sábado, 28 de noviembre de 2009

Poema IV

Me pierdo en tu fértil fragancia
de damisela ausente,
añorando descifrar
qué hay en tu singular mirada distante,
pero no puedo
porque siempre te vas.

He buscado idóneos momentos para conocerte
pero no puedo
porque siempre te vas

Te he dibujado mil veces en mi mente
y he osado tocar tu rostro en mis pálidos sueños,
sueños donde nunca te has ido
porque en la realidad
siempre te vas

He intentado rozar mi mejilla con la tuya
pero no he podido
porque siempre te vas

He querido saludarte esta mañana
pero no he podido
porque como tantas otras veces
igual te has ido.

¿Sabes? Cada vez que te vas
Mi alma exaspera incontrolablemente
como el triste rocío del alba

Quizá si mañana no te fueras
sepas lo que quise decirte hoy
Cuando te fuiste...

viernes, 27 de noviembre de 2009

Noche de sexo desenfrenado

Lima es acogedora y comprensible, tan comprensible que puede saciar el apetito sexual de algunos jóvenes curiosos con tan sólo algunos soles


Sábado, 11:30 de la noche. Me encuentro con mis amigos en la avenida La Molina para ir a una fiesta en Rinconada del Lago. Daniel y Leandro, así se llaman ellos. Los saludo, les digo para ir a comprar cigarros. Ellos aceptan. Mientras caminamos a la bodega más cercana alucinamos ingenuamente que encontraremos chicas lindas que nos harán caso, que bailarán con nosotros toda la noche y estarán libres y dispuestas a disfrutar de nuestra compañía. Y si la fortuna está de nuestra parte, Daniel encontrará por fin una enamorada, porque una vez nos dijo ridiculizado: “estoy preocupado, mi mamá piensa que soy gay. Creo que es porque nunca he llevado a ninguna chica a mi casa, ustedes son los únicos que me llaman por teléfono y preguntan por mí”.

Al llegar a la fiesta, nuestra ilusión de encontrar chicas bonitas y una fiesta idónea se desploma, se desmorona porque vemos un ambiente aburrido. Escasas personas, música inapetente y estridente, poco agradable para pasarla bien toda la noche. Decidimos quedarnos un par de horas. La idea no funciona porque a los pocos minutos nos vamos. Nos marchamos sin beber un solo sorbo de alcohol.

Daniel se molesta. ¿Adónde vamos a ir?, nos pregunta. Leo y yo quedamos mudos. No sabemos adónde ir. Leandro prende su pucho, Daniel mira su reloj y yo observo lo que hacen ambos. Al final decidimos irnos de “cacería” – en realidad a una discoteca, pero le decimos así en honor a un viejo amigo –. Nos embarcamos en un taxi y nos vamos en busca de una diversión sabática llena de tragos y cánticos ensordecedores que de seguro habrá una vez que estemos ebrios.


En el camino se cambian los planes. A Leandro se le ocurre la genial idea de visitar un burdel. Todos reímos.

- ¿Oe para qué voy a ir a un burdel si yo tengo enamorada?– digo irónicamente. De inmediato me clavan la mirada y me golpean.

La idea de ir a un burdel en busca de chicas complacientes que hacen caridad sexual por algunos billetitos, es buena. Es tan buena que incluso el señor que maneja el taxi nos recomienda uno. Nos dice que él podría llevarnos, pero nos costará algunos soles extra. Nosotros aceptamos.

El señor, como todo taxista historiador, nos cuenta sus aventuras de adolescente, nos dice que antiguamente los jóvenes perdían su castidad de esa manera: que iban a un burdel y allí tenían su primera experiencia sexual. Hecho que no me extraña pues mi papá ya me había contado algo parecido algún tiempo atrás. Incluso, hace algunos años, cuando estaban tarrajeando la fachada de mi casa, el tipo que tarrajeaba me dijo con cara de pajero compulsivo:

- oe chino, ¿ya te levantaste alguna flaquita?
- No, señor, todavía.
- Puta, no sabes lo que se siente – me dijo mostrando una ligera sonrisa demoníaca en el rostro – Dile a tu viejo que te lleve a debutar a un burdel, vas a ver qué rico se siente culearse a una jermita.

Aquel mismo día se lo comenté a mi papá, le dije que el señor tarrajeador me había dicho que es rico ir a un burdel, que yo ya debía debutar, que ya estaba en edad. Mi papá al oírme se quedó boquiabierto, pasmado, inerte. Lamentablemente me dijo que nunca me llevaría a uno de esos porque él me quiere, y que si tengo que tener mi primera experiencia tendría que ser con una chica a quien yo quiera de verdad.

