martes, 29 de septiembre de 2009

Te amaré hasta cuando tú lo decidas

Te has dado cuenta de las cosas que suceden?
No sé tú, pero yo he aprendido mucho con esta relación que llevo contigo.
Tú eres tonta, y yo por el contrario tan ingenuo. Somos un par de desquiciados que se aman con ironía ajena. Creo que eres ese tipo de chicas que no les gusta pensar en qué fallaron después de un problema.

Después de haber sobresalido de un problema contigo, suelo meditar y tener en consideración el fallo entre nosotros. Al menos, esa es mi forma de conocerte un poco más. Es una forma también, de conocer el tipo de relación que estamos formando.

Nuestra relación no es estable y tú lo sabes. Casi siempre solemos disgustarnos de cualquier torpeza o tontería vana. Aún así, me declaro culpable de esas fechorías inocentes, pues mi indefensa fortaleza sentimental me hace decaer en un silencio tormentoso. Y huyo. Huyo porque no me queda más nada que decir, sino tan solo pensar en un triste amor desamparado.

Hace unos días te dije que tú eras la más débil de los dos, pero creo que me equivoqué. O quizás te lo dije en un sentido figurado y muy particular; sin embargo, analizando el asunto actual el más aturdido y frágil de todo esto soy yo. Yo porque suelo reclinar en un manto de resignación y dudas, sin dar siquiera un solo espacio a la tranquilidad ni a la razón. Y muy por el contrario, mi mundo gira en una orbita de trastornos emocionales, donde el ambiente es gris como el cielo que vemos a diario. No comprendo por qué mi corazón enamorado se torna a ser infeliz, con el único propósito de buscar una venganza falsa y errónea.

Ay amor, si comprendieras el infinito amor que siento por ti, tal vez sepas que nuestra dicha puede que sea más larga y menos pausada.

Por ejemplo, cuando absolutamente todo es como el principio, lleno de felicidad e ilusiones, es ahí cuando siento que mi destino es amarte, pero misteriosamente la sensación angelical se desploma, poniendo fin a un capitulo de ésta, nuestra historia de amor.

Es así que ahora me siento, sin ganas de ser yo ni oír al mundo exterior. Sin tener que preocuparme del resto sino tan solo de nada. Es así como me siento, con un alma frívola y cruel. Perdido en una arboleda utópica. Creyendo en mis dudas; con ambigüedades que se instalan en mi cabeza y me roban los sueños nocturnos. Queriendo ir a tus brazos y oír en tus palabras un consuelo. Oír de tus labios una promesa de amor interminable, y yo te creeré. Creeré como el niño cree en la fantasía, pues así te amo yo, con tus palabras y mentiras.



Pienso a menudo que por tu amor soy lo que quieres que sea, solo pídemelo. No calles como incontables veces lo has hecho. No calles, que para callar ya vendrá la muerte. No hoy. No cuando tenemos aliento para hablar, para deleitar nuestros oídos con palabras tiernas. Solo pídeme que te ame, y yo te amaré hasta cuando tú lo decidas. A cambio de eso amor, quiero que sueñes con mi nombre. Quiero que pienses en mis besos, que de noche me busques en tus recuerdos como las aves buscan la primavera. Quiero que me prometas sinceridad, que no me harás conocer nuevamente la soledad, y que a pesar de todo, no me dejarás de amar. Pues de eso dependería mi vida, de tu amor.

lunes, 28 de septiembre de 2009

A la segunda luna


"Sé que pronto tendremos un mejor mañana, ya volveremos a ser felices de nuevo. Mientras me dure la vida, tú vivirás en ella".




Cada vez que quiero escribirte algo, tengo idea del contenido pero entorpezco al empezar. No sé cómo hacerlo. Mi mente desvaría en un constante caos desalentador y no consigo conceptualizar mi párrafo inicial. Sonará un poco tonto pero es la verdad.

El motivo de mis líneas hoy es porque hay cosas que me pasan y ha nadie puedo contar, pues de seguro no me comprenderían, se burlarían de mí y de mis cosas. Por eso te escribo, porque estos asuntos solo lo pueden entender los corazones enamorados como el tuyo y como el mío.

