jueves, 5 de noviembre de 2009

Mi piercing

A menudo las despedidas que tenía con ella se extendían demasiado. De tal modo que, podían llegar a ser horas de besos y abrazos interminables, asegurándonos que nos echaríamos de menos. Yo, en cada despedida, trataba de decirle alguna palabra bonita o dejarle algún beso que sea lo suficientemente soportable hasta la siguiente ocasión en que nos veamos, pero nunca nada funcionaba, todo era insuficiente. Nos conformábamos tan siquiera con llamadas telefónicas o mensajes al celular.

Cada noche que nos veíamos, yo solía quitarme el piercing que tenía en el lado izquierdo del labio inferior, pues creía que el piercing incomodaba nuestros besos, y aunque ella no me lo decía, yo lo sospechaba, por eso siempre habituaba dejar mi piercing al borde de la ventana de su casa.

Su casa era rara, la más rara que conocí, probablemente por el área geográfica donde estaba ubicada. La entrada era por el tercer piso debido a que su casa estaba pegado al cerro y la entrada era por lo màs alto. Su cocina, terraza y comedor estaba en el segundo con vista a una laguna inmensa, y los cuartos en el primero. Ella y yo siempre anduvimos en el tercer piso.

Una noche, cuando nuestro amor tenía esos brotes espontáneos de pasión, yo dejé mi piercing donde solía dejarlo, cerca de la ventana. De pronto, ella empezó a besarme de forma inquietante, yo simplemente me dejé besar. Estábamos en su sala. Su mamá, sus primas y su hermana estaban en la cocina. Ya era tarde y por desgracia me tenía que ir. Nos paramos, nos pusimos frente a frente y caminamos hacia la puerta besándonos, yo de espalda y ella guiándome. Cerca de su puerta, ella me embistió a besos contra la pared, así que empezamos a besarnos desenfrenadamente. Ella, astuta, levantó ligeramente su mano derecha y apretó el interruptor, estableciendo absoluta oscuridad en la sala. Yo, oportunista, empecé a frotar su silueta de mujer con mis manos, le acariciaba tierna y sofocantemente mientras mis labios se desprendían de los suyos para navegar por el tentador océano de su cuello. Su respiración aceleraba y con ello, el peligro de que nos descubrieran se hacia inminente. Ella empalideció, y agitándose me dijo que no sigamos, que mejor me vaya, que si me quedaba unos segundos más cometeríamos una locura.

- “Una locura de amor” – musité.

Ella sonrió y me llevó de la mano hacia fuera y salimos.

- No me quiero ir - le dije.
- Ni yo quiero que te vayas- me respondió - Casi hacemos algo que no debemos
- pero que sí deseamos – le dije con tierna picardía
- Ay, amor, estás loco - Me dijo- mejor vete
- Está bien, me voy pero si me das un último besito – la chantajeé

Me obsequió el beso y la amé aún más, pero sentí que algo me faltaba.
- Pucha, Bonita, ¡mi piercing! – Le dije
- Ay, ¡que tarado! te olvidaste de recogerlo.
- No me hubiese olvidado si ALGUIEN no me besaba pues…
- Entonces ya no voy a besarte – dijo engriéndose

Entramos, y justo antes de que ella prenda la luz para empezar a buscar mi piercing, la cogí de la mano e impedí que encendiera la luz.
Comenzamos a besarnos, a agitarnos, a respirar más de prisa. No soportábamos más, el éxtasis de nuestro amor había llegado al tope, nuestros cuerpos reclamaban amarse por completo a pesar de nuestros miedos. Y así fue, aquella noche, aquella sala, aquella oscuridad, y aquellos cuerpos libidinosos se dejaron consumir por el idilio placentero del momento, y fornicamos con el mayor goce y placer que se pueda sentir, saciando la sed de nuestras almas con el acto de amor más lindo que pueda existir.
Después de tan descarado acto de locura, ella y yo salimos riéndonos de lo que habíamos hecho, y nos echamos al pie de su puerta divisando el acogedor cielo nocturno, repleto de estrellas y de una peculiar luna llena.
Así es como recuerdo ese momento, tirados los dos mirando la luna llena y riéndonos por haber hecho el amor a pesar de lo arriesgado que fue hacerlo. Pues así es como se tiene que actuar en la vida, atreverse hacer las cosas, porque puede que sean pocas las oportunidades que se presenten, o solo una. Al final, solo se recuerda los bellos momentos, y éste, de seguro me marcará para siempre…

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