miércoles, 17 de agosto de 2011

¡Medio año juntos!

Así se titula la nota que recibí hace unos días. Fue escrito por mi chica. Yo no sé cómo lo hace pero siempre termina sorprendiéndome. Y no debe ser así, a mí me gusta sorprender a las personas, no que me sorprendan. Y mucho menos escribiéndome.

Nunca nadie me escribió tanto como ella. Los únicos escritos que recibí de chiquito fueron las notificaciones que me enviaban desde el colegio para mis papás por no entrar a clase. Ahora alguien me escribe. Ese alguien es mi novia. No me escribe constantemente pero sí con determinada frecuencia. Sus líneas dicen lo siguiente:

Me gustas por lo tranquila
que me pongo cuando estoy contigo

Me gustas porque
me gusta que andemos por la calle
de la mano

Me gustas porque
te demoras en escoger qué es lo que
te vas a poner cuando ya nos tenemos que ir

Me gustas porque
hemos vivido cosas increíbles juntos

Me gustas porque
me gusta despertar y verte a mi lado

Me gustas porque
quiero escaparme muy lejos contigo

Me gustas porque
no me quiero separar de ti

Me gustas porque
quieres que sea tu mujer, tu esposa, la mami de Eduardito
y tu chica siempre, hasta que seamos viejitos

Me gustas porque me haces sentir especial,
porque quiero compartir mi vida contigo…

¡Te quiero, mi amor!


A decir verdad, es un escrito muy bonito. Conserva en su sencillez un encanto enternecedor. Adoro a mi chica. Me tiene completamente enamorado, como un loco. Mi vida se suspende en sus labios y en su compañía. ¡La quiero tanto! Gracias por escribirme, mi amor. También te quiero. Te quiero muchísimo.

Ella

Ella me conoció de casualidad
Por capricho del destino
No había opción, tenía que suceder


Ella me mira y no dice nada
Permanece quieta
Se repliega en mis brazos mientras descansa


Ella conserva cierto misterio
Su silencio lo ha confesado
No intento saberlo
No me conviene, lo presiento


Ella me quiere, me lo ha dicho
Yo le creo, no tengo por qué dudarlo


Ella es mi confidente, mi cómplice, mi chica mala
No tiene miedo, no teme a nada
Al menos así parece


Ella no vacila, se atreve, es decidida
Es más valiente que yo
Es fácil ser más valiente que yo.


Ella me demuestra una parte que desconocía del amor
No hay duda, la quiero
Me tiene sometido a sus encantos
Y yo quiero permanecer así: a su lado


Ella conserva un aroma delicioso
Su piel desnuda suele invitarme a acariciarle el cuerpo tibio con los labios
A besarla con paciencia, despacito
A ir descubriendo nuevas vibraciones en cada beso
en cada lugar, en cada rincón inhabitable de su piel


Ella se pasea por mi espalda, por mi cabello
Yo por su vientre, por su pecho
Por donde el amor nos lo permita


Ella está dispuesta a ir contra todo
en particular, contra el tiempo
Muchas veces nos limita, nos separa.


Ella me besa y yo pierdo la razón
Sus besos se han vuelto mi antojo,
sus labios mi capricho
su cuerpo mi deseo
Pero ella, en suma, es mi tentación.

domingo, 14 de agosto de 2011

Lo bueno de ser maleducado

Las mujeres suelen creerse muy educaditas, muy buenitas, muy chicas de su casa. Pero ¿qué pasa si una mujer se expresa de forma grosera o dice algo así como: sí pues, me gusta la pichula

Seguramente las personas que la escuchan se escandalizarían y armarían todo un show. Empezarían por tildarla de maleducada y puta. Todos la mirarían con menosprecio y asquerosidad, juzgándola por decir tal disparate. Pero ¿alguien se ha puesto a pensar cómo se debe sentir ella? De seguro muy apenada y muy avergonzada por lo que dijo; no sólo eso, seguro querrá desaparecer del planeta o simplemente morirse. Aunque no todas son así. Habrá otras mujeres que les importe un carajo la opinión del resto, pues, al fin y al cabo, uno tiene derecho a expresarse como quiere, como le da la gana. No tiene nada de malo expresarle al mundo entero sus gustos, incluso si esos gustos hacen alusión a una pichula. ¡A la mierda el resto, hay que expresarse como uno quiere, como se nos viene en gana!

Uno puede expresarse como quiere, claro, sin ofender al resto.

Una vez leí que las mujeres que se creen muy educaditas y muy inocentes, son las que en privado conversan con sus amigas sobre sexo sin vergüenza y analizan, imaginariamente, con sumo criterio el miembro de su pareja. ¿Me pregunto si mi mamá también hablará así? Seguro les dirá a sus amigas: "ay, mi Eduardito de niño tenía su pipilincito muy bonito, ojalá que ahora de grande no sea como el de su padre, sino pobre de él”.

Tengo algunas amigas que me cuentan que las mujeres son más abiertas que los hombres (entiéndase ABIERTA en el modo de hablar y no en referencia al acto sexual), pues me dicen que cuando hacen reuniones de mujeres es inevitable no hablar de sexo. Lo peor es que hablan con mucho detalle, muy explícito, y al final, claro, terminan contando absolutamente todo. Son unas ninfas justagtivas, unas malcriadas del raje, unas víboras vivientes, en suma: unas cuentacuentos sexuales.

Yo me pregunto ¿por qué los hombres sí podemos expresarnos cómo queramos y a las mujeres sólo les permitimos decir palabras educadas e ideales de una dama? ¿Acaso la mujer no puede decir una lisura? ¿Acaso el hombre tiene privilegios y la mujer vive sometida a una educación falsa? Lo cierto es que aún estamos en una sociedad muy machista, muy clasista, muy prejuiciosa y superficial. Una vez una chica que conozco me dijo que cuando practicaba al sexo con su novio, ella solía decir palabrotas, eso la excitaba más. Su arrechura en un momento fue tanta que terminó por decirle a su novio: “¡perro, muévete más!”, y el tipo muy obediente y con gran entusiasmo intentó agitarse un poco más, se sacudía sin control e intentaba complacer a su chica. Un empeño destacado considerando que no todas las parejas emplean ese método de excitación.

Hace unos días cuando hice una entrevista a Oswaldo Reynoso, un escritor considerado dentro de la generación de los 50s, junto a Julio Ramón Ribeyro y Mario Vargas Llosa, como escritores del realismo urbano en la literatura. Me decía que cuando él empezó a escribir lo hizo en referencia a ese grupo de personas que son ignoradas ante la vista de los demás, esas personas menospreciadas y marginadas, esas que viven en los barrios populares y no en el sector de la Lima aristocrática. A él (a Don Oswaldo) le interesaba más la realidad de las personas que los engaños del dinero, por eso escribió Los inocentes, un libro donde se emplea diálogos coloquiales impulsados por la mala vida y por el vocablo juvenil, muchas veces llenos de lisuras. Ahora entiendo que no importa ser educado para tener aceptación ante los demás, sino que es mejor aceptar la mala educación, pues, al final, uno también aprende de eso.