Ha pasado demasiado tiempo desde aquel lejano adiós y aún así no han de ser los suficientes. Te extraño demasiado. A pesar de que yo me encuentro lejos, tú permaneces siempre cerca, como sol y luna, como mar y cielo, como siempre ha sido, es que te llevo tan dentro de mí.

Los días vuelan como las hojas secas de otoño. Pasan demasiado rápido, pero no para los que esperan, tampoco para los que aman, y yo te amo, quizá no del modo como tú deseas que te ame, pero lo hago.

Hace unos días, escuchando una canción, me perdí en su brillante letra, especialmente en una sencilla frase que decía: “cuando alguien se va, el que se queda sufre más”, quedé estatualizado al oír esas palabras que encierran mucha verdad.

El alma ávida y el corazón trémulo imaginaban nuestro último encuentro, aquella nociva noche impúdica, cuyo cruel destino yacía en nuestra separación, donde prometimos vernos en el alba nocturna de la segunda luna llena.

Es difícil vivir con recuerdos, como también lo es amarte a la distancia.

Pasarán los días y el fin de tu ausencia llegará. Pronto la atenuante crisis sentimental que desgarra nuestros corazones se difuminará como una tarde inverosímil. Pronto te tendré nuevamente entre mis brazos y podré cobijarte de tal manera que llevarás el aroma de mi piel en el tuyo. Pronto beberé de tus labios el vino dulce del amor y embriagaremos empalagados de tiernas caricias. Pronto te amaré como innumerables veces lo hice. Pronto.

Anoche estuve viendo el cielo y observé la misma estrella que, desde que te fuiste, está siempre allí, al oeste, perdida en la intemperie nocturna del cielo infinito, sin compañía ni rumbo fijo. Creo que está allí para cuidarme, para platicar de ti por las noches, y aunque suene tonto, lo hago.

Le cuento que estoy enamorado, le digo que te cuide, pues ella te ve desde lo alto. Le comento también mis planes para cuando nos volvamos a ver. Me paso largo rato hablando de ti. De pronto me quedo sin palabras, me pierdo lentamente en el silencio de la noche y te pienso, te pienso taciturno.

Mis pensamientos ceden ante el cuestionamiento de tu ausencia: ¿Qué hacer si la extraño? Si todo el amor me viene de golpe en forma de recuerdos. ¿Cuántos días más tendrán que pasar? Ojalá y ella no caiga en el manto vil de la desconsolante pena. Sé que no importa el tiempo que pase, mi destino es amarte y así ha de ser.

No tienes idea de lo mucho que me encanta escribirte, pero más feliz me hace ser tu enamorado, y aunque el día esté por llegar a su fin y las aves busquen refugio en algún recinto ajeno, mi corazón aún te espera y seguirá esperando todo el tiempo que sea necesario. Y aunque sea turbulento como el empate de las olas, aguardaré tu regreso con impaciencia, fingiendo ser fiel al consuelo desamparador de la noche.

Sé que pronto tendremos un mejor mañana, ya volveremos a ser felices de nuevo.
Mientras me dure la vida, tú vivirás en ella.

Sé que el paso del tiempo le pone fin a todo, y de seguro lo hará también con nuestro amor, espero solamente que el único culpable de nuestra separación, sea la muerte.

miércoles, 23 de septiembre de 2009

El novio cobarde

Es viernes. Son las 4 de la tarde. Suena mi teléfono.
- ¿Aló?- contesto.
- ¡Hola Godoy! – dice una voz que no logro reconocer.
- ¿Si? – Pregunto confuso.
- Oye tonto, soy yo ¡María! – me dice.
- Disculpe señorita, con quién desea hablar – Bromeo con voz seria, luego suelto una carcajada y nos reímos juntos.

María es una amiga del colegio. Una chica odiosa, tierna, romántica, especial, atenta, detallosa, simpática, llorona, alegre, locuaz, arisca, en resumen, complicada. Tiene la piel blanca y suele reírse mucho. Me hace renegar siempre. Camina de forma extraña y tiene los pies como los de un pato. Siempre me llama por teléfono. Siempre me cuenta sus problemas. Soy su psicólogo particular.