Al día siguiente mi papá despidió al señor. Nunca le pagó.

Bajamos del taxi, vemos una cuadra repleta de burdeles. Le pagamos al taxista la carrera y le agradecemos por su solidaridad al habernos recomendado burdeles. No sabemos adónde entrar. En las puertas de los burdeles hay chicas de bellas formas corporales, vestidas con minifaldas y topcitos con tiras que les deja el torso descubierto.

Cada uno prende un cigarro y entramos a “Poseidón”, un burdel que tiene como publicidad: “2 x 12 la cerveza”. Al ingresar, todos nos miran. Hay muchos hombres que están sentados en cómodos sillones con mujeres de formas adecuadas para una buena faena sexual. El ambiente está decorado con publicidad de algunos tragos muy reconocidos. La luz tenue y colorida hace notar que es un lugar variopinto repleto de hombres y mujeres de distintas características. Nos sentamos. Dos tipas se nos acercan y nos preguntan qué vamos a tomar. Una se llama Lorena y la otra Verónica. Les decimos que nos traigan tres cervezas. Las chicas obedientes nos traen la cerveza y, sin pedir permiso, osan sentarse a nuestro lado. Lorena se sienta al lado de Leandro y Verónica al lado de Daniel, yo sólo observo, como haciendo barrita. Verónica es alta y delgada. Tiene el cabello negro y una sonrisa coqueta. Un cuerpo espléndido. Sus senos son pequeños pero sensuales. Está vestida con un atuendo transparente. Lorena, por el contrario, es baja y tiene el cabello ondeado. De mirada vacía, como si no le gustase estar en ese lugar.

Al terminar las tres primeras cervezas, pedimos tres más. Después de haber bebido algunos vasos, Daniel y Verónica se paran y se dirigen a una especie de cuarto íntimo sin puerta, solo cortina.



Leandro está feliz. Lorena le besa el cuello y le hace caricias inapropiadas por determinadas partes de su cuerpo, como incitándole a tener sexo. Yo lo miró, fumo mi cigarro, bebo mi trago y sonrió. Luego Lorena se para y se sienta encima de mi amigo. Él me mira atónito. Ella empieza a moverse con sensualidad. Poco a poco el movimiento va acelerando y fluye con mayor rapidez. Leandro parece estar excitado, como disfrutando los movimientos de aquella chica. De pronto, como para no perder el ritmo, Leandro frota con su inquieta mano los senos de la chica y ella se sacude aún más. El momento es increíble. Me divierte Leandro, la chica y la postura de ambos. En una de esas vibraciones frenéticas la mano de Leandro desciende del pecho de la chica para explorar zonas más íntimas, el sólo hecho de verlos me genera una erección inmediata, llena de lascivia.

Al igual que Daniel, Leo desaparece con la chica, pero no logro saber adónde, quizá fueron a apaciguar esas ganas calenturientas que se les ha originado de tanto toqueteo.

Paso largo rato fumando y bebiendo solo, vislumbrando a todas las parejas artificiales de aquel lugar que sólo están unidas por el morbo escurridizo de satisfacer sus deseos lujuriosos, con el fin de copular y fingir una absurda felicidad orgásmica. Es un trueque justo: las chicas entregan su cuerpo y los hombres su dinero.

Pasan los minutos y empiezo tener sueño. Mis amigos no aparecen. No sé si pedir más cerveza o dormirme hasta que salgan de su actividad sexual. Empiezo a cabecear, mis sentidos se nublan y ya no soporto más, el sueño me consume. Cuando estoy a punto de darme por vencido, Daniel sale de aquel oscuro lugar erótico. Exhausto. Me mira y sonríe victorioso, como si hubiese tocado la gloria. Pedimos tres cervezas más. Voy al baño, me lavo la cara y estoy nuevamente sobrio. Daniel se sirve cerveza a vaso lleno, como campeón. Yo solo la mitad.

