miércoles, 11 de noviembre de 2009

La chica de mis sueños



Piero era un niño de 9 años. Tenía el cabello lacio y la mirada triste. Era delgado y alto. Nervioso y tímido, muy tímido. Le gustaba dibujar pero no sabía pintar. Le gustaba contar las estrellas y soñar que algún día él llegaría tan alto como ellas.

Piero andaba triste porque sus últimos días de vacaciones se terminaban, sabía que pronto volvería al colegio y, con ello, volverían las responsabilidades forzosas y obligadas que tanto aborrecía; es más, odiaba ser victima de las insoportables madrugadas en las que tenía que levantarse para vestir el tonto uniforme estudiantil.

- Pierito, levántate. Vas a llegar tarde a tu primer día de clase – Dijo doña Elena, mamá de Piero, un lunes a la 5 de la mañana.
- Ay mamá, un ratito más. Todavía es muy temprano… - se defendió Piero somnoliento.
- Nada que un ratito más, levántate de una vez – dijo doña Elena frunciendo el ceño.

Piero tuvo que levantarse aburrido y con mucho sueño, y, sin darse cuenta, su mamá lo desvestía y lo llevaba a la ducha para bañarlo. Obviamente a Piero no le gustaba que su mamá lo bañe, él se sentía grande y no necesitaba ayuda para asearse, era suficientemente capaz para lograrlo solo; además, su miembro viril se estaba desarrollando y le daba vergüenza que su mamá se diese cuenta de ese detalle. Por eso, él evitaba que su mamá lo jabone, pero su débil intento siempre resultaba inútil.

Después de un sumiso y humillante baño madrugador, Piero tomó desayuno y se marchó al colegio; claro, bien peinadito y perfumadito, con el típico uniforme que caracterizaba a su colegio: pantalón plomo, camisa blanca, chompa azul y los temibles zapatos nuevos que solían ser atemorizantes los primeros días de clase, debido a que sacaban ampollas insoportables.

- Chau Pierito, que tengas un buen día - Se despidió doña Elena de su hijito, dándole un besito en la mejilla. Piero subió a su movilidad rumbo al colegio.

Debido al caótico restringimiento vehicular, Piero llegó tarde a su primer día de clase. La encargada de la movilidad tuvo que excusarse ante la profesora.

- Buenos días. Disculpe la tardanza. No volverá a pasar… – dijo la encargada de la movilidad.
- Descuide, con este tráfico a cualquiera se le hace tarde – respondió efusiva la profesora. – Vamos pasa – añadió dirigiéndose a Piero.

Piero ingresó con cierta candidez al salón dando sus primeros pasos con evidente timidez. Luego, alzó la mirada para ver donde se iba a sentar pero, sorpresivamente, no caminó más. Su cuerpecito quedó paralizado y su mirada instalada en una niñita muy bonita que se sentaba en la última fila del aula. Piero quedó pasmado pensando en lo linda que era aquella niña de cabello castaño y de puntas onduladas. El rostro de la niña era tan angelical como el dulce cántico de una alondra.

Piero la miró constantemente durante toda la clase, tratando de que ella no se dé cuenta de que él la miraba. Incluso, la miraba de reojo para disimular un poquito.

Así pasaron las primeras semanas, observándola de lejitos y enamorándose en silencio.

El solo hecho de verla no bastaba. Piero no dejaba de pensar en ella. Tuvo interés por conocerla y saber más de ella. O tan siquiera, saber su nombre, al menos con eso bastaba. Como todo niño audaz, Piero se las ingenio para averiguar el nombre de la niña. Un día, cuando la profesora estaba tomando lista, Piero anduvo demasiado atento esperando oír que la niña dijera “presente”, al menos esa sería una forma para poder saber el nombre de ella, la niña de quien Piero se había enamorado. De pronto, sucedió, la profesora dijo: “Valeria”, “presente”- respondió enseguida la niña con voz de pajarillo diurno. Piero inmediatamente la miró y suspiró muy alegre.
Los días seguían pasando y Piero era fiel reo de su silencio atormentador, le bastaba tan solo observarla distante y verla sonreír. No conseguía tener el coraje suficiente para poder vencer su ridículo miedo.
Tanto la observaba en clase que decidió dibujarla. Ella no se daba cuenta, pero cada vez que él la miraba, era para memorizar cada detalle minucioso de su rostro y plasmarlo en una hoja de papel.
Piero comenzó dibujando sus ojos, porque él sabía que todo comenzó con una mirada, así que decidió tomar como punto de partida los ojos de Valeria.
Al terminar el dibujo, se desilusionó un poco porque el dibujo no fue tan genial como él esperaba que sea; sin embargo, fue capaz de rescatar ciertos rasgos superficiales y, sobre todo, disfrutó con cada trazo que hizo al diseñar el bello rostro de Valeria.


Aquel día, antes de finalizar el recreo, Piero fue al baño y se lavó la cara, pensó que no podía seguir huyendo. Tenía que afrontar su miedo, y para eso, decidió regalarle a Valeria el dibujo que había hecho.
Sonó el timbre finalizando el recreo y Piero ingresó a su salón para sacar el dibujo. Estaba dispuesto a todo. Sintió que debía darle el dibujo a Valeria. “Es ahora o nunca”, pensó al verla ingresar al salón.

- ¡Valeria!, ¡Valeria! - vociferó desde lejos

Valeria se dio cuenta de que Piero le hacia señas con las manos y se acercó.

- Hola. Dime, que pasó – Dijo Valeria preocupada.
- Nada. Solo quería saludarte y regalarte algo – respondió Piero con voz suave e inocente.
- ¿Qué cosa es? – se entusiasmo Valeria.
- Te dibujé en clase y te quiero regalar el dibujo – dijo Piero mostrando el dibujo
- ¡Que lindo! Gracias. Nunca nadie me había dibujado – dijo Valeria muy agradecida dándole un besito a Piero.

Los ojos de Piero brillaban como luz de estrella. Se sintió inmensamente feliz. Tenía una sonrisa gigante. El ego elevadísimo. Era un momento inverosímil, irreal, utópico.
De pronto, sintió que alguien le sacudió el hombro y con sórdida voz le dijeron: “Piero, Piero. Levántate. Te llama tu amiguito Eduardo por teléfono
Piero abrió los ojos, y se dio cuenta que todo había sido un sueño…

1 comentarios:

Anónimo dijo...
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