Me cuenta apresurada que está con Leo, mi compañero de clase en tiempos de colegio y gran amigo actualmente (Leo fue el amor imposible de María durante los últimos años de la secundaria). Me cuenta que están en un parque, que se citaron para verse (Me disgusto pero no se lo digo, no le digo que es muy tonta por encontrarse con Leo a espaldas de su enamorado, pues ella tiene enamorado). Me pregunta si puede venir a mi casa. Le respondo que no. Luego me dice cuándo puede venir. Le digo que tal vez la próxima semana. En realidad no la quiero ver, no porque me caiga mal, sino porque suelo estar solo en mi casa y yo no quiero estar a solas con ella. Me dice que tal vez la próxima semana me visita. Acepto resignado. Nos despedimos. María me dice que volverá a llamarme ni bien llegue a su casa y me cuelga.

Subo a mi cuarto. Pongo música clásica. Trato de terminar un poema que estaba escribiendo antes que sonara el teléfono. Algo me incomoda. Pasan los minutos y no escribo nada. Mi mente se torna despejada, nublada, opacada. Me rindo. Me echo en mi cama y trato de pensar. Olvido apagar la música clásica, la cual me hace dormir y me genera un extraño sueño rotundo. Sueño que estoy frente a mi computadora escribiendo poemas, poemas de increíbles versos. Versos más tiernos que la sonrisa de un niño y tan bellos como los crepúsculos de verano. Sutiles como el deslizamiento de los cisnes en un lago, e infinito como el universo del amor. La dicha es inmensa. Parece todo tan real, hasta que suena mi teléfono y me despierto. Nuevamente es María (ya había pasado 2 horas desde la última vez que me llamó). Intuyo que me contará todo los por menores de su cita.

- Godoy, ¡no sabes! – me dice extasiada.
- Que pasó – Le respondo con frialdad.
- Leo me dijo para ir a tu casa pero como tú no quisiste, no fuimos.
- ¿Qué? Ustedes están locos ¿no? – dije enojado - Leo debe pensar que tú eres una chica fácil, o al menos si yo fuera él pensaría que eres una pendeja. – añadí
- Oye… ¿Por qué me dices eso?
- Porque tú tienes enamorado. Imagínate que él tuviese enamorada y te invita a salir, tú pensarías que él quiere algo contigo ¿verdad? Y pensarías que es pendejo porque te invita a salir teniendo enamorada.
- Pucha, verdad ¿no? es que Daniel me dijo que lo llamara porque él quería verme – se justifica.
- No seas tonta pues, si Leo quisiera verte te hubiese llamado ¿no crees? Tú sabes lo jodído que es Daniel y le haces caso.

María se queda callada.

Me disculpo. Le digo que no fue mi intensión haberle dicho palabras tan fuertes ni mucho menos deprimirla. Le digo que me cuente cómo le fue. Total, las cosas ya pasaron y esto le servirá para el futuro. Se ríe y empieza a contarme.
Me dice que quedaron en encontrarse en un parque que está ubicado detrás de un centro comercial muy cerca de la casa de Leo. Me cuenta también que ella se retrasó media hora en llegar. Cuando llegó, vio a Leo sentado en una banca fumando un cigarrillo. Él no la reconoció. Quizá no de lejos porque Leo es miope. Ella se acercó nerviosa y lo saludó. Como no sabían de qué hablar, fueron a llamarme por teléfono. Después de hablar conmigo volvieron al parque.
Leo le preguntó:

- ¿sigues con tu enamorado?
- Sí, pero mi relación no anda bien. Nos peleamos mucho. A veces quiero terminar con él pero me da miedo echar a perder nuestra relación, además ya tenemos 2 años y se me hace difícil decirle para terminar - Respondió María.
- ¿Lo quiéres? - Preguntó Leo
- Sí, pero no como antes.
- Y por qué no como antes ¿qué pasó? – Añade Leo.
- No sé… - dijo María deprimiéndose y agachando la cabeza.
- Cómo que no sabes, acaso ¿Te grita? ¿Te pega? ¿Te exige cosas? – Reclamó Leo. Un silencio melancólico se apoderó de María.
- No. No es eso… Mejor cambiemos de tema. – dijo María.
- Si no quieres estar con él deberías decírselo.
- Lo sé.