Verónica, la trabajadora sexual que estuvo con Daniel en aquel lugar oscuro y siniestro, donde presumo que han de haber tenido algo coital, se me acerca, se sienta a mi lado y me hace cariñito. Al principio me causa gracia. Empezamos hablar. Me sofoco, estoy con el bultito en la entrepierna inquieto y rígido. Verónica empieza a acariciarme la pierna. Me pongo tenso. Ella sigue. Su mano sube hasta tocarme el bultito en la entrepierna. Mi muchacho se impacienta, disfruto su caricia. Mientras está frotándome el pipilin siento un ardor terrible. Me quejo, le digo que se me abrió la capuchita. Ella se ríe. “Vamos para que me la metas, mi amor”, me dice muy sensual. Miro a Daniel y me pongo nervioso. No sé qué hacer, me da ganas de desnudarme ahí mismo y agitarme encima de Verónica. Me aparto un poco y me sirvo más cerveza, como dándome valor. Después pienso en mi enamorada, pienso en que no debo fallarle. Por más deseos que tenga de estar con Verónica y saciar este apetito sexual que ella me ha provocado, decido no hacer nada, así que me pongo firme y le digo que no me fastidie, que me deje en paz, que sólo fui a ese lugar para acompañar a mis amigos, que a ellos les falta experiencia, no a mí. Daniel me mira sorprendido. “Putamadre, que dije”- pienso. Verónica se levanta del sillón muy enojada y me dice: “Chibolo de mierda, ¿Para eso vienes? ¿Acaso no te excito?”, robando la atención de todas las personas presentes. Ni la música estridente es capaz de aliviar aquel bochorno.



Me levanto ofuscado. Le digo a Daniel para irnos. Él se rehúsa porque no sabe dónde está Leandro. Pienso que seguramente Daniel no se quiere ir porque la chica esa, Verónica, la que viste con prendas diminutas ha alborotado sus testosteronas y de seguro quiere otro polvo con ella. Me enfado. Lo chantajeo, le digo que si no me acompaña me iré solo. No tiene más opción. Para mi buena suerte Leandro aparece encapuchado fumándose un pucho. Le digo inmediatamente para irnos: “ya vamos ps”- me dice sin oposición alguna. Pedimos la cuenta. 81 soles – nos dicen en caja. Reclamamos. Decimos que sólo hemos tomado 9 cervezas, que afuera en la publicidad dice que las cervezas están 2 x 12. El señor que atiende en caja nos dice: “sí, están 2 x 12, pero sólo hasta la medianoche. El precio normal es s/ 9.00 c/u”. Pagamos resignados. Salimos. Daniel le cuenta a Leandro lo que me pasó con la chica y empiezan a burlarse de mí. Me apanan, me lapean. “Por qué serás tan cojudo” – me reprochan - "Te vas a quedar casto y aguantado" añaden. Me quedó callado y prendo un cigarro para consolarme. Luego Daniel nos comenta soberbiamente: “pucha, huevones, la puta se mueve bien. Cacha rico. Lo malo es que me cobró 10 lucas por un condón, además me ha dejado la huevada adolorida. Le hubiese pedido descuento ¿no?”. Me río y me atoro con el humo del cigarro, luego Leandro añade: “No se vayan a burlar ¿ya?, pero…” – se baja la capucha y nos muestra su cuello lleno de chupetones horrorosos, terriblemente visibles. Me río de ambos. Me burlo. A Daniel le venden un condón extremadamente caro y a Leandro le dejan evidencia de su delito sexual. “no soy tan cojudo después de todo” – pienso dándole una pitada a mi cigarro.

miércoles, 11 de noviembre de 2009

La chica de mis sueños



Piero era un niño de 9 años. Tenía el cabello lacio y la mirada triste. Era delgado y alto. Nervioso y tímido, muy tímido. Le gustaba dibujar pero no sabía pintar. Le gustaba contar las estrellas y soñar que algún día él llegaría tan alto como ellas.

Piero andaba triste porque sus últimos días de vacaciones se terminaban, sabía que pronto volvería al colegio y, con ello, volverían las responsabilidades forzosas y obligadas que tanto aborrecía; es más, odiaba ser victima de las insoportables madrugadas en las que tenía que levantarse para vestir el tonto uniforme estudiantil.

- Pierito, levántate. Vas a llegar tarde a tu primer día de clase – Dijo doña Elena, mamá de Piero, un lunes a la 5 de la mañana.
- Ay mamá, un ratito más. Todavía es muy temprano… - se defendió Piero somnoliento.
- Nada que un ratito más, levántate de una vez – dijo doña Elena frunciendo el ceño.

Piero tuvo que levantarse aburrido y con mucho sueño, y, sin darse cuenta, su mamá lo desvestía y lo llevaba a la ducha para bañarlo. Obviamente a Piero no le gustaba que su mamá lo bañe, él se sentía grande y no necesitaba ayuda para asearse, era suficientemente capaz para lograrlo solo; además, su miembro viril se estaba desarrollando y le daba vergüenza que su mamá se diese cuenta de ese detalle. Por eso, él evitaba que su mamá lo jabone, pero su débil intento siempre resultaba inútil.

