demasiado, sin embargo ahora la quiero más. La quiero porque es la primera persona que me desprecia con cariño, que no me quiere ver. He intentado ir a buscarla para que me explique el motivo de su desacuerdo en mi relación con su hija. Ella se ha negado. Simplemente no me quiere ver, mucho menos dar explicación alguna. Quiere que desaparezca de su vida y de la vida de su hija. Pensará que no merezco a su hija, y eso me pone muy feliz, porque tiene toda la razón, no la merezco.

Quizá algún día pueda sentarme a tomar un café con ella y hablar sobre éste entredicho que ha surgido sin que yo tenga idea alguna de sus inicios. No sé qué hice mal. Si amar está mal, pues dejaré de hacerlo. De repente cometí un error, no lo sé, pero quién mejor que ella para que me lo diga. Soy apenas un adolescente que empieza a vivir. Tengo muchos errores y quiero aprender de ellos.

Por el respeto que le guardo y el cariño que me tuvo (o me tiene), espero me conceda la oportunidad de hablar con ella y manifestarme sus desacuerdos.

martes, 6 de abril de 2010

Poema VI

¿Cómo estás? ¿Qué tal te va?
Cuéntame de ti
Hace mucho que no hablamos

Aquí todo está bien
Todos preguntan por ti
Yo finjo ser feliz y respondo que pronto volverás

Son días difíciles
Te extraño demasiado
¡Tanto tiempo ha pasado!

He olvidado el olor de tu perfume y el sabor de tus labios
Ya no recuerdo nada de ti
Nada excepto una fotografía tuya que guardo en secreto

Ya no hemos vuelto a caminar de la mano por la noche a la luz de la luna
No he vuelto a abrazar a nadie como te abrazaba a ti

A veces cuando quiero escribir prendo la radio
Y cada canción que oigo me habla de ti

Espero que estés bien
Yo no lo estoy
Espero estarlo

Pronto cumpliré años y no sé si llegarás
Sin embargo te esperaré ilusionado
Aunque ese sueño no se haga realidad