María hace una pausa y me dice con voz acongojada que tiene que contarme algo. Yo acepto gustoso.
- Godoy, no se lo dije a Leo pero… ¡Mauricio me pega!
- ¿Qué? – Respondo atónito
- Sí. Mauricio me pega. (Mauricio es el nombre del enamorado de María)
- ¿Y por qué no terminas con él? – Me enfado.
- Es que no puedo. Estoy esperando que él termine conmigo. Yo no tengo el suficiente valor para acabar con lo nuestro. – Se defiende
- Que tarada eres María. Déjalo, él no te merece.
- Godoy, prométeme que no se lo dirás a nadie. Te cuento esto porque tú eres mi mejor amigo.
- Está bien pero deberías terminar con él. No dejes que ese huevón te cague la vida.
- Ya sé. Ay, no sé por qué te conté esto. Mejor luego te llamo, no me siento bien. Adiós. – dijo y colgó el teléfono.

Colgué el auricular y me eché en el sillón de mi sala. De pronto, la ira me consumió e imaginé como María era golpeada por su enamorado. Quedé atónito aquella tarde. Jamás pensé que oiría semejante cobardía y desfachatez proveniente de una persona. Odié aquel bicho miserablemente virulento de nombre: Mauricio. Tuve ganas de hacer cumplir la ley de Talión, aquel estatuto milenario que está concebida en la Biblia: “Mas si hubiese muerte, entonces pagarás vida por vida, ojo por ojo, diente por diente, mano por mano, pie por pie, quemadura por quemadura, herida por herida, golpe por golpe”. Detesté a Mauricio y sólo pensé en lo cobarde que puede ser una persona. Es más, María también es culpable de que eso sucediera, pues el hombre llega hasta donde la mujer se lo permite. María dejó que ese infeliz la maltratese, no se hizo respetar y tuvo que pagar la consecuencia de su silencio.

viernes, 18 de septiembre de 2009

Desconfianza

Siempre he tenido el problema estúpido de creer en lo que me dice la gente.
Muchas personas suelen decirme palabras que transforman mi débil mente en un holocausto de pensamientos agoviantes. La atrocidad y malicia que hay en mi entorno social hace que mis ilusiones se evaporen. No soporto vivir de una manera miserable ni mucho menos ser infeliz por comentarios turbios.
Por qué siempre me llegan tristes noticias de un amor que yo imagino perfecto. Por qué la gente añade veneno a sus comentarios. Estoy harto de oír cada cierto tiempo murmuraciones mezquinas. Por qué si juramos amarnos con cierta sinceridad tenemos que tolerar el montículo ruin de las habladurías.

Hace mucho tiempo, cuando tuve mi primera enamorada, tuve estos problemas. Ella estudiaba en otro colegio. Mis amigos la veían a diario, me decían que terminase con ella, que ella no me merecía, que yo era muy tonto por soportarla y por quererla del modo como la quería, me metían cizañas en la cabeza. En aquel tiempo no podía vivir en paz, los pensamientos me agobiaban día y noche. La desconfianza me consumía. Era difícil solventar aquel problema. La única solución era hablar con ella y pedirle explicaciones, decirle que cambiase y no haga cosas que la gente pueda malinterpretar.
Se lo dije. Me dijo que cambiaría, pues ella solo quería hacerme feliz, pero pasado un tiempo ella volvía a lo mismo, por más que yo le dijera que ciertas actitudes no me gustaban, ella me ignoraba y no me hacía caso. Así fue que de a poco mi amor fue disminuyendo, si ella no era capaz de calmar las turbulentas y asfixiantes olas de comentarios que llegaban a mí, ya no valía la pena seguir con una relación a la cual yo iba contra la corriente, evitando ser envestido por la desconfianza, mientras ella hacía lo que se le viniese en gana, es más, me molestaba sus infinitos comentarios ambiguos al momento de referirse a sus amigos. Sus propias palabras y actos determinados me hacían dudar de ella. Logrando así que los rumores obtengan fundamentos propios, dado que yo mismo me di cuenta de sus impropias actitudes para nuestra relación.

Yo tengo un concepto, y es que, si dos personas solo se dedican a amarse sinceramente, sin enrollarse en actos que puedan generar chismes malinterpretados, o producir un declive sentimental, pueden llegar a ser infinitamente feliz. Los chismes se generan porque algo está pasando.