Después de un sumiso y humillante baño madrugador, Piero tomó desayuno y se marchó al colegio; claro, bien peinadito y perfumadito, con el típico uniforme que caracterizaba a su colegio: pantalón plomo, camisa blanca, chompa azul y los temibles zapatos nuevos que solían ser atemorizantes los primeros días de clase, debido a que sacaban ampollas insoportables.

- Chau Pierito, que tengas un buen día - Se despidió doña Elena de su hijito, dándole un besito en la mejilla. Piero subió a su movilidad rumbo al colegio.

Debido al caótico restringimiento vehicular, Piero llegó tarde a su primer día de clase. La encargada de la movilidad tuvo que excusarse ante la profesora.

- Buenos días. Disculpe la tardanza. No volverá a pasar… – dijo la encargada de la movilidad.
- Descuide, con este tráfico a cualquiera se le hace tarde – respondió efusiva la profesora. – Vamos pasa – añadió dirigiéndose a Piero.

Piero ingresó con cierta candidez al salón dando sus primeros pasos con evidente timidez. Luego, alzó la mirada para ver donde se iba a sentar pero, sorpresivamente, no caminó más. Su cuerpecito quedó paralizado y su mirada instalada en una niñita muy bonita que se sentaba en la última fila del aula. Piero quedó pasmado pensando en lo linda que era aquella niña de cabello castaño y de puntas onduladas. El rostro de la niña era tan angelical como el dulce cántico de una alondra.

Piero la miró constantemente durante toda la clase, tratando de que ella no se dé cuenta de que él la miraba. Incluso, la miraba de reojo para disimular un poquito.

Así pasaron las primeras semanas, observándola de lejitos y enamorándose en silencio.

El solo hecho de verla no bastaba. Piero no dejaba de pensar en ella. Tuvo interés por conocerla y saber más de ella. O tan siquiera, saber su nombre, al menos con eso bastaba. Como todo niño audaz, Piero se las ingenio para averiguar el nombre de la niña. Un día, cuando la profesora estaba tomando lista, Piero anduvo demasiado atento esperando oír que la niña dijera “presente”, al menos esa sería una forma para poder saber el nombre de ella, la niña de quien Piero se había enamorado. De pronto, sucedió, la profesora dijo: “Valeria”, “presente”- respondió enseguida la niña con voz de pajarillo diurno. Piero inmediatamente la miró y suspiró muy alegre.
Los días seguían pasando y Piero era fiel reo de su silencio atormentador, le bastaba tan solo observarla distante y verla sonreír. No conseguía tener el coraje suficiente para poder vencer su ridículo miedo.
Tanto la observaba en clase que decidió dibujarla. Ella no se daba cuenta, pero cada vez que él la miraba, era para memorizar cada detalle minucioso de su rostro y plasmarlo en una hoja de papel.
Piero comenzó dibujando sus ojos, porque él sabía que todo comenzó con una mirada, así que decidió tomar como punto de partida los ojos de Valeria.
Al terminar el dibujo, se desilusionó un poco porque el dibujo no fue tan genial como él esperaba que sea; sin embargo, fue capaz de rescatar ciertos rasgos superficiales y, sobre todo, disfrutó con cada trazo que hizo al diseñar el bello rostro de Valeria.


Aquel día, antes de finalizar el recreo, Piero fue al baño y se lavó la cara, pensó que no podía seguir huyendo. Tenía que afrontar su miedo, y para eso, decidió regalarle a Valeria el dibujo que había hecho.
Sonó el timbre finalizando el recreo y Piero ingresó a su salón para sacar el dibujo. Estaba dispuesto a todo. Sintió que debía darle el dibujo a Valeria. “Es ahora o nunca”, pensó al verla ingresar al salón.

- ¡Valeria!, ¡Valeria! - vociferó desde lejos

Valeria se dio cuenta de que Piero le hacia señas con las manos y se acercó.

- Hola. Dime, que pasó – Dijo Valeria preocupada.
- Nada. Solo quería saludarte y regalarte algo – respondió Piero con voz suave e inocente.
- ¿Qué cosa es? – se entusiasmo Valeria.
- Te dibujé en clase y te quiero regalar el dibujo – dijo Piero mostrando el dibujo
- ¡Que lindo! Gracias. Nunca nadie me había dibujado – dijo Valeria muy agradecida dándole un besito a Piero.

