martes, 2 de noviembre de 2010

Se me dobló hacia la izquierda

Era sábado por la noche y había quedado con mis amigos en ir a una quinceañera. Aquel día nos vestimos con saco y corbata. Cuando llegamos a la fiesta a uno de mis amigos se le ocurrió ir a una discoteca porque el ambiente estaba muy aburrido.

A mí sinceramente me disgustó la idea porque detesto las discotecas y porque las veces que salía con ellos siempre la pasamos tomando y cantando como locos. Por desgracia ese día me convencieron y tuve que aceptar resignado y con cierto desgano.

En la discoteca me sentí ajeno, como desubicado, con ganas de estar en mi casa durmiendo o jugando en mi computadora.

Cuando fuimos a la barra por unos tragos, vimos un par de chicas riquísimas. Mis amigos me codearon y me dijeron: !Naranjo, miiiira! Trae a esas chicas para empatarnos (mi pseudónimo era Naranjo, yo solía ser la carnada y siempre tenía que ir por las chicas a hacerles el habla y luego llevarlas con ellos para estar todos en grupo).

Cuando me acerqué a las chicas, ellas se mostraron sonrientes, como aduladas de que yo me haya acercado a conversarles. Creo que les caí bien. Al rato me acompañaron donde mis amigos, quienes me veían haciendo el ridículo.

Las chicas nos preguntaron por qué estábamos con saco y corbata en una disco, nosotros les explicamos que no teníamos en mente ir a ese lugar, sino que inicialmente habíamos ido a una quinceañera pero como estábamos aburridos allá tuvimos que tomar la decisión de irnos y, pues, terminamos en una fiesta de verdad.

Mientras tomábamos cerveza y las chicas bailaban con mis amigos, una tipa se me acercó muy discretamente y me dijo: Hola, amiguito. Oye una consultita. Yo voltee a mirarla y con el tono de voz un poco alto debido a la fuerte música que sonaba, le dije: ¿si? dime. Ella señaló a un grupo de chicas y dijo: ¿ves a mis amigas de allá? Te quieren conocer, ¿podemos ir para presentártelas?Claro, le respondí entusiasmado. Mis amigos empezaron joderme y a vociferar con cierto aire burlón: ¡wuuuuh... bien, naranjo! .

La tipa me condujo hacia donde estaban sus amigas y me las presentó. Eran 4 tipas. Ninguna me llamaba la atención, eran todas muy limitadas de belleza. Yo fingí amabilidad y puse cara de niño educado. Ellas secreteaban entre sí y reían tímidamente mientras me miraban, como susurrándose un chisme. Yo me sentía incómodo y sabía que hablaban de mí, y, probablemente, de lo guapo que me veía con saco y corbata.

En un acto de cobardía, intenté huir de esas tipas carroñeras, pero ellas, mujeres, siempre listas, se dieron cuenta de que yo pretendía escapar de sus garras y me comprometieron a bailar, yo me opuse pero ellas insistieron. Al final tuve que aceptar porque intuí que si las rechazaba, ellas, en un acto de venganza, me calatearían y me violarían con descaro en ese lugar. Para no pasar tal ridiculez, acepté bailar. La chica que se ofreció a bailar conmigo, era probablemente la más interesada en mí, pues me sonreía exageradamente y me miraba como diciendo: ¡ahora no te me escapas, papito! en su gesto se veía unas ganas incontrolables por sentirme cerca suyo, como si yo fuese un rico postre que está a punto de ser devorado.

La música que bailamos fue una salsa, un género que me gusta pero que, sin embargo, no sé bailarlo bien (en realidad no sé bailar nada). La chica me cogía la mano con delicadeza y yo poco a poco entraba en confianza y perdía el miedo. Mis amigos observaban todo desde lejos y yo veía cómo se burlaban de mí y de mi baile torpe y vergonzoso.

El baile duró demasiado, se hizo eterno. La chica se me acercaba excesivamente y me hacía sentir sus senos redonditos que estaban amoldados a su sostén blanco que yo podía ver con cierto descaro. Aquellas tetas era como dos esferas suaves que se hundían como esponja cuando tocaban mi cuerpo. Me gustaba sentir su pecho y ella lo sabía, por eso se entregaba de manera absoluta.

Cuando terminó la canción, ella quiso que sigamos bailando, pero el género ahora era otro, era reggaetón; a mí me daba pavor y mucha vergüenza bailarlo, pero ella me dijo que sigamos, que no sea malito, que era la última y luego descansábamos.

Yo no le respondí pero como seguí en la pista de baile, ella lo interpretó como una aceptación silenciosa, así que empezó a moverse con suavidad, de manera muy erótica. Yo me reía y, para malograrle el baile, empecé a moverme con cierta apatía, muy desganado. Ella se volteó con sensualidad y presionó su trasero con mi pajarito y empezó a agitarse con sutileza. Al principio me fue incómodo, pero luego me sofoqué y me calenté y pensé: si así se mueve cuando baila, cómo será cuando haga el amor.

Riéndome le seguí el jueguito y empecé a moverme a su ritmo. Era como tener sexo en público y con ropa. El baile era demasiado atrevido. Yo no estaba acostumbrado a ese tipo de acercamiento; apenas tenía dieciséis años y ya sentía el cuerpo de una mujer moverse delante de mí.

Cada vez que ella aceleraba su ritmo, yo me agitaba, me sacudía con ímpetu para no defraudar a la chica. De pronto ocurrió algo inesperado, quizá fue por la vibración de nuestros cuerpos o por la excitación que la chica provocó en mí o por la forma deliciosa como se movía: mi muchachito se me paró, se puso tieso. La chica se dio cuenta y empezó a friccionar más su cuerpo con el mío, su falda era demasiado delgada y quizá eso le excitaba, pues sentía mi pene erecto agitándose detrás suyo.

Sus movimientos frenéticos generaron un incidente, y es que mi vultito de la entrepierna se inclinó hacia un lado, se dobló con severidad hacia la izquierda. Fue un poco tediosa esa desviación porque el pellejito que cubre la cabecita de mi pene se abrió y empezó a provocarme un ardor terrible. Inmediatamente perdí la erección y mi órgano sexual perdió rigidez y se ocultó como una oruguita tímida.

La canción por suerte terminó y la chica me dijo: ¡qué rico bailas! Yo me sentí halagado y un poco accidentado por el ardor en la entrepierna. Ella me llevó de la mano donde su grupito de amigas y yo le dije que iría al baño. Ella y sus amigas soltaron una risotada, pensado seguramente que yo iría al baño para masturbarme por la excitación del baile, pero en realidad era para acomodarme mi pipilin que se me había accidentado en aquel baile ardiente a la que la chica me había sometido.

Después de ir al baño volví donde mis amigos, ellos se rieron por mi hazaña y se burlaron de mis pasos torpes e incoherentes y de mi meneo estrepitoso en la pista de baile. Me sentí un tonto de lo peor. Así que les dije a mis amigos que iría a comprar más cigarros, pero nunca más volví. Me fui a mi casa solo y muy avergonzado y triste porque estaba convencido de que era un completo imbécil.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

jajaja q comico XD

Unknown dijo...

Hermano... vales...!! pero con gentileza te digo, que aqello le interesa poco a la gente... busca algo mas interesante que contar, eres un escritor en proceso... te falta aun camino, yo no soy un experto y en realidad escribo casi como tú... lograras mejorar y ser mas sutil al escribir tus lineas...

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