lunes, 12 de septiembre de 2011

Tápale la boca a tu amiguita

Mi amigo Guillermo me pide que le acompañe a la casa de su amiga. Yo me rehúso pero al final acepto. Soy un cojudo por acompañar a las personas a lugares donde sé que me aburriré. Será un lugar incómodo, presiento. No sé qué haré allí.

Su amiga es extraña, un poco fría e indiferente. Nos recibe con fastidio, creo que le incomoda mi presencia. Vive sola y tiene un departamento grande, amplio, muy amplio. Coquetea con Guillermo y le habla entre risitas cómplices. A simple vista uno puede sospechar que hay algo entre ellos.

Al rato, ambos me dejan solo y se van a conversar al patio. La chica me trae su lap top para escribir (no sabe que escribiré sobre ella).

Mientras conversa con mi amigo y escucho a lo lejos risitas y cuchicheos entre los dos, yo escribo sofocado por el ardor de la incomodidad. Escribo sin control intentando descargar mi rabia por ser tan idiota - debería estar en mi casa echado en mi cama leyendo o durmiendo, no en una casa ajena escribiendo sentado al lado de un cigarrillo que me hace miraditas porque sabe que no lo puedo fumar -.

La chica estudia psicología en la Universidad San Martín de Porres. Está en quinto ciclo - la misma carrera que Ale - pienso. Ale es mi enamorada, la chica que me trae loco hace algunos meses. La conozco hace casi más de medio año. Estoy enamoradísimo de ella. Preferiría mil veces estar con Ale que estar en una casa ajena, pero no puedo, ella anda en exámenes finales y, por ahora, debo limitarme a esperarla.

Guillermo es un chico que nunca se ha enamorado de verdad pese haber tenido algunas mujeres en su vida. Tiene fama de descorazonado. Nunca le ha ido bien en sus relaciones. Siempre termina mal. Las chicas terminan arrepintiéndose de haber tenido algo con él. Se lamentan. La única exonerada de este lamento, es una tipa que él llama “la loca”.

“La loca era adicta al sexo”, me cuenta. Ambos se escapaban a diferentes hoteles de Lima para saciar sus constantes apetitos sexuales. Los días que él no tenía plata, ella se solidarizaba y pagaba todos los gastos. Era una buena inversión sabiendo que al final él le pagaría con su cuerpo y con un rico polvo. Nunca hicieron el amor, sólo se entregaron al sexo con la loca idea de pasarla bien, de sentir el sexo del otro hundiéndose hasta llegar al coito.

Él me cuenta sus grandes hazañas con las mujeres, yo nunca le creo pero me sorprendo porque tiene buena imaginación. Cuando me pregunta sobre mis experiencias, yo le digo que no tengo muchas, que soy un fracasado sexual, que mi pajarito no conoce de esos combates amatorios en una cama. Él suele reírse y no me cree. Yo cierro la conversación diciendo: “un caballero no tiene memoria”, él se ríe y me dice que soy un pendejo de mierda por no decirle nada. Yo sonrío y encierro cierto misterio. He aprendido a no contar mis cosas, un defecto que fue generándose con los años desde mis fracasos infantiles con amores que nunca tuve.

De rato en rato Guillermo y su amiga hacen mucha bulla. La están pasando súper bien, imagino. Yo no puedo seguir escribiendo porque los escucho reír. Hacen mucho ruido, me incomodan, me desconcentran. Aprovecho el momento y utilizo sus carcajadas para escribir sobre ellos. Ella hace gemidos extraños, como quejándose, él hace lo mismo. De pronto Guillermo me habla de lejos y me pregunta si estoy bien, me dice que no manche la pantalla de la lap top, insinuando que estoy viendo porno o me estoy masturbando. “No me hace falta”, pienso “No lo necesito” -.

Le digo a Guillermo si tiene audífonos para no escucharlos. Por suerte sí tiene y me los presta.

Siento que me duele la columna, es un dolor que ya lo tengo desde hace algunos meses. Yo me rehúso a ir al médico porque siento que es un dolor minúsculo que un día de estos se me pasará, por eso no le doy mucha importancia. Decido dejar de escribir y escucho música.

Ya me aburrí de todo. Veo la puerta y pienso en irme. “Si me despido voy a malograr su conversación, además esos jadeos y esos silencios largos deben ser originados por alguna compatibilidad que no quiero interrumpir”, me digo. Cojo el cigarro que está a mi lado y me voy. “Disfruta tu tarde, amigo Guillermo, sé feliz y cuídate. CUIDATE y tápale la boca a tu amiguita”.

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