Los ojos de Piero brillaban como luz de estrella. Se sintió inmensamente feliz. Tenía una sonrisa gigante. El ego elevadísimo. Era un momento inverosímil, irreal, utópico.
De pronto, sintió que alguien le sacudió el hombro y con sórdida voz le dijeron: “Piero, Piero. Levántate. Te llama tu amiguito Eduardo por teléfono
Piero abrió los ojos, y se dio cuenta que todo había sido un sueño…

martes, 10 de noviembre de 2009

06/11/09

El amor no sabe de excusas, solo actúa y se entrega. No conoce de límites ni peros, solo ama y se deja amar, es como un oasis, siempre da esperanza.
Que ironía… el amor, el amor, el amor; incomprensible y sencillo a la vez, teje sueños y termina siempre a destiempo.
Ya casi es de día. Pronto el sol cubrirá con su amarillento manto el ancho mundo y abrirá paso a los habitantes de esta tierra fría. De seguro aquellos durmientes volverán a la vida después de un prolongado sueño nocturno; mientras yo, yo recaeré en mi pálida cama para pagar las consecuencias de mi desvelador hambre literario.

Son días extremados los que no consigo dormir, debido a que ando pensando en el abrumador hecho que me hace padecer de mi habitual sueño: el amor.
Anoche mostré una historia sencilla que escribí días antes y que tiene gran valor para mí. Esperé ser feliz y hacer feliz a la persona a quien se lo dedicada; sin embargo, nada resultó, lo que fue una inmensa alegría al principio, fue contrastando con temas inadecuados y hechos futurezcos. Y es que, cada vez que se intenta predecir el futuro, se arruina el presente, y así sucedió conmigo, me dijeron que pronto el tiempo para mí no existiría, que mis visitas con ella serían tan efímeras como el nombramiento de un rayo, pues este desaparece antes de ser nombrado. Para mi mala suerte, la encargada de decírmelo fue ella misma, mi enamorada.
Ahora, justo hoy, ella piensa que es culpable de mi soledad y mis tristezas.
Piensa que cada palabra suya es solamente para hacerme sufrir y causarme malos ratos. Piensa que no tener tiempo para verme es el final profesado por nuestra ausencia. Piensa que nuestras vidas ya no deberían estar juntas (aunque no me lo ha dicho, pero yo sé que lo piensa).
Piensa que yo sería feliz con otra chica, una quien sepa darme todo ese amor que ella teme darme.
Piensa que yo sería más feliz si ella nunca hubiese llegado a mi vida, y sí, quizá hubiese sido más feliz, o quizá no, quién sabe. Uno nunca sabe cómo pudo haber sido su vida si hubiese tomado el otro camino; además, si en mi presente no existiera ella, tampoco existirían aquellas historias de amor que suelo escribir sin éxito narrativo.
Ella piensa que es culpable de mi soledad, lo que no imagina es que mi soledad no siempre es mala, mi soledad no es atemorizante ni atormentante, sino que a veces es bienhechora y confortante, mi soledad sabe aconsejarme y llenarme de instantes gloriosos, en las cuales sueño fabulosas aventuras mundanas que pretendo escribir en un momento dado. Y es que, la soledad me sirve para apaciguar el sofocante y avasallador desierto que llevo dentro, sobre todo, me ayuda a autoevaluarme con severidad; y ha leer y ha dibujar y ha escribir y seguir escribiendo y ser feliz con cada línea que escribo y gozando del excitante placer que es pasmar mis pensamientos en una hoja de papel.