Ahora, justo hoy, aquellos comentarios han vuelto a surgir de los confines de mi universo mental. Nuevamente estoy viviendo lo que viví en aquellos años catastróficos. No sé qué hacer ni cómo defenderme. Una nueva era glacial de comentarios se está apoderando de mí y no me deja vivir en paz, y lo peor es que no quiero terminar como terminé aquellos años, poniéndole fin a todo habiendo luchado solo…

miércoles, 16 de septiembre de 2009

Ridículo pensamiento

No sé por qué no puedo ser feliz. Mis pensamientos infantiles son un veneno mortal que aturde mi desguarnecida alma turbulenta. No soporto el desgarramiento de mi corazón al creer absurdas palabras ingenuamente hirientes. Veo lo que no hay y siento lo que no debería.
Amar para mí es un arma de doble filo. Un día me ilusiona y al rato me desploma con rudeza, haciéndome galopar por desiertos infrahumanos. Soy un tonto por aferrarme a pensamientos vanos que sólo generan desilusión y lagunas de dudas, miedos y cobardía en mí.
El maldito miedo de perderte nuevamente ejerce la más vil de las fechorías: hacerme sufrir. Estoy tan atento a cada palabra suya que me lastimo yo mismo. Temo tanto el cariño que ella le da al resto, que me nublo en ridículos pensamientos ambiguos y sufro. Sin sentido pero sufro.
Quisiera gritar y decirle que no muestre cariño al resto, que hagas como yo, que sólo guardo cariño para ella. Sé que sería injusto proponerte eso porque de nada serviría. No podría prohibirle que sienta lo que siente, aunque muchas veces me haga daño.
La amo pero sufro mucho. Sufro porque quiero y sufro porque no sé hacer nada mejor que sufrir. Quisiera que mis tristezas emigren pronto para así poder ser feliz con sus palabras, aunque muchas veces no sean para mí.
Siempre le he escrito. Siempre le he pedido que ella haga lo mismo, pero ya ven, de nada sirve, sus miedos no se lo permiten. Por eso nunca lo hace.
No importa, sabré vivir sin sus palabras. Aprenderé a ser feliz sin ellas y mantendré la fantasía errónea de imaginarme que algún día me dedicará un poco de tiempo y me escribirá una breve frase. Quizá no tan romántica ni especial, quizá no tan poética ni tierna. Me bastaría con la sencillez de sus pensamientos para ser feliz.
Me hubiese gustado ser como aquellos a quienes dedican frases cortas de colosal significado. Que envidia me dan, que envidia les tengo. No los detesto, sólo los envidio. La fortuna no es para todos, solo para pocos, y yo no la tengo. No por ahora. Quizá pronto. Quizá la tenga sin saberla, quién sabe. Quizá la fortuna y yo somos incompatibles. Quizá no merezca que me escriban. Quizá no merezca nada, quizá.
Sé que todo es tan tonto como absurdo, sin embargo, me lastima demasiado. Ojalá pronto pueda madurar y darme cuenta de que todo esto no es tan afectante como creo que lo es.
Ya me aburrí de sufrir. Mejor me iré a descansar y ha esperar un mejor mañana. De repente leyendo alguna vieja carta familiar pueda encontrar algún tipo de consuelo.

viernes, 11 de septiembre de 2009

Poema I

La tarde está por llegar a su fin
La melancolía me pregunta por ti
Siniestra es la dicha que llevo en el alma

Te amo
Te amo y me haces falta

Cómo olvidar tu extraña dulzura,
si me siento incapaz de hacerlo

Soy un navío sin rumbo perdido
en el océano de tu alma

Te lloré en silencio tantas veces,
que ahora soy un vagabundo sin tu amor

A veces te echo de menos y me pregunto
¿Dónde te encontrarás?
¿Entre que gentes?
¿Me pensarás?
¿Por qué no te llevaste nuestros recuerdos en tu equipaje?
¿Acaso lo olvidaste?

