sábado, 19 de diciembre de 2009

Mi doctora favorita

Es un sábado cualquiera. Un sábado como todos pero distinto a los demás. Tres días antes mi papá me había regalado 100 soles para comprarme unas zapatillas, cosa que nunca hice. No quise comprarme nada. Lo invertí en una “fiesta”, un cumpleaños y el médico. Por este último mi sábado es distinto a los demás.
Hoy, sábado, me levanté a las 7:30 a.m. Me vestí con la idea de ir al médico(ya tenía cita). Tomé desayuno y esperé que mi papá se fuese a trabajar porque no quería que él ni nadie se enterase de mis males (No quiero que nadie se preocupe por mí. No quiero ser una carga para nadie).

En el camino me empecé a desanimar. Creí que no era una buena idea ir al médico porque uno siempre vuelve más adolorido de lo va.

Cuando ingresé al consultorio para que me atendiendan, me percaté que me atendería una doctora. Una doctora muy atractiva que ni bien la vi, pensé: ojala me toques el cuerpo con tus manos para que me cures de todos mis males.
Me recibió muy amable. Me pregunto mi nombre y luego me hizo mil preguntas más. Quiso que le explicara el motivo de mi visita. Fue interrogándome desmesuradamente, le faltó pedir mi Messenger nomás.

Me quejé por un dolor en la rodilla que tengo hace mucho tiempo. Le dije que a veces el dolor surge espontáneamente cuando voy caminando por la calle, que en cualquier momento puedo ser victima de ese cruel dolor, incluso que cuando es demasiado tedioso me echó en el piso porque no soporto la molestia. Es insoportable.
También le conté que tengo fuertes incones en el pecho y que cuando respiro profundamente se generan puñaladas internas. Me duele demasiado, y temo que sea algo grave. Es más, me lastima cuando intento inhalar aire porque algo dentro de mí se cierra y me desgarra incompasiblemente.

La doctora, al oír mis palabras, hizo ciertos apuntes en una hoja. Luego empezó a tocarme con sus cálidas manos, como inspeccionándome. Me tocó la rodilla, mi pechito y la espalda. Sus manos plácidas me tocaban con sutil delicadeza, como acariciándome. Me sentí curado por sus manos benditas. Ya no quería pastillas. Ya no hacía falta nada, pues nada malo podía suceder si ella estaba a mi lado.

Después de hacerme cariñito (porque para mí fue eso, CARIÑITO) me recetó muchas pastillas. Algunas de fuertes efectos y otras de compuestos más simples. Me advirtió que si me hacían daño las dejase de tomar y la llamase. “nada que venga de ti podría hacerme daño” – pensé mirándola hipnotizado.
Antes que te vayas te voy a poner dos inyecciones ¿Okay…? Uno en cada nalga – Me advirtió.
Puse cara de asombro - ¡Puta madre no! – pensé despertándome del sueño al cual me sometía su presencia.
No te asustes. No te va a doler. - recalcó.

La doctora sacó una jeringa y extrajo un líquido de unas botellitas de cristal.

Bájate el pantalón – me indicó en tono maternal.

Me sentí nervioso. Nunca nadie me había puesto una mano en mi nalguita (no sin ropa), mucho menos me habían pinchado en aquella zona indudablemente sensible de mi cuerpo.
No tuve más opción, era por mi bien. Así que me desajusté la correa, pero antes que me bajase el blue jean dije: No tengo calzoncillos, no importa ¿no?
La doctora sonrió un poco y yo sonreí con ella disfrutando ambos de mi tonta broma desapropiada.
Ya bueno, bájate un poco nomás”. Obediente me bajé ligeramente mostrando un octavo de mi nalguita. “Un poquito más” - añadió. Sentí en sus palabras un sonido vivaracho, como si fuese una propuesta indecente.
La doctora me cogió con sutileza y me dijo: “Relájate. Estás tenso, así te va a doler”.
Respiré muy profundo y pensé: “Ya carajo, no seas maricón, esto no duele, y si duele te aguantas como los machos”.
La doctora me dio palmaditas en la nalga derecha para relajarme, luego remojó algodón en alcohol y frotó mi tímida nalga indefensa.
No mires - me dijo
Volteé la mirada y cerré los ojos. Me pellizqué el brazo y de pronto sucedió, sentí un ligero pinchoncito inmiscuyéndose por mi retaguardia. ¡Au carajo, cómo duele esta huevada! - me lamente.
La doctora sacó la jeringa y dijo: Ahora el otro – Volteándome y bajándome el otro lado del jean.

Bájame todo si quieres – susurré
¿Qué? – Me respondió
Que me duele todo… el muslo. El muslo me duele todo – respondí nervioso
Ah… sí. Es normal – dijo.
La miré de reojo y vi que sonreía, quizá oyó lo que dije, solo que ella es tan buena que entiende los deseos de un joven tonto que no sabe controlar sus osados impulsos de adolescente fantasioso.

Al final, después de nalguearme, tocarme con cariñito y ser cómplice de mis tontos comentarios, me citó para el lunes próximo para ver como evolucionaba mi estado. Me dio su número telefónico para llamarla si sucedía algo grave o si el dolor aumentaba. Y creo que eso haré ahora, la llamaré y fingiré dolor para que ella vuelva a revisarme y pueda tocarme con esa ternura con la que solo ella sabe dar.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

jajajaja...ay Dios moriste con la inyeccion (: bueno aora k stas dskanzando relax amigo (: ...ahora si t puedo dcir: cuidate mucho :D ajajaja ya tqq bye (:

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