martes, 31 de agosto de 2010

A los 5 años

Mi infancia fue duradera y complicada. Me hicieron vivir de manera apresurada. Experimenté lo que, estoy seguro, nadie ha experimentado a tan corta edad.

A los 5 postulé para entrar al colegio. Aprobé el examen pero no ingresé por mi edad. Era muy niño. Necesariamente tenía que tener 6 años para iniciar la vida escolar.

A los 5 di mi primer besito en mi fiesta de cumpleaños. Un payaso me hizo jugar con una niña. Nos puso frente a frente, mirándonos. Puso una galleta en medio de nuestros labios y nos dijo: cuando yo cuente hasta tres, ustedes tienen que darle un besito a la galleta, el que lo hace primero, gana. Recuerdo que yo vestía con traje de marinerito, la niñita se llamaba fany y lucía un vestido turquesa.

El payaso puso música y luego contó: uno, dos… dos y medio. Y recuerdo que yo hice trampa porque pensé que ese dos y medio era tres y me acerqué a la galleta para darle besito y ganarle a la chica. El payaso me acusó de impaciente pero a mí ciertamente me daba igual. Luego dijo: esta vez sí contaré hasta 3 así que atentos. El payaso robó la atención de todas las personas de la fiesta y se concentraron en mí y en la chica.

Yo me mantenía con la mirada enfocada en la galleta y, seguramente, la chica también. El payaso contó: 1, 2 y… 3. La chica y yo nos acercamos rápidamente a la galleta y el payaso, tramposo, sacó la galleta del medio y la chica y yo nos dimos un besito a vista de todos los invitados de la fiesta, quienes disfrutaron con mucha simpatía aquel beso inesperado. Fue inevitable evitar el contacto de nuestros labios. Ese fue mi primer beso, accidentado y juguetón.


A los 5 años también iba a casa de mi madrina por la tardes. Iba a jugar con su sobrina y con su amiguito. Solíamos jugar a las escondidas. Yo siempre hacía que el niño cuente primero y nos busque. El niño tenía que contar hasta 10, pero parecía que contaba hasta 100 porque siempre se equivocaba y volvía a empezar de nuevo. Yo hacía trampa, era tramposo y un poquito travieso desde muy niño, yo le decía a la sobrina de mi madrina dónde escondernos. Le decía que se metiera al armario, ella me hacía caso y entraba obediente. Yo me hacía el tonto y entraba con ella. Nos escondíamos como dos personitas que intentan cometer un crimen. Un día nos escondimos demasiado tiempo. Yo intenté acercarme a ella para susurrarle algo al oído pero fue tanta la oscuridad que terminé por darle un besito. Luego de esa vez siempre nos escondíamos en el armario y nos dábamos besitos a escondidas. Éramos novios en secreto. Nadie sabía nuestro romance, ni nosotros mismos. Pero cuando entrábamos a ese armario nos comportábamos como amantes de toda la vida.

A los 5 también experimenté otras cosas. Tuve mi primera vez. Recuerdo que fui al estadio con mi papá y sus amigos, jugaba la “U” vs Sport Boys. Yo no sabía el nombre de los jugadores, excepto de uno, de mi ídolo, del goleador: Roberto Martínez. Yo quería ser como él cuando creciera. Quería ser el goleador de la “U” y que mi nombre sea coreado por miles de hinchas. Imaginaba hacer un gol de chalaca al último minuto de un partido y salir campeón del Perú con Universitario de Deportes.

¡Es tan fácil soñar de niño¡ El partido estaba emocionante, pero como yo no sabía los nombres de los jugadores me aburrí rapidito y le dije a mi papá: papi, tengo sed, cómprame algo. Mi papá me dijo que me compraría en el entretiempo, pero yo me moría de sed e insistí. Lastimosamente no había ningún vendedor cerca y yo moría de sed. Mi papá se compadeció de mí y me dijo: prueba un poquito. Invitándome su lata de cerveza Cusqueña. Como yo no sabía que la cerveza amargaba tomé un sorbito considerable. Después me lamenté porque ese líquido me raspó la garganta y, además, sabía amargo.

Al poco rato no podía caminar con firmeza y mis piernitas se sentían débiles y trémulas. Me dio sueño inexplicablemente y no podía mantenerme en pie. El trago había dado efecto. Estaba borrachito. Caminaba zigzagueante. Mi papá se burlaba de mí y sus amigos también. Yo los miraba ingenuamente y ellos disfrutaban verme mareado.

A los 5 años yo le gustaba a dos chicas del jardín que eran primas. Siempre le pegaban a mi amigo porque él me molestaba con las 2 y ambas se avergonzaban. A mí me gustaba una de ellas. Recuerdo que yo las miraba desde lejos y disfrutaba verlas jugar en el recreo. Solían mecerse en los columpios.

Mis días favoritos eran cuando iban con vestido y se subían a los columpios. Yo las miraba atento desde lejos y las chicas se mecían con tal velocidad que, sin querer, les veía su calzoncito blanquito o rosadito, en ocasiones amarillo, siempre colores claros. Adoraba ese instante fugaz de placer. Me encantaba verles su ropita interior. A veces le rogaba a Diosito que mandara vientos fuertes para que agite las faldas de las chicas.

Yo, en ese entonces, no entendía por qué cada vez que las veía, algo se despertaba en mi entrepierna. Era como un ser que tomaba firmeza sin que yo se lo ordenara. A veces me causaba problemas porque se despertaba sin mi permiso y cuando me paraba para caminar, se me veía un bultito en la parte baja.

Ya ha pasado mucho tiempo desde aquellos años, pero sin duda, guardo esos recuerdos con un absoluto cariño. Fueron momentos especiales. Considerando, claro, que no todos los niños tenemos el privilegio de verle el calzoncito a nuestras amigas.

1 comentarios:

Anónimo dijo...

ahaha mori con el final! qe pervercion caray!! jajaja
oieeeeeeee pucha dond andas q tngo q contarte algo!!! ...
feliz dia dl bloggr wuhu
:)
conctateeee

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