Ella piensa que viéndonos a diario, o por lo menos varios días a la semana, bastará para amarnos y ser felices, pero equivocada creo que está, pues las relaciones no se alimentan de visitas, sino de amor, sencillamente de amor, y a eso hay que temerle más, a no demostrar amor.
Ella piensa que no me demuestra su amor, piensa que yo soy detallista, pero que ella no puede serlo porque tiene miedo a hacer las cosas. Por lo pronto le he dicho que: “uno puede que sea detallista pero eso no demuestra amor, uno puede no ser detallista y puede amar con el alma entera; además las personas detallistas hacen sus detalles porque les nace hacerlas, no porque se sienten obligadas, y tú te sientes obligada porque yo las hago”, a decir verdad, no me gustaría que ella me demuestre su amor, pues si no le nace, de nada sirve, que guarde sus detalles para otra persona. Sospechó que quizá yo soy el preferido de sus ojos y su cuerpo, mas no de su corazón. Pero solo es una sospecha, ella solo sabe la verdad, solo ella.
Ella cree que hablar por teléfono conmigo solo perjudica nuestra relación, pues nos malentendemos y a menudo terminamos peleando; sin embargo, ella es la que siempre me llama.
Ella mira el cielo recordando nuestra promesa de amor, y sabe que algún día esa promesa será cumplida, quizá no conmigo, quizá con alguien mejor, en realidad no importa con quién, lo único que importa es que ella sea feliz, si ella lo está, yo también lo estaré.
Ella cree que mis sueños y sus sueños no entrelazan por ningún motivo, y aunque tenga razón y me duela aceptarlo, admito que eso no importa, pues muy en el alma ambos deseamos lo mismo.
Ella piensa que haber hecho el amor conmigo fue adelantarnos al futuro, lo que no sabe es que yo no creo en el futuro, creo más bien en la seducción de la carne y los deseos de la piel, creo en disfrutar cada instante a su lado para convertirlos en recuerdos imborrables y disfrutarlos luego, en algún día de soledad.
Ella suele preocuparse excedidamente por nuestra relación cuando presiente el final, pero no se da cuenta que hay que preocuparse más por mantener vivo nuestro amor día tras día.
Ella suele reclamarme afecto, pero no se da cuenta que mi afecto está en cada detalle, en cada mirada cómplice que nos damos antes de amagar la luz, en cada beso tentador que le regalo a oscuras, y si no ha de bastar aquellos humildes obsequios de mi ser, pues diré que el mayor afecto que tengo, es por ella, y si no me cree, es porque mi afecto es tan grande que no lo puedo demostrar.
Ella piensa que yo tengo experiencia en el amor, pero nadie tiene experiencia amando, ni el Dios mismo que es mil veces más omnipotente que cualquier ser humano. Es más, hace un tiempo escribí como semblanza de mi blog “Qué es el amor sino la complejidad de lo inexplicable”, quién me viera ahora, siendo, yo mismo, personificación de mi propia introducción. Pues no sé qué es el amor, no porque no lo sienta, sino porque es tan difícil comprenderlo; aún así, ella dice que yo tengo más experiencia en el amor…

Ella piensa que porque yo no soy celoso soy un mal enamorado, pero ¿De qué diablos sirve celar a quien te ama? ¿Acaso el amor no se basa en la confianza? Entonces, ¿De qué carajo sirve mostrar desconfianza?
Ella sabe que escribo porque es lo único que sé hacer, y a pesar del desdén que existe en nuestro entorno hacia las letras, sabe que mi vida dependerá de eso, de escribir. Lo que no se imagina siquiera es la satisfacción que encuentro escribiendo. (Escribir lo que siento, claro, como si fuera gran cosa. Todo el mundo escribe, lo único que me diferencia son mis sentimientos resentidos de una vida que no elegí pero desenvuelvo embalsamada de sueños y carencias paulatinas. Sé que no es una destreza ni mucho menos un talento escribir mis pensamientos torcidos y algo dementes, pero si de algo estoy seguro, es que me ayuda a limpiar la imperfección de mi alma y me repone de un enmarañado océano turbio, haciéndame galopar al final, por remotos lugares imaginarios de auténtica tranquilidad).
Ella piensa que tenemos secretos de amor, pero no sabe que todos los secretos que tenemos se los he confesado a mis escritos.
Ella piensa que es bonita porque yo se lo digo, y piensa (aunque no estoy seguro) que estoy con ella por su apariencia física, y equivocada quizá esté, pues la belleza no es amor, y si así ha de ser, pocos serían quienes amen.
Ella cree que debo ser más cariñoso cuando estamos con nuestras amistades, yo creo que el mejor cariño que le puedo mostrar es cuando estamos solos.
Ella a veces me hace daño inconcientemente y no sabe que sufro a escondidas, tampoco sabe que callo porque prefiero guardarme el dolor, pues si se lo digo, ambos sufriremos.
Ella disfruta mi presencia y se pierde con mis besos, sabe lo que es amar y sertirse amada, a veces sabe mucho, y a veces sabe nada.
Ella quiere que la llame por teléfono ésta noche, y, sin embargo, hace unos días me dijo que no tiene tiempo para nada. Yo pienso que en vez de hablar con ella un minuto por teléfono, podría invertir ese minuto en ir a buscarla y darle un beso.
Ella teme serme sincera porque piensa que me hará daño, pero no se da cuenta que más daño me hace ocultándome las cosas.
Ella piensa que estoy enamorado de ella, pero no imagina que cuando escribo, me enamoro más de mí.
Ella se hace problemas con asuntos inútiles, si organizara mejor su tiempo se daría cuenta que siempre hay tiempo para todo.
Ella no es culpable de mi rencor, pero podría serlo si sigue con sus ideas absurdas.
Ella se justifica siempre con su inmadurez, pero aún siendo inmaduro uno se da cuenta de las cosas que hace y dice. La inmadurez es muestra de inexperiencia no de discernimiento.
Ella me obliga a cenar juntos y perder el tiempo comiendo dulces, yo pienso que la mejor cena es tenerla una noche en mi cama, haciéndome el amor.
Ella ama su cabello, y yo la amo a ella.
Ella ama a su familia, y ama a sus amigos.
Ella dice amarme, y a veces yo no le creo.
Ella se enfadará al leer esto, pero es lo que pienso.
Ella es complicada y a veces creo que no me quiere ver.
Ella anhela tomarse una foto conmigo para inmortalizar un momento de compañía, pero no sabe que a mí no me gusta tomármelas.
Ella siempre está sonriente, sabe que me encanta verla feliz aunque muchas veces no sea a mi lado.
Ella se atemoriza al oír la voz de su mamá diciendo que me tengo que ir, yo sonrío internamente y pienso que ella es todo en mi vida.
Ella desea (lo presiento) volver hacer el amor conmigo, lo que no sabe tal vez, es que yo también lo deseo.
Ella nunca olvidará las veces de locura que vivimos en determinados lugares peligrosos.
Ella algún día recordará mi nombre y sabrá que en algún momento de su vida hubo un hombre que pensaba en ella día y noche, hora tras hora, sueño tras sueño, y que la amó a pesar de todo y trató de hacerla feliz aunque muchas veces no lo lograba.
Ella, ella, ella. ¿Y quién es ella? Pues ella misma lo sabe…