Sea cual sea el motivo, aún me haces falta y te odio
Te odio con amor y te odio sin piedad

No vuelvas ni te vayas
pues de mí agonía a tu infelicidad
solo existe un camino, el camino del amor

Ese camino tenebroso que ahora ya, destruido está
Pudriéndose de dolor
aniquilado sin misericordia tuya

Las nubes se encargarán de borrarte
y mi corazón sin cura alguna
morirá en la gracia de haberte amado

Pues entraste en un corazón impenetrable
y ahora te marchas con un amor...
Que no era de nadie

martes, 8 de septiembre de 2009

Noches interminables

Fueron pocas las noches que pasamos en mi habitación. Pocas las veces que vivíamos alejados del mundo exterior, y pocas también, las veces que nos amábamos con desbordante locura pasional en la posterioridad de mi cuarto. Yo la amaba con un torrente cariño descomunal. Ella se dejaba amar y enloquecía con mis infinitos besos inquietantes. Yo me sometía al capricho de su cuerpo. Ella se entregaba incontrolablemente. Yo la deseaba en silencio, pero ella, siempre astuta, lo sabía. Ella temblaba por la pasión que nos consumía. Yo la acariciaba con sutil ternura. Ella se perdía en mis labios extasiados mientras mis manos exploraban su bello cuerpo de mujer. Éramos muy felices, pues nos sometíamos al deseo mutuo del erotismo.



Un día, cuando no esperaba su visita, ella llegó a mi casa. No hubo tiempo para amarnos como incontables veces lo hicimos. Su visita fue efímera, rápida, lo suficiente como para decirle que la amaba.
Antes que se vaya, debido a que tenía un asunto que cumplir, puesto que formaba parte de una iglesia en la cual era catequista, me propuso y prometió que volvería al anochecer, yo acepté gustoso y le dije que prepararía algo especial para esa noche, ella sonrío y se marchó.

Me pasé la tarde planeando algún detalle que la pueda sorprender. Tuve mil ideas, pero ninguna la realicé.

Era de noche, de acuerdo con lo que me dijo, ella llegaría pronto. Yo la esperaba impaciente. Le había preparado panqueques. Si bien yo no sabía cocinar, pues no tenía el talento suficiente como para preparar algo sumamente delicioso, me esmeré mucho en hacer aquellos panqueques.
El tiempo pasaba y ella no llegaba. Mi alma entristecía con cada minuto que pasaba.

Era demasiado tarde, presentía lo peor, y con ello, mis ansias de verla se convertían en abúlicos pensamientos de desilusión.

Sonó el teléfono. Era ella, la mujer a quien tanto amé y esperaba con inquietante agonía.

- Amor, discúlpame, se me hizo tarde – Dijo taciturna.
- Descuida, por algo pasan las cosas – Le dije fingiendo mi tristeza.
- ¿Todavía puedo ir a tu casa? – Me preguntó. Al oír aquella pregunta, mi corazón palpitó muy deprisa.
- Claro – Respondí sin pensarlo.
- Está bien, ahí voy entonces, Fresita – Me dijo y colgó. Me decía Fresita porque cierta vez que nos vimos llegué oliendo a fresa, debido a que unas chicas del colectivo, que no conocía, me rociaron por casualidad un perfume de suave aroma a fresa.

Después de un largo rato de espera, ella llegó. Me obsequió un rotundo beso interminable por haberme hecho esperar tanto. Le dije que le había preparado panqueques, ella sonrió, pues sabía que yo era pésimo para la gastronomía. Me dijo que no había cenado. Entonces supuse que mis panqueques aliviarían su desenfrenado apetito nocturno.

Irónicamente, yo no quería probarlo, sólo deseaba besarla y probar el dulce manjar de sus labios. Antes de probar mí “experimento culinario”, subí a mi cuarto, hice unas cosas y volví a bajar.

Puse los panqueques en unos recipientes de porcelana. Le advertí que no comeríamos en la mesa, y lo que es más importante aún, que no ponga resistencia ni diga palabra alguna. Me miró con complicidad. Cogimos el recipiente y le propuse, decentemente, subir a mi cuarto.

Me sentía nervioso, mi pulso se aceleraba con cada grada de la escalera que ascendíamos. Llegamos a mi habitación, abrí la puerta y ella entró. Al entrar observó una mesita, la mesita donde cenaríamos, ubicado en el centro de mi cuarto, rodeada de pequeñas velas de colores que ambientaban y se extendían por toda la habitación, acompañadas por una ligera melodía emitida por mi computadora. Ella, al ver el decorado de mi cuarto, enmudeció, puso ojitos de huevo tibio y me miró con una ternura inexplicable.

- Discúlpame por la sencillez de mí detalle, sé que tú te mereces mucho más que esta simple demostración de amor – dije con voz suave, ignorando tal vez, que esa sería, mi última noche junto a ella…