07/11/09

No ha pasado ni dos días y ya estás perdiendo tu tiempo.

Dices que no tienes tiempo para mí, que tienes que modificar tu agenda porque está demasiado llena.
Dices que los días que vienen serán más difíciles y que no podrás verme.
Dices que el 15 de noviembre tienes un show y que te estás preparando para ello.
Dices que tienes que estudiar porque tienes que levantar tus notas en el colegio.
Dices que tienes que acudir a la iglesia ésta tarde y que no sabes a qué hora saldrás, y pretendes que te llame a la noche para vernos un rato, como si yo fuera tu perro faldero.
Dices que tu tiempo es limitado y sin embargo duermes hasta el mediodía, ocupándote justo en el momento en que yo te llamo.
Dices que nuestra relación no anda bien, y sí, es verdad, no anda bien, pero es porque nosotros lo queremos así.
Dices que has aprobado aquel examen que era muy importante para ti.
Dices que tu mamá te está llamando y con esa excusa me colgaste el teléfono, y por más que haya escuchado su voz y sepa que es cierto lo que me dijiste, prefiero hacerme el sordo.
Dices que me extrañas, pero evitas verme prefiriendo dormir hasta el mediodía o irte a bailar a tus show’s.
Dices (o dirás al leer esto) que no te comprendo, y que hago mucho alboroto por tan mínimos problemas.
Dices que decir te quiero es más juvenil que decir te amo, y qué importa el sentido que tenga, lo que importa es decirlo de corazón, y tú no me lo dices desde hace mucho tiempo.
Dices que estás feliz y debido a eso no puedo decirte todo lo que ahora escribo, simplemente porque no quiero arruinar tu felicidad.
Dices que soy un flojo por no haber asistido a clase una semana, pero no sabes que no fui a clase porque necesitaba un momento de soledad para estar contigo (cosa que nunca sucedió), además, quise un momento para pensar que hacía de mi vida, quise estar solo para poder leer aquellos libros de amor que tanto me fascinan, quise estar solo para poder escribir como ahora lo hago.
Dices (o dirás) que soy un tarado por deprimirme muy rápido.
Dices que hago preguntas inesperadas, pero no imaginas que gracias a esas preguntas sé todo lo que ahora escribo.
Dices (porque yo te lo dije) que un sueño nuestro es envejecer juntos y caminar de la mano por estas calles limeñas, (yo me pregunto) ¿Si ahora mismo no estamos juntos, cómo pretendes que estemos juntos con los años?

jueves, 5 de noviembre de 2009

Mi piercing

A menudo las despedidas que tenía con ella se extendían demasiado. De tal modo que, podían llegar a ser horas de besos y abrazos interminables, asegurándonos que nos echaríamos de menos. Yo, en cada despedida, trataba de decirle alguna palabra bonita o dejarle algún beso que sea lo suficientemente soportable hasta la siguiente ocasión en que nos veamos, pero nunca nada funcionaba, todo era insuficiente. Nos conformábamos tan siquiera con llamadas telefónicas o mensajes al celular.

Cada noche que nos veíamos, yo solía quitarme el piercing que tenía en el lado izquierdo del labio inferior, pues creía que el piercing incomodaba nuestros besos, y aunque ella no me lo decía, yo lo sospechaba, por eso siempre habituaba dejar mi piercing al borde de la ventana de su casa.

Su casa era rara, la más rara que conocí, probablemente por el área geográfica donde estaba ubicada. La entrada era por el tercer piso debido a que su casa estaba pegado al cerro y la entrada era por lo màs alto. Su cocina, terraza y comedor estaba en el segundo con vista a una laguna inmensa, y los cuartos en el primero. Ella y yo siempre anduvimos en el tercer piso.

Una noche, cuando nuestro amor tenía esos brotes espontáneos de pasión, yo dejé mi piercing donde solía dejarlo, cerca de la ventana. De pronto, ella empezó a besarme de forma inquietante, yo simplemente me dejé besar. Estábamos en su sala. Su mamá, sus primas y su hermana estaban en la cocina. Ya era tarde y por desgracia me tenía que ir. Nos paramos, nos pusimos frente a frente y caminamos hacia la puerta besándonos, yo de espalda y ella guiándome. Cerca de su puerta, ella me embistió a besos contra la pared, así que empezamos a besarnos desenfrenadamente. Ella, astuta, levantó ligeramente su mano derecha y apretó el interruptor, estableciendo absoluta oscuridad en la sala. Yo, oportunista, empecé a frotar su silueta de mujer con mis manos, le acariciaba tierna y sofocantemente mientras mis labios se desprendían de los suyos para navegar por el tentador océano de su cuello. Su respiración aceleraba y con ello, el peligro de que nos descubrieran se hacia inminente. Ella empalideció, y agitándose me dijo que no sigamos, que mejor me vaya, que si me quedaba unos segundos más cometeríamos una locura.

- “Una locura de amor” – musité.

Ella sonrió y me llevó de la mano hacia fuera y salimos.

- No me quiero ir - le dije.
- Ni yo quiero que te vayas- me respondió - Casi hacemos algo que no debemos
- pero que sí deseamos – le dije con tierna picardía
- Ay, amor, estás loco - Me dijo- mejor vete
- Está bien, me voy pero si me das un último besito – la chantajeé

Me obsequió el beso y la amé aún más, pero sentí que algo me faltaba.
- Pucha, Bonita, ¡mi piercing! – Le dije
- Ay, ¡que tarado! te olvidaste de recogerlo.
- No me hubiese olvidado si ALGUIEN no me besaba pues…
- Entonces ya no voy a besarte – dijo engriéndose

Entramos, y justo antes de que ella prenda la luz para empezar a buscar mi piercing, la cogí de la mano e impedí que encendiera la luz.
Comenzamos a besarnos, a agitarnos, a respirar más de prisa. No soportábamos más, el éxtasis de nuestro amor había llegado al tope, nuestros cuerpos reclamaban amarse por completo a pesar de nuestros miedos. Y así fue, aquella noche, aquella sala, aquella oscuridad, y aquellos cuerpos libidinosos se dejaron consumir por el idilio placentero del momento, y fornicamos con el mayor goce y placer que se pueda sentir, saciando la sed de nuestras almas con el acto de amor más lindo que pueda existir.
Después de tan descarado acto de locura, ella y yo salimos riéndonos de lo que habíamos hecho, y nos echamos al pie de su puerta divisando el acogedor cielo nocturno, repleto de estrellas y de una peculiar luna llena.
Así es como recuerdo ese momento, tirados los dos mirando la luna llena y riéndonos por haber hecho el amor a pesar de lo arriesgado que fue hacerlo. Pues así es como se tiene que actuar en la vida, atreverse hacer las cosas, porque puede que sean pocas las oportunidades que se presenten, o solo una. Al final, solo se recuerda los bellos momentos, y éste, de seguro me marcará para siempre…